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Una narrativa para Venezuela

Foto: James Duncan Davidson

Juan Manuel Trak

Doctor en Procesos Políticos Contemporáneos (Universidad de Salamanca, España), Máster en Ciencia Política, Sociólogo (UCAB). Articulista.

@juanchotrak


La política es una actividad consustancial a la sociabilidad humana.  La política, en un sentido amplio, es la actividad humana cuyo objetivo es influir en el acceso, distribución y ejercicio del poder. Podría decirse que no ha habido comunidad humana en la que la política no haya estado presente, siendo una institución fundamental para el mantenimiento y preservación de una colectividad.

De hecho, la política no es una actividad exclusiva de los humanos. Nuestros parientes biológicos más cercanos, los chimpancés, muestran comportamientos que pueden ser clasificados como políticos. El primatólogo, Frans de Waal, descubrió que entre las comunidades de chimpancés existe la cooperación y la competencia por el acceso a las posiciones más altas de la jerarquía social. Llegar a ser “macho alfa” no es solo cuestión de fuerza sino también de campañas, Yuval Noah Harari resume este fenómeno de la siguiente manera:

“Cuando los machos alfas se disputan la posición alfa, suelen hacerlo formando extensas coaliciones de partidarios, tanto machos como hembras, en el seno del grupo. Los lazos entre los miembros de la coalición se basan en el contacto íntimo diario: se abrazan, se tocan, se besan, se acicalan y se hacen favores mutuos. Por lo general el macho alfa no gana su posición no porque sea más fuerte físicamente, sino porque lidera una coalición grande y estable” (Harari, 2015, p.39)[1].

Mucha agua ha pasado por el debajo del puente de la evolución y el de la historia. Evidentemente, los seres humanos hemos ido mucho más allá que nuestros parientes chimpancés. Lo anterior solo confirma el hecho de que el ser humano es instintivamente social y político, pero los modos de hacer política se han complejizado en la medida en que el ser humano evolucionó y desarrolló sociedades mucho más complicadas.

Sin embargo, lo esencial permanece, ninguna persona que pretenda conquistar el poder puede hacerlo sola, requiere de la construcción de una coalición capaz de apoyarlo y garantizar su permanencia en el poder. En la actualidad, la construcción de este tipo de coaliciones pasa por la creación de un propósito que supera la ambición individual. ¿Por qué cientos o miles de personas cooperaríamos para que alguien cumpla su ambición de llegar al poder? En sociedades complejas como las actuales, los favores y los abrazos son insuficientes para acceder al poder y mantenerlo de forma estable. Se requiere de algo mucho más grande, capaz de agregar intereses y capacidades diversas en torno a un objetivo común.

Cuando me refiero a la narrativa no estoy hablando del storytelling de los comunicadores políticos, eso se circunscribe a campañas políticas electorales o institucionales. Con narrativa me refiero a la configuración de diversas ideas, mitos y relatos sobre los que se construyen las creencias y valores que justifican un orden político y social determinado y constituyen, de alguna manera, la fuente de su legitimidad y la evaluación de su eficacia. En la historia de la humanidad, la religión y las ideologías han servido de relatos para justificar órdenes políticos determinados, así como también el acceso al poder de sus élites.

En el caso venezolano, la democracia fundada en 1958, se basó en la idea de que era necesaria la distribución de la riqueza petrolera. Se partió de varias ideas fundamentales: Venezuela es un país rico porque tenemos petróleo (La foto del reventón de Barroso 2 en 1922, en la que se muestra petróleo fluyendo a borbotones, está en todos los libros de historia contemporánea). El progreso fue otra de las ideas sobre la que se fundó el proyecto democrático. Según esta idea los venezolanos tendrían una tajada de ese pastel y Venezuela, una nación de cuarto orden para principios del siglo XX, se convertiría en una nación de primer mundo (obviando el hecho que no producíamos nada que no fuese petróleo u otras materias primas).

Si bien los primeros 20 años de la democracia fueron exitosos en mostrar congruencia entre la narrativa y la realidad y el sistema político cumplió con lo prometido; lo cierto es que desde 1983 en adelante la democracia venezolana no logró ser eficaz para satisfacer las aspiraciones crecientes de muchos venezolanos. Ante esta percepción de este fracaso, Chávez construyó una narrativa en la que prometía una revolución social y política. La Revolución Bolivariana era una propuesta de reivindicación social que pretendía sustituir un sistema que era considerado corrupto e ineficaz, que se había robado la riqueza (aunque nunca prometió progreso).

Esa narrativa tuvo éxito y el chavismo logró crear una coalición mayoritaria para acceder al poder y modificar el sistema político a su antojo. No solo fueron los votantes, más importante fue el papel de los miembros de las instituciones políticas salientes y una buena parte de las élites económicas, intelectuales, mediáticas y culturales de la época; quienes se anotaron en ese proyecto y justificaron los cambios. En muchos casos, los miembros de estas élites obviaron los atropellos y desmanes que cometía la nueva élite en el poder, o simplemente fueron cómplices. El resto es historia reciente, el proyecto era una estafa, la narrativa era una mera fachada para un proyecto autoritario, cuyo propósito final era el enriquecimiento de unos pocos y el sometimiento de otros muchos. Hoy Venezuela es un país sin proyecto colectivo, una sociedad en proceso de descomposición y en estado de anomia, dirigida por una coalición que no tiene vergüenza de esconder que su objetivo primordial es su beneficio personal.

De lo anterior se desprende la necesidad de pensar en dos elementos consustanciales para movilizar a la sociedad venezolana. En primer lugar, es necesaria la construcción de una nueva narrativa societal. Esto supone identificar creencias, valores comunes y expectativas convergentes, así como reconocer la diversidad de intereses y preferencias existentes en el país. Así mismo, se requiere la construcción de métodos compartidos para resolver los conflictos que existen en nuestra sociedad y aceptar que cada quien deberá sacrificar alguna de sus preferencias e intereses en aras de alcanzar un bien común que es superior.

En segundo lugar, y consustancial a la idea anterior, es necesaria la construcción de una alianza social capaz de empujar un nuevo proyecto nacional. La alianza de múltiples sectores sociales, económicos, políticos y culturales. Esta alianza no puede basarse en la negación del otro, ni en la imposición de visiones ortodoxas de ideologías determinadas. Esta alianza tendría que ir más allá de las preferencias sobre el nivel de intervención del Estado en la economía o implementación de políticas sociales determinadas. Esos temas son relevantes, pero son parte de la competencia política democrática. Por encima de estos temas, la pregunta es: ¿Qué narrativa sería capaz de generar la cooperación de cientos de miles de venezolanos para que se movilicen a favor de su establecimiento, convenciendo no solo a los indiferentes sino a una parte importante de quienes apoyan al sistema actual?

Evidentemente, el tema es mucho más complejo y está embebido en las interacciones, tensiones y conflictos que se viven día a día en el país. Habrá quien diga que pensar en estos temas no es importante, que lo relevante es la acción política per se. Quizás desde la perspectiva cortoplacista dicha afirmación tiene sentido, pero carecerá de efectividad en tanto en cuanto no se conecte con un proyecto superior y de largo plazo. Quien quiera liderar al país tiene como obligación construir una narrativa capaz de despertar esperanzas a partir de posibilidades ciertas y de un proyecto alternativo, no basado en falsas promesas, identidades negativas, consignas vacías o idolatría de un pasado irreal. En todo caso, si no pensamos pronto en un proyecto país, posiblemente dejaremos de ser país.


[1] Harari, Y. N. (2015). De animales a dioses: Breve historia de la humanidad. Barcelona: Penguin Ramdom House Grupo Editorial.

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