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Estados Unidos y China: una relación sui géneris

Tomada de eleconomista.es

José Castrillo*

Estamos viviendo un profundo cambio tectónico en el orden global internacional, marcado por el posicionamiento de la región del Asia-Pacífico como el centro de gravedad, por su peso demográfico, económico, político y tecnológico. China avanza como la potencia emergente y viene asumiendo, en forma lenta, pero segura. su lugar en el nuevo orden emergente, acumulando poder militar con proyección regional y global, al construir una gran flota naval; expendiendo una red de infraestructura de apoyo a la producción y el comercio entre Europa, Asia y África, donde ella será el punto central (nueva Ruta de la Seda)- programa semejante al Plan Marshall de Estados Unidos en Europa de postguerra por su impacto económico y político- e invirtiendo en investigación y desarrollo para equipararse y superar a las potencias tecnológicas occidentales.

La emergencia de China como potencia (ascenso pacífico, como lo autocalifica el gobierno chino) y, en consecuencia, su mayor asertividad en el contexto internacional, chocará con intereses de varias potencias, entre ellas, Estados Unidos. Con esta nación todos los centros de análisis global, visualizan o prevén una posible confrontación militar en el futuro: las tensiones generadas por la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos a Taiwán, recientemente, es un indicador de una potencial confrontación que puede derivar en un conflicto militar acotado en el estrecho de Taiwán.

Sin embargo, hay que destacar que la relación China-Estados Unidos es muy particular. Acostumbrados a ver las relaciones en forma binaria amigo-enemigo, las relaciones entre ambas potencias tienen un carácter especial. Durante la administración del presidente Richard Nixon se normalizaron las relaciones diplomáticas, que luego sirvieron de plataforma para las relaciones económicas y comerciales, que jugaron en China un papel fundamental para su crecimiento económico y desarrollo posterior.

De ser adversarios ideológicos pasaron a ser aliados políticos-para confrontar a la Rusia Soviética- y luego socios comerciales, propiciando Estados Unidos la apertura económica china liderizada por Deng Xiaoping, el padre de la modernización económica de esa nación asiática. Con las reformas políticas y económicas de la China post Mao, las inversiones extranjeras occidentales y estadounidenses llegaron, aprovechando la mano de obra barata, estableciendo factorías o fábricas de grandes marcas para la exportación. China por supuesto aprovechó esas inversiones, los conocimientos técnicos y de gestión para construir su industria nacional, asimilando, copiando y mejorando. Hoy vemos los resultados económicos de esa política de apertura.

Hoy estas naciones operan como socios comerciales y económicos de primer orden, pero desde hace años viene aumentando la tensión geopolítica en medio de una rivalidad sistémica. Según la Oficina del Censo de Estados Unidos, en 2021 dicho país exportó bienes a China por US$ 151.442 millones, e importó por un valor de US$ 504.935 millones. Por volumen total de exportaciones e importaciones, Estados Unidos es el principal socio comercial de China, y esta nación es el principal socio de Estados Unidos.

¿Cómo explicar esta situación de socios económicos, comerciales y financieros con densos lazos de interconexión y rivalidades en otros ámbitos de sus relaciones bilaterales?

En el mundo actual las relaciones económicas y políticas se han complejizados y están marcadas por relaciones no estructuradas o difusas, que no son inmutables, sino cambiantes y parciales. 

Las relaciones chinas-estadounidenses se enmarcan en esta condición, lo que significa que podemos establecer un tablero de relaciones de tres dimensiones: una de socios, particularmente en materia de intercambio comercial, económico y financiero; otra dimensión donde se ven como competidores estratégicos en términos geopolíticos, como potencias de proyección global que disputarán su supremacía en la zona del Indo-Pacífico, y donde cada una buscará imponer sus intereses estratégicos, además del dominio tecnológico; y aliados para poder enfrentar las graves amenazas globales como el cambio climático, entre otros.

Ambos países deben gestionar esta triple condición en sus relaciones bilaterales para evitar una confrontación catastrófica en los años por venir. Establecer procesos de diálogos que faciliten, el entendimiento mutuo, así como la búsqueda de áreas de cooperación y de negociación para enfrentar las divergencias, es crucial y necesario para la estabilidad política y el desarrollo económico global.

Estamos presenciando el fraguado de un nuevo orden mundial que será multipolar, conformado por varios actores geoestratégicos (potencias de dimensión global) y un conjunto de Estados Pivotes (Ucrania, Turquía, Arabia Saudí, Sudáfrica, Brasil, Corea del Sur, Corea del Norte, Vietnam, Pakistán, Irán, Japón) que, por sus recursos o posición geográfica, forman parte del juego del poder entre potencias (Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia).

Estados Unidos y China son las primeras potencias de este orden emergente, y deberán gestionar en forma inteligente sus relaciones sui géneris de socios, rivales sistémicos y aliados, para garantizar la paz y la prosperidad colectiva.

*Politólogo / Magíster en Planificación del Desarrollo Global.

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