
Félix Arellano
La posibilidad de establecer un diálogo transatlántico entre el nuevo gobierno de los Estados Unidos y la Unión Europea, dinámico, flexible, con una agenda diversa, orientado a la construcción de un mecanismo de consulta y coordinación frente a los grandes desafíos que estamos viviendo, podría representar un avance cualitativo en la construcción de gobernabilidad mundial, privilegiando principios y reglas y, en ese contexto, enfrentar las tendencias autoritarias que se incrementan a escala global. Con respecto a la crisis venezolana ese diálogo pudiera hacer la diferencia sobre el papel de la comunidad internacional democrática en la construcción de una salida pacífica y democrática.
Un elemento fundamental en el diálogo, en buena medida su fundamento, debe ser el fortalecimiento de los principios de libertad, democracia y derechos humanos. El mundo afronta el incremento de diversas tendencias autoritarias populistas y radicales, que han encontrado en la pandemia del covid-19, refuerzo y excusas. Con el argumento de luchar contra el virus, los gobiernos autoritarios han fortalecido las prácticas de control, represión y exclusión.
Ahora bien, en estos momentos se abren interesantes oportunidades en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE); al respecto, cabe destacar que varias de las órdenes ejecutivas adoptadas por el presidente Biden, en sus primeros días de gobierno, evidencian coincidencias y posibilidades de acción coordinada con la UE, es el caso de la reincorporación al Acuerdo de París sobre el cambio climático, un tema privilegiado por la UE. También la reincorporación en la Organización Mundial de la Salud (OMS), que resalta la importancia que se asigna al multilateralismo para la construcción de la gobernabilidad internacional.
El diálogo transatlántico debería establecer entre sus prioridades, la coordinación de acciones para definir límites efectivos frente a las estrategias expansivas y promotoras del autoritarismo, entre otros, de China, Rusia e Irán. El caso de China es complejo, con interesantes oportunidades en materia de comercio e inversiones, pero una amenaza sistémica, en particular, contra la libertad y la democracia, como se puede apreciar en la escalada represiva que se está desarrollando en Hong Kong, utilizando la ley de seguridad recientemente aprobada por el partido comunista chino
Rusia, si bien un actor con mayores limitaciones, promueve el caos para lograr espacios y liderazgo. El mundo democrático está alerta ante la estrategia expansiva de Rusia frente a sus vecinos, casos como: Georgia, Crimea, Ucrania, Bielorrusia, son temas sensibles en la agenda, pero también la situación interna, en particular en estos momentos en que arrecia el autoritarismo frente a la protesta social, ante la detención del líder de la oposición Alexei Navalny. El presidente Joe Biden ha expresado su enfático rechazo, también la UE; adicionalmente, Joseph Borrell, el alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, ha viajado a Moscú, y si bien puede resultar un diálogo de sordos, lo evidente es que crece un rechazo a nivel nacional y mundial ante la permanente violación de los derechos humanos en Rusia.
Irán constituye otra seria amenaza, particularmente en el medio oriente, pero con repercusiones globales, de hecho su presencia está creciendo en nuestra región y debemos resaltar que el expansionismo iraní se presenta claramente como enemigo de la libertad y promotor de un totalitarismo religioso. Retomar el acuerdo nuclear con Irán, que aún apoya la UE, representa una interesante coincidencia, empero los obstáculos son fuertes. Por una parte, el partido republicano en el Congreso, pero también el bloque que Israel ha logrado construir con un grupo de monarquías sunitas, en el marco de los llamados “Acuerdos de Abraham”, que se oponen a las negociaciones con Irán.
Por otro lado, también podrían ser objeto de coordinación para una acción más efectiva casos como: Siria, Libia, Turquía e incluso Corea del Norte, incluso Myanmar. Estos temas deberían ser abordados en el marco del diálogo transatlántico, con especial participación de la OTAN. Lo que implica que en primer lugar se deberían abordar a fondo las debilidades que el expresidente Trump destacó en relación con esa organización. Conviene recordar que la OTAN podría representar un foro para la formulación de estrategias de acción ante el avance del autoritarismo a escala mundial.
En este breve inventario de temas que pueden ser objeto de un trabajo coordinado en el marco de una nueva relación transatlántica, también se encuentra el caso de Venezuela. La UE ha desarrollado una amplia e intensa actividad frente a la crisis política venezolana. Conviene recordar que ha creado el Grupo Internacional de Contacto, que ha monitoreado exhaustivamente la situación venezolana, que en el tiempo ha crecido en su composición, recientemente se han incorporado Chile y Panamá.
La UE siempre ha mantenido como objetivo central la construcción de una salida pacífica y democrática frente a la crisis. En estos momentos se aprecian potenciales coincidencias en la acción estratégica, entre los diversos gobiernos democráticos que apoyan la lucha democrática en Venezuela, en particular, entre el Grupo de Lima (que se está debilitando), el nuevo gobierno de los Estados Unidos y la UE. Todos coinciden en la necesidad de crear condiciones competitivas para una salida electoral.
También coinciden en la conveniencia de revisar el esquema de sanciones, particularmente las económicas y financieras, que pudieran tener efectos significativos en la crisis humanitaria compleja. No debemos olvidar que las sanciones aplicadas por largo tiempo y en forma unilateral pueden tener efectos paradójicos.
La revisión de estrategia de presión máxima que aplicaba el gobierno de los Estados Unidos, abre posibilidades para una negociación, un tema satanizado, pero inexorable. En esta fase, la iniciativa de la formulación de la estrategia no pareciera estar en manos del gobierno de los Estados Unidos, que si bien juega un papel fundamental en el manejo de las sanciones, se encuentra en fase de conformación de los equipos y con graves problemas internos.
En tales condiciones, la UE podría jugar un rol protagónico, en la construcción de la hoja de ruta, en la coordinación con otros gobiernos democráticos que defienden la lucha venezolana y también con los gobiernos de China, Rusia, Irán y Cuba, con los que mantiene relaciones fluidas. El apoyo del reino de Noruega podría ser muy valioso por su profunda vinculación al tema y amplia experiencia en negociaciones.
Seguramente la UE debe tener muy claro que la negociación puede resultar una trampa, una manipulación para lograr tiempo y consolidación; por eso, tendría que considerar tanto incentivos, como sanciones, para evitar repetir las experiencias fracasadas del Vaticano, el gobierno de Republica Dominicana y la mediación de Noruega. Otra parte fundamental en la ecuación es la coordinación de la oposición democrática venezolana, su fragmentación le resta liderazgo y protagonismo. El escenario exige de un director de la orquesta, ese debería ser su papel, el reto es enorme pero indispensable: superar los personalismos y, no obstante, las diferencias que son consustanciales con la democracia, lograr un mínimo de coordinación una hoja de ruta.
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