
Félix Arellano
25 de noviembre de 2019
Los gobiernos autoritarios realizan grandes esfuerzos, por lo general violando los derechos humanos, para tratar de “normalizar” la compleja situación que generan sus prácticas autoritarias, buscan, entre otros, transmitir una imagen de tranquilidad social, de aparente convivencia. En este orden de ideas, en sus falsos discursos, enfatizan conceptos como: paz, armonía, pueblo e incluso el amor; tratando de convencer sobre una paz social decretada.
Entre las experiencias más nefastas de aparente normalización destaca el caso de Corea del Norte, donde le aparato represor de la dictadura controla todos los espacios y, por la fuerza, estabiliza el sistema. No muy lejos se encuentra la dictadura de los Castro Ruz en Cuba, que han empobrecido el país y organizado un aparato de control y represión eficiente. Con el tiempo encontramos otras experiencias novedosas orientadas a normalizar el autoritarismo vinculadas con el manejo de la economía; en ese contexto, el caso de la China comunista es bien representativo.
Es un hecho ampliamente confirmado que el comunismo ha llevado al desastre y la miseria a los países que lo han adoptado, en el caso de la China de Mao Zedong se llegó a niveles de hambrunas, que la dictadura, mal llamada del proletariado, trata de ocultar a cualquier costo. La política destructiva de Mao definida como la colectivización y articulada, entre otros, mediante el “gran salto adelante” o la funesta “revolución cultural”; lograron empobrecer al pueblo chino, luego controlado por el aparato represor del partido comunista, el resultado fue miseria y hambre.
El cambio novedoso, realmente revolucionario para la dictadura comunista, lo desarrolla Deng Xiaoping, un comunista vinculado a la cúpula del poder, pero perseguido, en particular por la llamada “banda de los cuatro”, que en los últimos años de Mao controló el país, con el papel hegemónico de la viuda de Mao (Jiang Quing). Derrocada la banda, en lo que podríamos calificar como un golpe de palacio, Deng Xiaoping llega al poder y con él, desde diciembre de 1978, un ambicioso proceso de reformas que ha permitido transformar a China en la segunda potencia económica del mundo.
El nuevo gran timonel de China entendió que solo mediante la construcción de una economía de mercado sólida, eficiente, abierta al mundo que genere confianza podría promover crecimiento, bienestar social y superar las hambrunas propias del comunismo. Los textos de Marx se archivaron y todo el país se orientó a la producción que progresivamente se fue tornando privada y competitiva. Una gran transformación realizada con fortaleza y contundencia en tres décadas, pero fortaleciendo el aparato de control y represión del partido comunista, prueba de ello son los acontecimientos en la Plaza de Tiananmén.
Por otra parte, Vietnam, luego de tanta sangre y miseria resultante del falso discurso de la dictadura del proletariado, también ha comprendido que el mercado genera bienestar y se está sumado a la estrategia china. No es el caso de Cuba, donde la soberbia y los temores de los Castro no han permitido realizar la transformación, por el contrario, se han encargado de perpetuar y exportar su modelo de empobrecimiento y represión.
Ahora bien, no es fácil generar confianza y seguridad jurídica en un contexto de autoritarismo y represión y más difícil en el mundo globalizado que estamos viviendo, donde una gran mayoría de países compiten por atraer las inversiones, incrementar la producción, la competitividad y lograr mercados para sus exportaciones. Más recientemente la competencia se orienta a lograr una inserción eficiente en las cadenas globales de valor y en la cuarta revolución industrial. Para lograr estos objetivos son muchas las variables que inciden, entre esas, el clima político, que tiene que ver entre otros, con estabilidad y convivencia, ambas pueden llegar a ser determinantes.
Además de la globalización económica también nos encontramos con una gobernabilidad mundial más compleja, donde las organizaciones internacionales juegan un importante papel de alerta y, en alguna medida, de control frente al autoritarismo. En estos momentos los expedientes de violación de los derechos humanos ejercen un efecto en la ubicación de las inversiones. Jugar en los ilícitos internacionales, el lavado de capitales, el narcotráfico o una relación complacientes con los movimientos irregulares internacionales son factores que limitan sensiblemente la inserción en la economía mundial.
Como se puede apreciar normalizar un Estado fallido, que promueve la violación de los derechos humanos, exige de transformaciones muy profundas, en esencia requiere de la adopción de normativas democráticas que garanticen la seguridad jurídica y la confianza, de tal forma que retomar la democracia y perfeccionarla es el camino más eficiente para lograr la paz, la seguridad, la inserción en la economía mundial y el bienestar.
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