Entrevista a Jorge Valladares y Luis Egúsquiza
Jorge Valladares y Luis Egúsquiza, miembros del equipo de International IDEA, sostuvieron encuentros con dirigentes y conocedores del sistema político nacional para levantar un informe con recomendaciones para la modernización partidista que formará parte de un trabajo que adelante el CEP-UCAB en caso de que se produzca una ventana hacia una transición democrática.
Elvia Gómez
Entre el 4 y el 8 de junio, como parte de los acuerdos de cooperación vigentes entre International IDEA (Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral) y el Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello, estuvieron en Caracas los expertos Jorge Valladares Molleda y Luis Egúsquiza Mori, quienes hicieron un levantamiento de información sobre la situación de los partidos políticos venezolanos con el propósito de dar su aporte a un plan de gobierno para una transición democrática, tarea que viene desarrollando el CEP-UCAB con expertos en once áreas. El objetivo ulterior de este programa es que un eventual gobierno de transición esté en condiciones de mantener su estabilidad en una situación previsiblemente cargada de amenazas.
Jorge Valladares (JV) y Luis Egúsquiza (LE) asumieron la coordinación internacional del capítulo respectivo a la modernización de los partidos políticos, desde el Estado y desde dentro de esas organizaciones, en aspectos relativos a la legislación y reglamentos así como en su relación con la sociedad.
“Esto es parte de una colaboración más amplia con el CEP que tiene antecedentes en otros esfuerzos que hemos hecho juntos. En este caso, nuestro aporte es contribuir a la elaboración de este capítulo sobre el sistema de partidos políticos y el fortalecimiento de un sistema de partidos en una fase de postransición. Nosotros queremos contribuir a pensar opciones hacia el futuro que tengan y sean adecuadas para la coyuntura venezolana, para el contexto actual y las aspiraciones de los políticos, las organizaciones de la sociedad civil y otros sectores relevantes del contexto venezolano”, comentó Valladares, quien dirige el equipo de Participación Política y Representación en el Programa Global de IDEA Internacional.
–¿En las reuniones que han sostenido con los partidos políticos nacionales han encontrado coincidencias en sus aspiraciones para el futuro?
–JV: No hemos completado todo el espectro, creo que no vamos a tener suerte con el PSUV, pero me parece que hay dos o tres niveles, en unos hay consenso y en otros hay diferentes visiones. En cuanto a los desafíos la visión es ampliamente compartida y eso sirve para identificar objetivos. Los desafíos son, algunos, existenciales, como el reconocimiento jurídico y el financiamiento. Hay un segundo grupo de desafíos que son de capacidad e institucionalización y ahí sí hay una variedad de visiones. Algunos le dan diferente peso o valor a fortalecer la democracia interna o la identidad programática. También hay variedad de opiniones en el caso del contexto para la competencia política partidaria, unos se enfocan en asuntos de unidad y coordinación, donde siempre hay visiones distintas en cuanto al cómo lograr los objetivos de la unidad y si los objetivos son tácticos o políticos. También, dependiendo de los sectores, hay una visión distinta de cómo aspectos externos al sistema de partidos influyen, como pueden ser la descentralización, el estado de derecho, el equilibrio de poderes, etc
–LE: Sobre el grado de intervención del Estado en los partidos hay una diferenciación sobre el nivel hasta el que se debe regular. En algunos casos nos han dicho que debería ser mínimo, en lo básico; en otros casos apuntan con algo de desconfianza a los temas en los que el Estado puede intervenir en los partidos, tales como el financiamiento. En este aspecto hay una mirada común pero siempre ponen el “parche”, como decimos en el Perú, sobre hasta dónde el Estado puede regular y disponer de las estructuras del partido. Otra cosa donde también hay diferencias es que todos dicen: “Bueno, hay que abrir los partidos y ven algunos mecanismos…” Algunos señalan claramente que esto debe ser selección de candidatos (primarias) y otros tienen procedimientos diversos, pero pensando en procedimientos menos competitivos, no en primarias. Hay diversidad en el entendimiento de cuál debe ser el grado de apertura del partido y el grado de apertura a la intervención del Estado.
–Venezuela tuvo un sistema de partidos políticos que no era malo, pero se ha sufrido este retroceso. ¿Ven rescatable algo de lo que tuvimos? La realidad es que la legislación en el área partidista existe pero no se cumple.
–JV: La respuesta es sí y no. Hay muchos sectores con los que hemos conversado que dicen que bastaría con aplicar bien lo que existe o volver a formulaciones que ya se han aplicado en Venezuela, como la proporcionalidad o algunos elementos del sistema que están en el marco jurídico y constitucional; pero hay otros rasgos sobre cómo se han organizado los partidos internamente que quizás han caducado, están obsoletos y merecen una revisión. Eso tiene que ver con las visiones de cómo un partido crece, cuál es el mejor momento para institucionalizarlo, para convertirlo en una organización fuerte. Lo ideal, o quizás el desafío es que eso ocurra cuando los partidos están en la oposición, cuando están fuera del gobierno. Ver si es posible movilizar con base en ideas, con base en programas, en dinámicas de relación entre sus miembros. Lo que ha ocurrido como práctica ha sido más bien que el partido crece y se empodera cuando está en el gobierno y eso ha generado cierto tipo de interrelación entre el partido y los ciudadanos que está basado en intercambios clientelares. Cuando se está fuera del acceso a los recursos se puede construir partido sobre elementos ideológicos, programáticos, simbólicos, etc. Yo diría que hay elementos que conviene conservar y, quizás, recuperar. Eso sería lo más fácil y rápido de hacer, pero en otros aspectos conviene aprovechar la oportunidad para renovar.
–LE. Los momentos de transición son ventanas de oportunidad para plantear cambios importantes. En Venezuela una transición sería el momento de llegar a acuerdos básicos y una de las cosas que hemos recogido, creo que como consenso, es esta idea de hacer una muralla entre el Estado y la actividad política para evitar que el uso de los recursos público pueda usarse para construir partido. Creo que muchos, quizás haciendo un mea culpa, han señalado que esa ha sido una práctica tradicional, pero en la transición ese podría rescatarse como punto común. Sí marca una diferencia según lo que hemos recogido en las entrevistas.
–¿Cómo podría ser esa transición de los partidos actuales si se abre una ventana a la democracia?
–JV: Hay tres transiciones, una desde el consenso de las élites hacia una visión muy plural de la sociedad y el conjunto. Yo no sé si esto tiene correlato en Venezuela, porque la transición es un momento cuando el consenso es bastante relevante, pero en el mediano y largo plazos es importante que estas visiones distintas de la sociedad sean garantizadas, que estén representadas en el sistema político. En otros países el problema ha sido más bien la existencia de un consenso dominante sobre ciertos aspectos de la vida pública que han impedido el surgimiento de entidades distintas. En Europa ha habido un consenso en torno a tolerar la inmigración y tratar de integrar inmigrantes, lo que se ha roto ahora porque hay visiones antagónicas a ese consenso. La segunda tiene que ver con sistemas de partidos donde hay élites dominantes, no solamente un consenso entre los distintos partidos sino partidos de élites o jerarquizados con élites muy fuertes donde hay una distribución del poder un poco más equitativa o competitiva, donde hay más empoderamiento de los miembros y distintas facciones o grupos que coexisten al interior del partido, incluso por la vía de la integración de estos grupos en la vida del movimiento del partido. Y la tercera, que es universal y está en la base de muchas de las crisis de partidos en el mundo, es una transición o la creación de liderazgos que se basan en la integridad y contra la corrupción, o algo más sofisticado que eso, que es el control sobre la política pública por parte de determinados grupos de interés por virtud del dinero o la posición social que puedan tener. Una de las banderas para la renovación del sistema de partidos es moverse de un sistema donde eso ha sido el motor de la generación de políticas pública hacia un sistema donde el acceso a la vida política y el uso de los recursos que compran influencia sean transparentes.
–En el caso concreto de Venezuela, el país está muy permeado por los dineros de la delincuencia organizada, los expertos calculan que existen hoy unas 30 modalidades en práctica aquí. ¿Cómo evitar que esos fondos se cuelen en los partidos políticos?
–LE: Va a haber una primera etapa en la que se va a estar saliendo prácticamente de las catacumbas. Esa etapa inicial va a tener que sostenerse en normas básicas para regular cómo se recibe el financiamiento y cómo se trabaja, por ejemplo, con un hipotético financiamiento público. Pero yo creo que como son organizaciones que están sobreviviendo puede pensarse en un progresivo incremento de los requerimientos hacia partidos políticos, sobre todo en temas de rendición de cuentas. Lo más importante, y lo hemos recogido en las entrevistas, es que durante las campañas la mayoría del gasto que se requiere es para medios de comunicación, entonces, lo que los partidos tienen en mente como sistema ideal es un sistema en el que tengan financiamiento público para sus actividades ordinarias, un trato igualitario frente a los medios y también la posibilidad de financiamiento para campañas. Esa combinación puede reducir el riesgo de que se infiltren dineros de la delincuencia organizada porque van a necesitar buscar por su cuenta menos inversión. Pero montar todo ese sistema toma un tiempo y creo que tendremos que partir de principios básicos y uno de esos temas básicos está en buscar financiamiento público y evitar con eso, no del todo porque estas no son recetas absolutas, que requieran recibir dinero para financiar a sus comités con las 30 formas de crimen organizado que existen. Separarnos del crimen organizado es muy difícil, es complicado, siempre están tratando de lavar dinero u obtener mecanismos de impunidad, eso no se va a solucionar con una transición democrática, va a tomar mucho más tiempo, pero es el momento de desmontar el escenario hostil y empezar a crear normas que hagan florecer a los partidos, pero es un proceso a largo plazo.
–Supongamos que se logra una transición hacia la democracia y vamos a un proceso electoral medianamente transparente con financiamiento del Estado. ¿Cómo hacer para que la distribución entre los partidos sea equitativa? Antes las asignaciones de los dineros del Estado se hacían en atención al número de votos obtenidos, pero eso se eliminó en 1999. ¿Cómo se calcularía en el futuro esa proporción?
–JV. Hay un sinnúmero de variables que se pueden aplicar, hay muchos modelos de los que se puede aprender, pero me parece que habrá un contexto de desconfianza y poca capacidad administrativa de parte de los partidos para administrar esos recursos. Yo lo digo muy abiertamente, creo que hay que combinar criterios de acceso objetivos, como los que has mencionado, pero creo que también hay que aplicar criterios muy estrictos en cuanto al destino y uso de estos recursos. Tratar de construir un balance delicado que no solamente entregue dinero como un cheque en blanco, sin ningún tipo de control, sino que el dinero se pueda invertir en determinadas actividades o contribuya a resolver los desafíos y deba ir directamente a financiar actividades de formación, la celebración de elecciones internas, el acceso a los medios y quizás ese dinero no deba pasar por las manos de los partidos, sino que sean servicios que se prestan por agencias estatales que tengan la confianza de los partidos. Creo que tiene que haber mucha innovación y creatividad en el diseño de esto y quizás también cierta progresividad, cierta secuencia. De un día para el otro ir de cero a tres mil millones no va a ayudar, más bien puede empeorar la situación, es cuestión de diseñar con cuidado un sistema que combine distintas variables y que aliente el uso de recursos público y que una vez que la situación económica se recupere aliente también que los partidos salgan y movilicen a los ciudadanos para cuestiones específicas.
–LE. Todas estas medidas, estos esquemas, depende también de cómo se aplica y quién lo aplica, entonces hay una reinstitucionalización, la recuperación de instituciones orientadas al bien común. Hay que profesionalizarlas, evitar que respondan a un interés partidario, evitar prácticas de las que ya hemos hablado que han perjudicado el sistema o lo han hecho colapsar. La idea es que este es un camino que va día a día, paso a paso. Un sistema de financiamiento público requiere que haya una institución que lo reparta bajo criterio y que tenga credibilidad y que los partidos le tengan confianza. Esa relación se construye y requiere fortaleza institucional de ambas partes. La progresividad aquí creo que es clave.
–Hay otro aspecto inquietante. Venezuela estaba en un proceso de fortalecimiento de la descentralización cuando llegó Hugo Chávez al poder. A partir de 1989 estaban surgiendo partidos políticos regionales, algunos con más fuerza local que los partidos nacionales. Si se logra una avance a la redemocratización ¿aconsejarían que se trabaje prioritariamente en el fortalecimiento de los partidos nacionales o se pensaría en una alianza de partidos regionales que estén unidos más por el asunto ideológico y doctrinario?
–LE: Yo vengo de la experiencia de mi país respecto a la generación de arenas de diversos niveles para la competición política (nacional, regional) y no ha dado un resultado positivo para una estructura nacional, les ha quitado protagonismo a los partidos en las regiones y actualmente los ha casi eliminado de la competencia. Los partidos regionales tienen mucho éxito y los partidos nacionales pierden vínculo y se interesan solamente en la arena nacional, pierden fuerza, se convierten en partidos muy centralizados, ya no compiten, ya no hacen nada. Creo que hay que pensarlo muy claramente y esta generación de espacios subnacionales tiene que ser analizada con mucho cuidado porque podría pasar como en Perú, donde hay un divorcio absoluto entre lo nacional y lo regional y a veces no conversan, ni siquiera para elecciones nacionales.
–JV: Yo creo que eso depende de los objetivos. Si uno quiere construir un sistema de partidos programáticos, que se concentren en visiones nacionales y que articulen diversos sectores de la sociedad, quizás la descentralización o la existencia de partidos regionales puede convertirse en un escollo. La investigación ha encontrado casos así. Pero si lo que se quiere combatir es la alta personalización y la alta centralización de partidos políticos, quizás la regionalización del sistema de partidos pueda contribuir a la creación de liderazgos alternativos que representen un desafío a estás élites nacionales más centralizadas. Depende de cuál es el objetivo que los partidos y la sociedad venezolana quieran para su sistema una vez que la transición esté en marcha y también de lo que sea posible. Creo que en un contexto como este donde muchos de los líderes provienen de la esfera regional, quizás sea difícil desaparecer esa esfera una vez creada. Lo que se crea es difícil que desaparezca, pero quizás la solución es más quirúrgica: construir un sistema donde existan incentivos para coaliciones y alianzas, no para que el partido regional se transforme en uno nacional, sino para que el sistema en conjunto cree incentivos para coaliciones más amplias, que partidos nacionales y regionales puedan competir y tener entendimientos en cómo afrontar distintas elecciones a diferentes niveles. Quizás es un sistema que en el largo plazo pueda conducir a una normalización de grandes grupos o coaliciones que reemplacen a los partidos. Quizás en el futuro no vamos a tener tres o cuatro partido que son maquinarias unitarias sino que vamos a tener algo parecido a lo que sucede en Alemania donde la Democracia Cristiana es la nacional y la de las regiones, pero que actúan como un cuerpo más o menos coordinado y que se puede distinguir como un solo grupo, una sola familia.
–Porque tienen clara la doctrina y el programa común…
–Exactamente, porque tienen programas detallados de cientos de hojas, donde cada palabra, cada línea y oración se discute por días y semanas antes de entrar en una coalición de gobierno. Creo, entonces, que depende de los objetivos, pero dadas las circunstancias, aquí se trata de ser inteligentes y creativos en el lado regulatorio y también tener las agallas del lado del liderazgo.
–LE: Creo que el error del sistema divorciado que existe en Perú tiene que ver con que las reglas para asociarse no son claras, no son lo suficientemente incentivadoras y quizás trabajar en esos incentivos para formar coaliciones, grupos que se entienden, o grupos de diversas regiones que tienen similitud o coincidencias debería estar o por lo menos encaminada por algún tipo de reglas.
–Sobre la base de los intercambios que han sostenido con dirigentes de partidos políticos en estos días, cuál es su valoración personal de la situación nacional, ¿cabe ser optimistas?
–JV: A mí siempre me ha fascinado la complejidad y sofisticación de la política en Venezuela. Cuando empecé a venir aquí, en 2002, yo no pensé que 16 años después iba a encontrar niveles similares de energía e interés. Ayer conversaba con un líder de un partido que comentaba que en una reunión comenzaron a contar y había como cien años de prisión entre todos y eso me trasladó a Birmania (Myanmar) donde era más o menos la misma lógica. Uno trabajaba con gente que había pasado por esto y ellos lo habían logrado –esto no va a sonar muy optimista– después de unos treinta años de lucha. Yo creo que dado el nivel de resistencia y energía que he encontrado aquí me hace sentir que hay espacio para el optimismo. De parte del nivel de la estrategia, de los errores cometidos, yo no lo puedo juzgar habiendo estado afuera, pero me parece que este esfuerzo conduce al optimismo, pero el día que haya una elección libre y haya alternancia en el poder y la institucionalidad democrática se comience a poner en el lugar que le corresponde, ese día no es el fin de la batalla es más bien el inicio de un largo camino que puede tener muchos contratiempos y quizás dure otras tantas décadas.
–LE: Yo sería optimista siempre y cuando el proceso de postransición implique una inmediata recuperación de las libertades civiles. En la medida en que los partidos políticos se pongan de acuerdo y actúen y vuelvan a competir en un entorno en el que hay libertades civiles, la posibilidad de los ciudadanos, la prensa, los periodistas, el periodismo de investigación, de presionar para que no desvíen el rumbo, no caigan en los mismos errores y presionarlos directamente con una población muy interesada en evitar volver al pasado, creo que eso es clave. Un escenario en el que se convocan elecciones y las libertades siguen restringidas porque estamos en un “período de emergencia” o extendemos algún tipo raro de estado excepcional, eso sería muy difícil y muy peligroso, porque cierra los espacios en los que la sociedad puede fiscalizar, supervisar, presionar los pactos políticos. Soy optimista en la misma medida en que ese escenario se produzca.
08 de junio de 2018
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