
Tulio Ramírez
La reanudación de las conversaciones en México entre el gobierno y algunos actores de la oposición venezolana, pareciera más bien parte de los acuerdos entre el gobierno de Maduro y los Estados Unidos. No digo que hay que restarle méritos a quienes, desde la oposición vernácula, han insistido en esta negociación como mecanismo de salida a la crisis política y humanitaria que vive el país, pero el contexto en el cual se reanuda el diálogo, indica que el peso de la negociación con la potencia del norte ha generado este subproducto.
Solamente hay que analizar las jugadas previas realizadas en este tablero de ajedrez internacional. Por una parte la victoria de Petro en Colombia, mueve el mapa político en la región. La posibilidad de que gobiernos tan afines como el de Venezuela y Colombia, consoliden una suerte de eje radical antinorteamericano con puerta libre para los nacionales de países como Rusia, China, Irán, Libia, Cuba, Nicaragua, no augura buenos presagios para la presencia norteamericana en la región. El reciente triunfo de Lula, potencia este peligro.
Por otra parte, la naturalización de esta situación en el tiempo, repercutiría en la ampliación del éxodo hacia los Estados Unidos, agravándose con la suma de un posible éxodo de colombianos, lo que obligaría a la Casa Blanca a radicalizar su política de contención de la migración con las consecuencias que esto supone en términos del voto latino y su desplazamiento hacia propuestas electorales más demagógicas sobre el tema.
No se debe soslayar la eventual necesidad, para mantener esa gran economía del norte, de importar petróleo por las dificultades presentadas por el conflicto entre Rusia y Ucrania, así como el alza de los precios de este combustible por los recortes de producción impulsados desde la OPEP. Esto explicaría la anunciada participación de Chevron en el negocio petrolero venezolano, mejorando las desvencijadas y mal mantenidas instalaciones en los campos petroleros y en las petroquímicas.
Todo esto y quizás algunos otros acontecimientos no tan visibles al gran público, podrían explicar hechos aparentemente aislados de acercamiento entre el gobierno de Biden y el gobierno venezolano. El caso del “intercambio” que liberó a los tristemente famosos sobrinos inmediatamente después de ser puesto en libertad uno de los presos de nacionalidad estadounidense, pareciera una arista o subproducto más de estos acercamientos de alto nivel.
El diálogo que se está anunciando para el mes de noviembre, pareciera formar parte de esta novela por capítulos. No nos engañemos, no es una concesión gratuita del gobierno bolivariano ni es producto de un “jaque” de la oposición. El argumento que sostiene esta afirmación, por una parte, le oposición no posee en su haber algo que el gobierno quiera para sí, ni el gobierno percibe peligro inminente que debilite su poder, como para que lo impulse a sentarse de manera perentoria a negociar con sus adversarios.
Por el contrario, la imagen de aparentes pequeñas victorias en lo económico que, si bien no ha significado mejoras para la mayoría, han generado en muchos sectores la expectativa de que como “Venezuela está mejorando de una”, es cuestión de tiempo para “que nos toque a nosotros”
Entonces, ¿qué obliga al gobierno a sentarse en esta Mesa de Diálogo en México? Cómo diría alguno de los sagaces periodistas criollos, “son 3.000 millones de razones” las que hicieron ceder al oficialismo. Por esa cantidad se sientan con quien sea, donde sea, para hablar sobre lo que sea.
Está tan necesitado el gobierno de esos millones que inclusive ha aceptado la condición de no administrarlos directamente. Esos recursos serán destinados para ayuda humanitaria y serán administrados exclusivamente por la ONU. Lo que quiere el gobierno es que con ese dinero se atienda lo que no ha atendido y se hace a pocos meses de las elecciones, mejor.
¿Qué el gobierno vociferará que se trata de un triunfo de la revolución?, indudablemente que lo hará, es su naturaleza. Seguramente también manifestará que ha logrado doblegar las sanciones y que ese triunfo fue producto de su posición firme en la Mesa de Negociación. Esto no es descartable. La narrativa del gobierno siempre ha tendido a vender interpretaciones que se riñen con la realidad.
Ya veremos en cadena de radio y televisión estos anuncios. Entre bombos y platillos se hablará de la supremacía moral del proceso revolucionario y de su vocación por los pobres. Sin embargo, lo cierto es que se sientan en la Mesa a cambio de ese dinero destinado a la población. Quizás nuestra hipótesis sea atrevida, pero no carente de razonabilidad.
Así entonces, el gobierno norteamericano apuesta porque la fiesta finalice en paz. Cede en algunos puntos como la liberación de presos (cuidado si terminan entregando a Alex Saab), relajamiento de las sanciones para que empresas como Chevron inviertan en la industria petrolera para reanimar su raquítica producción, además de permitir la ayuda humanitaria para calmar el hambre de la población y quien sabe cuántas cosas más
Todo a cambio de un diálogo para llegar a las elecciones de 2024 con condiciones que permitan la participación libre y democrática de los venezolanos y exista la posibilidad cierta de reencausar al país hacia la senda democrática, el despegue la economía, la seguridad jurídica, la inversión extranjera y el mejoramiento sustancial de la vida de los venezolanos.
No solo es una manera válida para ayudar a mantener el equilibrio político en la región y proteger sus intereses, también es una buena oportunidad para lograr avances en materia electoral. Amanecerá y veremos.
Categorías:Destacado, Opinión y análisis