
Trino Márquez
La próxima Cumbre de las Américas, que se realizará en Los Ángeles, California, entre el 6 y el 10 de junio, se ha constituido en una fuente de problemas diplomáticos con Estados Unidos. Ha hecho evidenciado la crisis de la democracia en América Latina y mostrado la complicidad de algunos líderes de la región con los populismos autoritarios y con el totalitarismo.
El presidente Joe Biden, anfitrión del encuentro, se niega a invitar a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Argumenta que en esas naciones se violan de forma sistemática los derechos humanos. Se han demolido las instituciones democráticas y derechos civiles esenciales, como el voto universal y secreto, la libertad de expresión y de organización, no existen tribunales autónomos y el Poder Judicial y el Legislativo han quedado subordinados al Poder Ejecutivo, cada vez más concentrado y despótico. Convocar los gobiernos de esas naciones a la Cumbre sería una forma de colocarlos en una tribuna que no merecen, avalar su comportamiento opresivo y darle la espalda a los partidos y grupos que luchan en condiciones muy adversas por recuperar los espacios democráticos que perdieron hace décadas. Además, invitarlos resulta una manera de desconocer algunos de los propósitos esenciales de la Cumbre, concebida a comienzos de la década de los años noventa –cuando Bill Clinton era el mandatario norteamericano- con el fin de abordar en conjunto los temas de la cooperación e integración continental, y tratar de fortalecer las instituciones democráticas y los Estados constitucionales de las naciones signatarias.
Entre los efectos benéficos de la Cumbre de las Américas (la primera tuvo lugar en 1994 en Miami) se encuentra la redacción de la Carta Democrática Interamericana, aprobada el 11 de septiembre de 2001 en Lima. Este texto constituye un instrumento del sistema interamericano de derechos humanos para reconocer el derecho de los pueblos de América a la democracia y la obligación de sus gobiernos a promoverla y defenderla.
Quien ha liderado a los sectores más antidemocráticos en la protesta contra Estados Unidos es ese caudillo sinuoso e inefable llamado Andrés Manuel López Obrador, AMLO. El presidente mexicano amenaza con no ir a Los Ángeles si no se invita a Cuba, Nicaragua y Venezuela. A AMLO se han sumado los mandatarios Luis Arce, Bolivia, y Alberto Fernández, Argentina. Todos del ala de la izquierda negada a alinearse con el respeto irrestricto al orden democrático y a los derechos humanos.
Joe Biden tiene razón al negarse a extenderles la invitación a los países mencionados. Los gobiernos de Cuba y Nicaragua, y en menor medida, de Venezuela, han sepultado los derechos humanos que consagra la CDI. La dictadura totalitaria del tándem Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel le ha aplicado castigos inhumanos a centenares de mujeres y hombres, la gran mayoría jóvenes, que salieron a protestar en la inusual y heroica jornada de manifestaciones pacíficas del 11 de julio del año pasado en varias ciudades de Cuba. Después de más de sesenta años de empobrecimiento y terror frente al aparato represivo de la tiranía, los cubanos decidieron desbordar las calles exigiendo mejoras en la calidad de vida y libertad. Este signo de vitalidad de ese pueblo oprimido fue sofocado de manera brutal por la enquistada dirigencia del Parido Comunista, amo y señor del país antillano. La izquierda latinoamericana se ha mantenido muda frente a los atropellos de la maquinaria represiva del régimen. La comunidad internacional también ha mantenido un silencio vergonzoso ante el dúo Castro-Díaz-Canel.
La pareja formada por Daniel Ortega y Rosario Murillo arrasó con la precaria democracia nicaragüense. La dictadura formada por esa yunta es tan feroz, o peor, que la ejercida por la dinastía Somoza. Nicaragua se convirtió en una inmensa cárcel para los opositores. Los dirigentes que trataron de competir por la presidencia con Ortega fueron defenestrados. Ahora enfrentan condenas crueles. Se les acusa de terroristas. Su delito consiste en haber intentado competir con el exguerrillero convertido en gamonal de una nación arruinada por él y su camarilla. Ahora el éxodo de nicaragüenses hacia Costa Rica, México y Estados Unidos es permanente y caudaloso. La izquierda evita la condena.
El caso venezolano resulta distinto. Comparada con Cuba y Nicaragua, Venezuela sale más favorecida. Las sanciones internacionales frenaron el ímpetu represivo del régimen. La existencia de una figura como Juan Guidó, reconocido como presidente interino por más de cincuenta naciones, resulta impensable en la nación centroamericana o en la isla antillana. En Venezuela, a pesar de que han sido muy golpeados, aún existen partidos, sindicatos, gremios, federaciones estudiantiles y organizaciones de la sociedad civil, que disfrutan de cierta independencia. Aunque la nación actual se encuentra muy lejos de ser ese país plural, tolerante e inclusivo que fue en el pasado, no puede decirse que se encuentre en la misma situación del totalitarismo cubano o la tiranía nicaragüense.
Algunos analistas, con la ambigüedad que los caracteriza, han comentado que Joe Biden corre el riego de fracasar en su intento de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela. No creo que la Cumbre de las Américas deba ser un foro para apañar tiranos como Ortega y Díaz-Canel. Lo de Venezuela podría negociarse, aunque no es fácil hacerlo por la presencia de Guaidó. Los demócratas deben asumir el riesgo que implica rechazar los dictadores donde estos pretendan estar. La complicidad y el silencio causan mucho daño. AMLO no puede chantajear a los países democráticos.
@trinomarquezc
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