
Tomás Straka
El problema de la restauración
El Decreto de Fernando VII promulgado en Valencia el 4 de mayo de 1814 es, probablemente, la expresión más acabada de todo el espíritu restauracionista, no sólo del absolutismo, sino de aquellos que de un modo u otro sueñan con volver a un orden ex ante. A la hora de derogar la liberal Constitución de Cádiz, señaló: “declarar aquella constitución y tales decretos nulos y de ningún valor y efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos, y se quitasen de en medio del tiempo” (el subrayado es nuestro).
La desventura de España en los siguientes años tuvo que ver mucho con eso (y vaya que fue una cadena de calamidades: la pérdida de casi todo el imperio, especialmente México que era su gran fuente de ingresos; el estallido de una nueva revolución en 1820, la intervención extrajera de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, la Década Ominosa, las Guerras Carlistas, Espartero y su gobierno de ayacuchos). Pero no se ha tratado, ni de lejos, de un asunto restringido a Fernando VII. Muchos han tenido el deseo de que algunas cosas desaparecieran como “si no hubiesen pasado jamás”, sacándolas, cual acto de magia, “de en medio del tiempo”, forma especialmente poética de borrar algo de la historia. En alguna medida el Decreto de Carmona de 2002 iba por ese camino. Y con un agravante: ni tenía la enorme popularidad de Fernando VII (no en vano El Deseado), en 1814; ni gozaba de un apoyo tan grande y resuelto a intervenir a su favor como el que le brindó al rey restaurado la Santa Alianza, que nada menos venía de derrotar a Napoleón.
Una y otra vez se demuestra que el olvido forzado no es la mejor forma de dejar atrás algo. Por lo que ni quitar unos retratos, sin tener la fortaleza para llevar las cosas más allá; ni traerlos de vuelta para borrar de en medio del tiempo el hecho de que la oposición había ganado las elecciones de 2015 y de que, en condiciones normales, todo indica que hubiera ganado todas las demás. Los retratos están retornando adonde estaban, pero con bastantes cosas ocurridas en medio del tiempo que va de 2015 para acá. Por lo tanto, como nos preguntábamos qué podía expresar como parte de algo más amplio, la salida del rostro de Bolívar reconstruido digitalmente, ahora nos preguntamos qué expresa su retorno. Nada indica que será posible volver a la edad de oro del chavismo, con mucho dinero, un líder muy popular y respaldo internacional. Esos retratos han llegado en lo que, sin menoscabo de otra categoría, podríamos llamar el madurismo.
El Madurismo
Aunque ya para 2015 se hablaba de madurismo o de chavo-madurismo, especialmente por los sectores del chavismo que empezaron a distanciarse de Nicolás Maduro, no es hasta ahora que vemos nítidamente definidas unas nuevas reglas de juego. Hace cinco años era difícil saber hacia dónde podía avanzar Maduro. Muchos pensaban que sería sólo un rápido interinato. Que en cosa de meses habría de caer, bien por las fuerzas de la oposición, o bien por sus propios compañeros. Siempre se le vio con un hombre sin peso propio, puesto ahí por obra y gracia de Chávez, que a lo sumo mantenía el equilibrio entre los diversos sectores del chavismo. Abundaron los chistes en torno al cacumen del mandatario.
Siete años después de haber llegado a Miraflores aquellas apuestas resultaron ser desacertadas. El reto que generó el triunfo de la oposición en las elecciones de 2015 y la amenaza que eso conllevaba de una salida del poder, fue respondido con un conjunto de medidas hábiles –más allá de la evaluación ética que tengamos de las mismas- que impulsaron una transición, pero hacia lo que tenemos ahora. No sabemos qué tanto durará el orden actual ni, montados sobre la ola, contamos con todos los datos para una caracterización más exhaustiva. Pero hay algunas cosas que ya se pueden ver. Primero, lo que tal vez más deseamos conocer todos, pero de lo que hay menos información: la forma en la que en torno a Maduro terminó nucleándose el chavismo. No es poco lo que se ha dicho y especulado al respecto, pero para resumir podría decirse que todo indica que el ala central y la llamada “derecha endógena” o “derecha roja”, han asumido las riendas. El distanciamiento del Partido Comunista de Venezuela, Patria Para Todos y el Movimiento Tupamaro, así como del llamado chavismo disidente, no muy grande pero con personalidades importantes (Jorge Giordani, Héctor Navarro, Nicmer Evans, entre otros), parece apuntar a esa dirección. El segmento militar, los nuevos empresarios y líderes más pragmáticos, son los compañeros de ruta de Maduro. En el conjunto él no parece ser sólo un mascarón de proa, sino el poseedor de un liderazgo real. Incluso uno que está organizando un movimiento propio dentro del chavismo (Somos Venezuela) y que, en ciertos sectores, es el ejemplo de un ganador.
En segundo lugar, Maduro potenció las alianzas internacionales que ya había forjado Chávez, de modo que a su deslegitimación de cara a Estados Unidos y Occidente, él respondió con un apoyo resuelto por parte de Rusia, Irán, Turquía y China. Una lectura bastante asertiva del reacomodo del mundo, el crecimiento de potencias iliberales, por decir lo menos; y los problemas de Estados Unidos en su agenda global, sin duda han dado frutos. No sabemos hasta dónde podría llegar el apoyo de estos aliados, pero de momento ha sido bastante entusiasta.
Y por último, las reformas económicas, cuyo alcance último aún está por verse, pero que en esencia son las mismas emprendidas en los países comunistas a finales de la década de 1980, cuando todos se enfrentaron a problemas como los venezolanos (escasez, hiperinflación, colapso de los servicios públicos). Esta llamada racionalización generalmente consistió en permitir la circulación de divisas extranjeras, liberalización de los precios de la mayor parte de los productos y sinceración de los montos de los servicios públicos. En todas partes el impacto social fue enorme, pero en muchas permitieron estabilizar a la economía y consolidar al grupo gobernante. Incluso, sin apertura política. En Europa, el desplome de la Unión Soviética se llevó consigo a los otros regímenes de su órbita, pero en Vietnam, China y, en los últimos años, Corea del Norte, es decir, donde los tanques rusos no son necesarios para controlar a la población, el resultado fue el esperado. Cuba no deja de ser una referencia importante, pero hay que entender que el sistema logró oxigenarse en gran medida por los petrodólares venezolanos, por lo que no debe atribuirse su sobrevivencia sólo a la racionalización. Veremos cómo marcha ahora que, con Venezuela en bancarrota, parece estarla adoptando otra vez.
Todavía es muy temprano pasa atisbar qué puede pasar, pero al menos dos hipótesis quedan claras: hubo una transición, probablemente aún en curso, cuyo desenlace todavía es una incógnita; y la procesión expiatoria del regreso de los diputados, no podrá ser (por lo menos no completamente), una restauración como si el triunfo de la oposición en 2015 y todo el reacomodo del madurismo hubiesen pasado jamás. Los dioses regresan a su altar, pero con una feligresía distinta y tal vez otra religión. No es la primera vez que pasa.
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