

Andrés Cañizález
@infocracia
Corría el año 2000. Estaba en sus primeros meses de gestión el presidente Hugo Chávez, y las encuestas revelaban que su aceptación era mayor al nivel de votos que había obtenido en las elecciones. Era claro que estábamos en Venezuela ante el cierre de un ciclo.
Era un tiempo de balances y pronósticos. Por un lado, se pasaba revista al fracaso del modelo 1958 y con esto se cerraba un ciclo en Venezuela, y por el otro, no eran pocas las inquietudes que generaba el nuevo ciclo, la llamada “Revolución Bolivariana”.
A fin de cuentas, el voto popular había castigado -sin duda- a quienes habían gobernado bajo el modelo de conciliación de élites, pero se avizoraba que ese respaldo mayoritario caía sobre los hombros de un líder al que era difícil definir, y de quien no se tenía claridad hacia dónde conduciría el país. Sólo era claro que estábamos a las puertas de un cambio de época en el país.
En julio de 2000, Michael Penfold publicó un ensayo titulado “Adiós al puntofijismo”, en el que revisaba el fracaso del modelo de conciliación de élites instaurado en 1958, y que justamente al ser electo Chávez, en diciembre de 1998, sencillamente se resumía en un arco de tiempo de cuatro décadas.
Para Penfold hubo dos factores que ayudan a explicar el fracaso del modelo. Por un lado, el efecto de la caída del ingreso fiscal petrolero, que exacerbó muchas de las contradicciones iniciales del sistema democrático, junto al incremento de la competencia electoral como producto de cambios en el sistema electoral y el inicio de la elección directa de alcaldes y gobernadores. La caída del ingreso fiscal petrolero erosionó el mecanismo utilitario sobre el cual se sostenían los arreglos institucionales del sistema democrático venezolano.
Para el autor, la caída de los ingresos fiscales que de forma recurrente vivió el país a partir de los años 80 y que se extendió durante los 90, puso en crisis a unos actores políticos, el bipartidismo de AD y COPEI, hacia los cuales se centraron las críticas de la sociedad y de los actores políticos emergentes. El pacto político en Venezuela tuvo éxito en la medida en que tenía capacidad redistributiva, cuando ese mecanismo dejó de funcionar (por la caída de los ingresos petroleros) se enfatizó un proceso de deslegitimación que se expresó finalmente en las urnas llevando a un outsider al poder –como lo fue Chávez en 1998-.
Guillermo Tell Aveledo nos ha recordado que el Pacto de “Puntofijo” de octubre de 1958, pasó a ser conocido así porque se firmó en la residencia de Rafael Caldera, y lo más importante, es que este pacto de gobernabilidad futura se suscribe sin que los partidos políticos de entonces estuviesen en el poder y además desconocían cuál sería su peso electoral, dado que se venía de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y eran largos los años sin elecciones libres en Venezuela.
El pacto entre las élites políticas, fue suscrito por los líderes de los partidos Copei (Rafael Caldera, Lorenzo Fernández, Pedro del Corral), AD (Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios y Raúl Leoni) y URD (Jóvito Villalba, Ignacio Arcaya y Manuel López Rivas).
El pacto de “Puntofijo” como tal sólo tuvo una vida de tres años. Con el paso del tiempo, y especialmente en la etapa menguada del modelo democrático de 1958, se le pasó a llamar “puntofijismo”, principalmente como descalificación, a aquella conciliación y búsqueda de consensos que fue el germen de la democracia venezolana instaurada en 1958.
Junto con la constatación de que concluía un ciclo democrático, con sus luces y sombras, en aquel julio de 2000 se trataba de escudriñar la naturaleza del naciente chavismo en el poder.
Francisco José Virtuoso, por ejemplo, tituló de esta forma un artículo de análisis, de su autoría: “A la revolución le hace falta política”. Al realizar un balance de los primeros 16 meses del gobierno de Chávez, sostenía Virtuoso que el entonces presidente fundaba su liderazgo en el entusiasmo de la población. Lograba sintetizar la expectativa popular de dejar atrás una situación no deseada y creaba la ilusión de que en el corto plazo era posible lograr cambios sensibles en la vida política, social y económica del país.
Asimismo, apuntaba el autor, Chávez simbolizaba “el republicanismo cívico bolivariano que forma parte de la identidad ideológica de las Fuerzas Armadas Venezolanas”.
Lo que eran buenos propósitos, que comulgaban con el deseo popular, sin embargo no ocultaban en el análisis de Virtuoso elementos que eran sumamente preocupantes en esos primeros meses de gestión: “la inexistencia de un proyecto de país en el que se concreten las aspiraciones de los venezolanos y las buenas intenciones del presidente, su gobierno y sus aliados políticos, la ausencia de trabajo en equipo de los integrantes del alto gobierno, el continuo recurso a militares (retirados y activos) y a la institución militar para ocupar cargos políticos y administrar programas sociales o de desarrollo, y la inexperiencia de la mayor parte de los funcionarios en el ejercicio de los cargos que se les encomienda”.
No lo dice el autor, lo decimos nosotros, reinaban en realidad el voluntarismo y la improvisación, y en medio de lo que era un maremágnum de anuncios de Chávez, comenzaba a manifestarse la corrupción como signo de identidad del nuevo poder. Un caso emblemático fue el enriquecimiento de un muy cercano colaborador de Chávez, el general Cruz Weffer, gracias a lo que fue el programa bandera de entonces, el Plan Bolívar 2000, como lo develaron investigaciones periodísticas de Lisseth Boon.
Tal como lo ha apuntado Tomás Straka, aquel chavismo que se estrenaba en el poder era difícil de definir, ideológicamente era un proyecto difuso. Se combinaban en el hiperliderazgo de Chávez ideas provenientes de diversas fuentes, junto con “una capacidad extraordinaria para concitar emociones, de apoyo o rechazo”, con lo cual cada quien podía hacer su interpretación personal sobre el ideario de Chávez y sus seguidores.
Para el chavismo, en tanto, a partir de las elecciones presidenciales de 2006 comenzará otra etapa signada por la bandera del “socialismo del siglo XXI”.
Fuentes:
Aveledo, Guillermo Tell (2020) “Partidos políticos modernos: surgimiento, auge y declinación en la Venezuela del siglo XX”. En: Prodavinci, texto en línea: https://prodavinci.com/partidos-politicos-modernos-surgimiento-auge-y-declinacion-en-la-venezuela-del-siglo-xx/
Boon, Lisseth (2016) “Cruz Weffer: el general chavista que desembarcó en un paraíso fiscal”. En: Runrunes, artículo en línea: https://runrun.es/investigacion/255505/cruz-weffer-el-general-chavista-que-desembarco-en-un-paraiso-fiscal/
Penfold, Michael (2000) “Adiós al puntofijismo”. En: SIC. Vol. 63. N° 626. pp. 256-260. Caracas: Fundación Centro Gumilla.
Straka, Tomás (2017) “Leer el chavismo. Continuidades y rupturas con la historia venezolana”. En: Nueva Sociedad. N° 268. pp. 77-86. Buenos Aires: Fundación Friedrich Ebert.
Virtuoso, Francisco José (2000) “A la Revolución le hace falta política”. En: SIC. Vol. 63. N° 626. pp. 251-252. Caracas: Fundación Centro Gumilla.
Categorías:Opinión y análisis