
Andrés Cañizález
@infocracia
Una vez que Hugo Chávez llegó al poder, en febrero de 1999, actuó profundizando los males que habían caracterizado al modelo democrático de 1958, que lucía ya agotado y sin capacidad de respuesta a las demandas de cambio. El voto popular se inclinó por el outsider, por el comandante que irrumpió en los hogares a través de la pantalla de televisión, desafiante, con su “por ahora” en 1992.
El proyecto, verbalizado por el propio Chávez, de su Revolución Bolivariana y que gobernaría por décadas en Venezuela, se fue ajustando de acuerdo con las demandas del momento. Es lo que reseñamos en otro artículo en relación con la figura del referendo revocatorio. El chavismo lo torció y desdibujó, para garantizar que Chávez no fuese revocado como correspondía en el año 2003. La desdemocratización, el vaciamiento de los mecanismos democráticos, iba avanzando.
Las elecciones presidenciales de 2006 son otro hito en este largo proceso de desmontaje democrático en Venezuela. Aquella fue una campaña en la que quedó en evidencia que Chávez haría todo lo posible por permanecer en el poder, incluso al punto de dejar de ser él mismo.
Como es sabido Chávez fue electo. Obtuvo 7,3 millones de votos. Bastante lejos de la meta que había trazado a su equipo de campaña de arrasar con 10 millones de votos. Sin embargo, su caudal electoral representaba un significativo 62 por ciento de los votos.
Una gran novedad en aquel momento fue la candidatura unitaria de la oposición con el gobernador del estado Zulia, Manuel Rosales. Novedad porque un año antes los factores políticos opositores habían optado por no acudir a las elecciones parlamentarias, con lo cual el chavismo copó este poder público casi en su totalidad. Rosales obtuvo el 36,9 por ciento de los votos.
La meta de los 10 millones de votos, según Juan Romero, resultaba sumamente ambiciosa y conllevó una declaración del propio presidente en donde reconoció que era matemáticamente imposible alcanzarla. No obstante, insistió durante toda la campaña en la necesidad de ganarle por amplio margen al candidato del imperio, tal como se refería a Manuel Rosales.
Al analizar la campaña de Chávez en 2006, el jesuita Arturo Peraza señalaba que el discurso de confrontación inicial no dio los resultados esperados, en términos de opinión pública, y finalmente se cambió por el eslogan “por amor”. Chávez en aquel momento dio un giro radical en su discurso. De una guerra verbal contra el imperialismo y pugnando por lo que sostenía sería el socialismo del siglo XXI, se pasó a un mensaje personal, sosegado, en el cual el presidente-candidato pedía que votaran por él en un acto de amor para darle continuidad a los programas sociales, a las misiones.
El giro dado por Chávez incluyó la inauguración de diversas obras de infraestructura, algunas de las cuales, incluso, no estaban culminadas, pero igualmente se les inauguró como parte de la campaña propagandística.
“La discusión por el color azul es otro elemento llamativo del proceso del Presidente. Es claro su gusto ideológico por el color rojo, vinculado a los partidos de izquierda marxista a lo largo de toda la historia del siglo XX, tanto en Venezuela como fuera de ella. En la campaña constantemente usó ese color en sus camisas y mensajes. Pero en algún momento intentó valerse del color azul, identificado como un tono pacificador, relacionándolo con el mensaje del amor. Este esfuerzo duró pocas semanas y al final del proceso parece haber vuelto a su preferencia por el color rojo”, reseñaba Peraza este elemento como parte de la campaña electoral.
Las misiones sociales fueron usadas en aquel momento como parte de una campaña de chantaje dirigida a los más pobres: “Una y otra vez los voceros del gobierno le recuerdan a la población que los logros alcanzados en materia social, o las expectativas que la población pueda tener respecto a estos programas o ayudas, depende de la continuidad del Presidente, pues de llegar la oposición, estos programas serían cortados y la base militante del Presidente eventualmente perseguida”.
En tanto, al pronunciarse sobre este proceso, el Centro Gumilla, a través de un editorial en la revista SIC, recordaba –una vez más- la necesidad de establecer pactos para la convivencia democrática: “La democracia más bien consiste en un sistema civilizado de lograr establecer consensos en torno al tema del poder. Es un modo de afirmar el pluralismo y establecer a la vez una voluntad de Estado, que recoge el sentir de la pluralidad con base a un sistema de mayorías, que determina al gobierno y sus líneas fundamentales, pero a la vez reconoce la existencia de la diferencia asumiéndola y valorándola en sus decisiones”.
El editorial sostenía que de los resultados electorales emanaban responsabilidades para cada actor político. Para quienes ganaron el mandato de gobernar para todos, no sólo para los que votaron por esa opción, y para quienes perdieron la potestad de ejercer democráticamente un rol de oposición, fiscalizando a quienes ejercen el poder.
Nada de esto ocurrió en la vida venezolana posterior a estas elecciones del 3 de diciembre de 2006: el presidente Chávez una vez electo, se olvidó del tono dulce de su eslogan “Por amor” y se lanzó por el sendero de entender el triunfo electoral como un cheque en blanco; no sólo colocó el tema del socialismo del siglo XXI como su eje principal sin discusión con la sociedad sobre esta propuesta, sino que, de inmediato, se abocó a la reforma constitucional con el fin expreso de establecer la reelección por tiempo indefinido y cambiar la estructura del Estado venezolano.
Rosales, en tanto, no pudo ejercer su rol de opositor ya que una persecución judicial, que tenía como excusa la lucha contra la corrupción, le llevó finalmente fuera de Venezuela meses después de las elecciones.
Las elecciones de 2006, a juicio de Ramos Jiménez, no se diferenciaron mucho de las otras tantas votaciones en las que Venezuela se vio inmersa una vez que el chavismo llegó al poder. La multiplicación de elecciones no fue, sin embargo, sinónimo de una salud democrática.
Según este autor, en realidad se estuvo ante el falseamiento de la competición electoral en Venezuela, posterior a las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1998, con la incorporación de elementos de tipo autoritario: uso abusivo de los recursos del Estado a favor de un candidato o lista de candidatos “oficial” hasta la vigencia de un pluralismo “controlado”, pasando por el carácter previsible de los resultados.
Fuentes:
Peraza, Arturo (2006) “Evaluación de la campaña”. En: SIC. Vol. 69. N° 690. pp. 438-439. Caracas: Fundación Centro Gumilla.
Ramos Jiménez, Alfredo (2007) “Venezuela: las elecciones presidenciales de 2006. Elecciones como ninguna otra”, En: Nuevo Mundo, texto en línea: https://journals.openedition.org/nuevomundo/3446
Romero, Juan (2007) “Las elecciones presidenciales en Venezuela 2006”, En: Nuevo Mundo, texto en línea: https://journals.openedition.org/nuevomundo/3900
Categorías:Opinión y análisis