Opinión y análisis

El día después de mañana

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Fernando Arreaza Vargas– 5 de febrero de 2016

El título de esta nota viene de una famosa película estrenada en 2004. En ella se presenta la narrativa de un grupo de personas enfrentando los embates de una tormenta perfecta; el resumen de ese argumento cinematográfico puede describir lo que está pasando en Venezuela.

Mientras la opinión pública está presa de los embates de la tormenta económica revolucionaria, creada por quienes tras 16 años en el poder aún insisten que tienen un plan para volverla productiva, voy a invertir estas líneas en un tema complejo, importante e incierto:

¿Qué viene después de terminada la tormenta?

El punto de partida de esta discusión dependerá de las condiciones con las que se desmonte el entramado de este modelo que nos volvió tan vulnerables y dependientes del petróleo como nunca antes. No tocará construir, como muchos aspiran, en un terreno vacío y accesible. Habrá otros obstáculos que vencer. Sin embargo, cualquier propuesta deberá partir de la realidad y no de una idealidad.

La película antes mencionada termina con un mensaje para trazar nuevas rutas y evitar que el cambio climático nos devore. En nuestro caso, Venezuela también necesitará una nueva ruta. Esos obstáculos remanentes solo se pueden sortear con una estrategia adaptada a los nuevos tiempos y acordes a una nueva realidad del poder de la que no escapa ninguna nación del mundo.

¿A qué me refiero? A que el poder, la política y la sociedad ya no son lo que eran.
Tres décadas atrás, el profesor Charles Kindleberger, miembro del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), planteó en su teoría de la hegemonía que para la estabilidad de la geopolítica internacional hay dos opciones: la hegemonía de una nación dispuesta a resolver los conflictos internacionales o la implementación de numerosos acuerdos, instituciones y reglas que cultiven una cultura de paz a la hora de dirimir conflictos. La primera opción es mucho más sencilla y eficiente.

02En la historia moderna mundial hemos tenido un ejemplo de esta hegemonía total: Los Estados Unidos de América luego de la caída de la Unión Soviética. En la década de los 90 y comienzo de los 2000, la nación norteamericana lideró al mundo sin discusión, hasta que los ataques terroristas del año 2001, el conflicto en Medio Oriente y la recesión económica de 2008 puso en entredicho su capacidad para regular la seguridad y el sistema financiero mundial. Desde entonces, y aunque los Estados Unidos sigue siendo protagonista global, no hay realmente un actor hegemónico que dicte las normas del juego. Es decir, la segunda opción del sistema de reglas se vuelve la única alternativa.

Con el pasar del tiempo, las hegemonías a gran y menor escala se han vuelto mucho más complejas de implementar. Los grandes planes del presente se encuentran con mucha más resistencia que antes. En pocas palabras: los grupos, las organizaciones y la gente no solo tienen más herramientas para participar, también tienen una mayor disposición y peso para influir.

Volviendo a Venezuela, esta realidad global se puede utilizar para encontrar similitudes que nos ayuden a entender lo que se podrá y lo que no se podrá hacer el día después de mañana. En nuestra historia, el Pacto de Punto Fijo y más recientemente el Plan de la Patria han sido dos “proyectos nacionales” diseñados para encaminar nuestro país según los ideales de un grupo. El primero colapsó luego de un tiempo y el segundo simplemente está quedando como un arma propagandista.

Hoy, la circunstancia de un régimen que prefiere colapsar al país antes de renunciar, la oposición unificada bajo una tolda que incluye muchas visiones diferentes sobre gobernar, y la necesidad de todos los ciudadanos por ver soluciones palpables plantean un escenario donde creo que la implementación de un plan al estilo del de Punto Fijo no tendrá cabida. La nueva realidad del poder, más los ingredientes criollos, no van a permitir que se establezcan unas líneas comunes políticas, económicas y sociales desde un grupo hacia la sociedad, desde arriba hacia abajo.

Si lo que se propone es un acuerdo mínimo de gobierno para respetar el sistema democrático, las reglas de juego y los lapsos de tiempo, ya tenemos la Constitución de la República. Nunca he entendido, por ejemplo, los famosos acuerdos para “respetar los resultados electorales” que constantemente proponen los miembros del Psuv. La verdadera democracia no necesita acuerdos de respeto, la democracia es de entrada un acuerdo para el respeto.

No dudo que la Mesa de la Unidad Democrática tiene planes, agendas y rutas. La agenda parlamentaria de la MUD ha sido muestra de que hay un proyecto pensado, pero que funciona dentro de la Asamblea Nacional donde se necesitan unos a otros para sumar sus votos. Una vez que se reinicie la democracia plena, un gran acuerdo nacional no va a sobrevivir a las demandas de la realidad. Su mayor utilidad va a quedar en un argumento inspirador para motivar a la unión de la sociedad.

Los partidos políticos hoy no tienen a plenitud esa función de mediadores. Este nuevo escenario mundial acortó la distancia entre los mandatarios y los ciudadanos, por lo que cualquier persona se puede convertir rápidamente en un actor de peso que bloquee decisiones o acuerdos. Como prueba de ello están las numerosas caras que en determinadas coyunturas recientes surgieron como líderes de opinión temporales: Julio Jiménez Gédler, Yeiker Guerra e incluso personajes en las redes sociales que influyen bajo pseudónimos, desde el anonimato. Estos actores aparecen y desaparecen con el mismo poder: la capacidad de reconducir por un período de tiempo a grupos de la sociedad. Pueden bloquear, desviar o impedir medidas, políticas y mecanismos que no satisfagan a ciertos sectores de la colectividad.

Entonces, en un escenario tan volátil e inestable ¿Cómo se puede poner en marcha un proyecto con normas concretas eficientemente? ¿Puede un plan al estilo del de Punto Fijo funcionar bajo la presión de un abanico de actores mucho más variado y todos influyentes? ¿Es factible que los líderes de este acuerdo puedan mantener sus líneas ante futuras demandas de estos nuevos actores?

Antes, esa barrera o alcabala que representaban los partidos políticos eran la solución. Un acuerdo entre ellos, o la mayoría de ellos, era suficiente puesto que cada organización se encargaría de guiar a sus seguidores en torno al plan. No obstante, esa realidad cambió. Hoy los ciudadanos tienen la tecnología y la mentalidad para involucrarse en las grandes decisiones nacionales. Un líder en una comunidad tiene las herramientas para proyectar sus demandas al resto del país. Lamentablemente para los pragmáticos, ya hoy no se puede simplemente diseñar un plan y ponerlo en marcha. Esto no es un debate de si lo pactos son buenos o malos; de hecho, bajo mi criterio considero que son más eficientes. Mi duda es sobre la viabilidad de que unos pocos acuerden unas medidas, correctas o incorrectas, en nombre de muchos otros que probablemente van a exigir bastante y desde diferentes perspectivas.

Un gran Acuerdo Nacional que nos señale el camino es más una idealidad que una realidad. Habrá demasiados actores con el poder para bloquear los acuerdos mínimos alcanzados.

Entonces ¿Qué hacemos?
Construir el plan de abajo hacia arriba. No se trata solo de recorrer todo el país y anotar las propuestas de cada comunidad para insertarlas en propuestas macro. No se trata solo de tener representantes de todos los rincones del país para que hablen por sus representados. No se trata solo de escuchar a todo el mundo y tomar una decisión.

Venezuela-mapaConstruir el plan de abajo hacia arriba significa cultivar en todos los ciudadanos los valores y la importancia de la democracia y la política. Mucha gente prefiere votar por temor a los conflictos armados, pero creo que hay que imprimir en la gente el valor de la política para que con el tiempo entendamos lo que se pierde cuando no prevalece. Luego recolectaremos los frutos de una democracia estable, inmune a discursos anti-políticos incendiarios. Tenemos que imprimir en la sociedad la importancia de la educación, la preparación y el trabajo. Luego recolectaremos liderazgos trabajados, confiables y merecidos.

Por años se ha hablado de sembrar el petróleo, diversificar la economía, la estabilidad democrática, la protección a las libertades y la lucha contra la corrupción. Sin embargo, nunca se ha consolidado porque primero hay que internalizar los verdaderos conceptos de la política, la educación y el trabajo.

Para eso sí se puede diseñar un acuerdo entre líderes y partidos. Podemos acordar invertir todo lo que se pueda en desarrollar nuestros valores, mediante numerosos mecanismos que en su mayoría probablemente aún ni conozco. Las medidas vendrán igual, pero todos entenderemos cada vez más nuestro rol en ellas. Un país no se define con 10 propuestas, se define con 10 valores comunes que tengan sus habitantes.

Entonces, el día después de mañana, estaremos construyendo un país sólido desde los huesos.

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1 respuesta »

  1. El artículo denota la accesibilidad de los débiles a las posibilidades reales de influir sobre las tomas de decisiones puntuales, sin embargo son solos tendencias circunstanciales, como pasa con los tuiter, que cambian muy rápidamente. Coincido y es la parte más importante la educación de valores. El problema es quien lo va a enseñar en nuestra sociedad, donde nos toman por parias, aquellos que insistimos la necesidad de una mejor educación y en el valor del trabajo como fuente para satisfacer nuestras necesidades primarias y proveedora de los medios para las necesidades espirituales. De donde sacamos los maestros y masificamos esa enseñanza en esos principios.

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