

Andrés Cañizález
@infocracia
Un signo inequívoco de enfermedad sociopolítica, cuando se analiza la etapa germinal de la Revolución Bolivariana, tiene que ver con la presentación de proyectos grandilocuentes por parte del líder y el respaldo complaciente de los ciudadanos para tales propuestas faraónicas. La idea de un país potencia no era sólo un eslogan oficial, sino que efectivamente una parte importante de la población -en aquellos primeros tiempos- creía que Hugo Chávez transformaría positivamente al país.
Venezuela como país no sólo está compuesta de lo hecho, de lo erigido y construido en términos de su infraestructura, sino que también está alimentada de proyectos que en algunos casos se sabían irrealizables. La fantasía populista los creaba y alimentaba.
Uno de los proyectos faraónicos que marcó al chavismo, en sus inicios entre 1999 y 2000, fue la quimera (no puede llamársele de otra forma) de mudar al país al sur, con el eje Orinoco-Apure. Se trató de un proyecto al cual el tándem Hugo Chávez y Jorge Giordani le dedicaron largas horas en cadenas y alocuciones. Todo quedó en palabras.
En mayo de 2000, el arquitecto y urbanista Marco Negrón hizo un desmenuzado análisis de las implicaciones ideológicas que comprendía aquel faraónico proyecto, que en palabras oficiales podía implicar el asentamiento en el sur del país de nueve millones de personas. El texto de Negrón se tituló “El eje Orinoco-Apure: una visión reaccionaria del desarrollo”.
El autor cuestiona que comenzando el siglo XXI se insistiera en las viejas tesis “de sesgo francamente anti-urbano” que proponía la revolución territorial comunicada por el entonces exultante Hugo Chávez, como gran novedad del gobierno que recién se estrenaba, pero que en realidad tenía como ideólogo visible al ministro de Planificación, Jorge Giordani, sempiterno en dicho cargo durante la Revolución Bolivariana en la era Chávez.
Para Negrón, aquella descabellada propuesta de mudar el país al sur, que era lo que se proponía, representaba un peligro, ya que en aras de un supuesto beneficio de lo rural por encima de lo urbano, las políticas públicas sencillamente obviaban la necesidad de afrontar el reordenamiento urbano en urbes complejas del país como Caracas, Valencia o Maracaibo.
El eje Orinoco-Apure simbolizaba, en aquella etapa germinal del chavismo en el poder, la necesidad de cambiarlo todo, inclusive se planteaba la necesidad de mudar la capital de la República, incluso entre quienes antes adversaban esa idea como lo precisaba el periodista Roberto Giusti en un artículo publicado por El Universal, el 30 de mayo de 1999.
“El nuevo embajador venezolano en la India, Walter Márquez, siempre crítico mordaz del Eje Fluvial, sostiene ahora la necesidad de sacar la capital del centro del país y ubicarla en la cuenca del Orinoco”, sostenía Giusti.
En palabras del propio exdiputado que se estrenaba en funciones diplomáticas: propongo trasladar la capital de la República al Orinoco, como única manera de desarrollar un equilibrio geopolítico, porque mientras la capital esté en el centro, no lograremos ese equilibrio. Debemos seguir el ejemplo de Brasil y de la India, que crearon Brasilia y Nueva Delhi. Creo que a partir de un asentamiento ya existente en la cuenca del Orinoco se debe dar el primer paso en la creación de la nueva capital venezolana. Esto no lo decía Chávez, sino Walter Márquez. La fantasía populista envolvía a propios y extraños. El liderazgo parecía embebido en la tesis de que una revolución con R mayúscula debe cambiarlo todo, poner el país patas arriba.
Como indica Negrón en su texto, el proyecto Orinoco-Apure constituía una “estrategia central” en el desarrollo nacional, en la naciente era bolivariana. Según palabras de Giordani, se trataba de un “proyecto bandera” y “una revolución en sí mismo”. Un aspecto que señalaba el autor, y que también el periodista Giusti recogía, era la ausencia sobre el rol que le correspondía a los centros poblados existentes en todos estos planes de grandes asentamientos urbanos.
“Son muchas las propuestas, pero ninguna de ellas debe realizarse sin previa consulta popular”, sostenía Giusti, a tono con el carácter participativo que se le daba al modelo democrático con la nueva carta magna. También advertía el periodista, quien estuvo algunos años como corresponsal en Moscú, que la experiencia de la ex Unión Soviética y de los Balcanes nos demuestra los desastrosos resultados de una ocupación territorial compulsiva.
La tesis de Chávez y Giordani apuntaba a echar por la borda lo que fue un gran legado del siglo XX venezolano, la construcción social de un nosotros a partir de la conexión del territorio nacional. Tal como lo ha recordado Roberto Briceño León, esto se logró con la construcción de la red de carreteras nacionales que unía las regiones distantes con Caracas.
Efectivamente se hablaba de movilizar a numerosa población, de un lugar a otro, tras la búsqueda de una quimera, que sólo parecía compuesta de beneficios, pero sin consultar a los afectados. Finalmente, y podríamos decir que casi felizmente, este proyecto quedó en el papel y en los discursos públicos de una época, porque incluso el propio Chávez pasados los años tampoco mencionó más al eje Orinoco-Apure.
Fue un sueño, pero no cualquiera, ya que a éste se le dedicaron recursos públicos.
Fuentes:
Briceño León, Roberto (2021) Siglo XX Venezolano: Un siglo de inclusión social En: Prodavinci, texto en línea: https://prodavinci.com/un-siglo-de-inclusion-social/
Negrón, Marco (2000) “El eje Orinoco-Apure: una visión reaccionaria del desarrollo”. En: SIC. Vol. 63. N° 624. pp. 154-156. Caracas: Fundación Centro Gumilla. Negrón, Marco (2011) ¿Y qué se hizo del Eje Orinoco-Apure?. En: Analítica, texto en línea: https://www.analitica.com/economia/y-que-se-hizo-del-eje-orinoco-apure/
Categorías:Opinión y análisis