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Haití y una nueva intervención extranjera 

    Maykel Navas

Desde el inicio del presente siglo hasta finales del 2022, no ha faltado un año o mes que no  recibamos noticias catastróficas sobre la república de Haití. No sólo han sido desastres naturales: terremotos, huracanes, sequías, además, se suman los problemas sociales a saber: falta total de asistencia médica para la mayoría de la población; las recurrentes epidemias, como la actual de cólera y otros enfermedades endémicas; acompañada de una angustiante pobreza extrema, ausencia total un sistema educativo funcional y una diáspora desesperada. Todo lo anterior, en medio de un ambiente político de permanente crisis, sin aparente solución para los haitianos, el resto de los países del continente americano y algunos de Europa.

Es bajo la percepción real de caos consuetudinario, lo que ha impulsado a algunos países, conjuntamente con organismos como Naciones Unidas, la OEA y sobre todo la intervención de ONG privadas, a intentar solventar los graves problemas de Haití, mediante la llamada “ayuda humanitaria”, así como, la intervención militar. Sin embargo, es importante dejar claro que, en muchos casos, esas ayudas humanitarias terminan transformándose en políticas intervencionistas buscando soluciones diseñadas desde una visión exterior y poco apegada a la realidad haitiana y sus propias maneras idiosincráticas. Igualmente el envío de tropas sólo ha contribuido a asentar facciones políticas y enrarecer, aún más, su situación general. 

Por lo general se nos olvida que Haití, una nación de once millones de habitantes, que tiene la particularidad de compartir parte del territorio insular con la República Dominicana, fue el primer territorio independiente de América Latina, la primera república en el mundo fundada y gobernada por negros (1804) y la primera en abolir la esclavitud en el continente americano. Ese país derrotó a las tropas napoleónicas comandadas por el cuñado de Napoleón (el general Charles Lecler) en momentos en que éstas eran invencibles en Europa. 

Por otro lado, no son pocos quienes sostienen y afirman en nuestro continente americano, de manera racista y discriminatoria, que los problemas profundos de Haití se derivan de su independencia a manos de esclavos negros, en su mayoría practicantes de creencias religiosas alejadas de la fe cristiana.

Ciertamente los desastres naturales y las disputas políticas internas han contribuido de manera significativa a configurar la situación de  caos general que azota al país. Sin embargo, a lo anterior, se suman factores de intervención extranjera, en todos los campos (militar, ayudas humanitarias, económicas, médicas, etc.) que han convertido a Haití en un menesteroso internacional, dependiente de la ayuda de otros, que niega cualquier posibilidad de avanzar hacia la consolidación de una nación independiente. 

Intervenciones militares, resultados y consecuencias 

Si realizamos un rápido balance en cuanto a las injerencia militar extranjera, Haití ha sufrido largas intervenciones en el siglo pasado y en el actual. Con la aparición de una crisis política-social (1911-1915), se produjo una ocupación directa por parte de los Estados Unidos de Norteamérica. Esta invasión logró el control territorial, político y económico, con una duración de diecinueve años (1915-1934). 

Como en la mayoría de las invasiones propias de la época, la justificación fue la protección de la población civil,  salvaguardar los intereses  económicos norteamericanos y sobre todo, desde su perspectiva invasora, llevar el orden occidental allí. Para ello, contaron con la anuencia y apoyo de buena parte de la élite política y social de la sociedad haitiana. Luego de diecinueve años de ocupación, como generalmente sucede con este tipo de acciones, se fue gestando un rechazo de la población contra los invasores, intervención que por lo demás, tuvo unos resultados muy escuálidos, en cuanto al mejoramiento de la situación general de los habitantes pobres del país.  

A finales del siglo XX se produjo la elección presidencial de Jean-Bertrand Aristide (1991), su elección significó el rompimiento de la hegemonía de poder detentada por facciones de políticos y militares hasta ese momento. Un exsacerdote, conocido por su labor social y de oposición a los militares desde los barrios más pobres de la capital, tuvo desde el inicio un enfrentamiento con las élites. 

Ese enfrentamiento terminó en un golpe de Estado ocho meses después de haber tomado posesión como presidente. Jean-Bertrand Aristide se refugió primero en Caracas y luego en Washington, recibió apoyó de la mayoría de los países americanos y algunos europeos. Logró así, que parte de la comunidad internacional implantara sanciones económicas contra Haití, sanciones que terminaron por arruinar la ya maltrecha economía nacional.

Con el apoyo del presidente Bill Clinton se realizó la llamada operación “Restaurar la Democracia”(1994). Los norteamericanos desplegaron alrededor de veinte mil soldados en territorio haitiano y reinstalaron a Aristide en la presidencia. Una pequeña parte de ese contingente militar y otro de las Naciones Unidas, permaneció como respaldo institucional hasta principios del actual siglo (2000). 

A pesar de la presencia militar extranjera se produjeron dos intentos de golpe de Estado contra el presidente, los cuales no tuvieron éxito. A pesar de la presencia militar extranjera, comenzó la aparición de las bandas callejeras armadas que hoy azotan  Puerto Príncipe. La medida más determinante del presidente fue la disolución del ejército y la creación de una Policía Nacional (1995). 

En dos mil uno Jean-Bertrand Aristide es de nuevo electo presidente, en esta oportunidad, a diferencia de su anterior elección, su triunfo fue cuestionado dentro y fuera del país, graves acusaciones sobre uso de bandas armadas contra mítines rivales y amedrentamiento de centro de votación fueron algunas de las denuncias. Lo cierto es que su presidencia enfrentó el rechazo de una importante coalición de haitianos que incluyó desde campesinos y pobres hasta élites políticas y económicas. 

El mandatario realizó un viraje  hacia la izquierda buscando el apoyo de las masas,  lo que lo llevó a estrechar lazos de amistad y políticos con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y de Cuba, Fidel Castro. En todo caso, la situación derivó en graves enfrentamientos armados en las ciudades y la formación de un llamado Frente Nacional Revolucionario de Liberación, que logró cohesionar el frente de oposición interno y conseguir el apoyo internacional para pedir la renuncia  del  mandatario. 

Ante la negativa a dejar el cargo, el presidente George Bush Jr. decidió, con el apoyo de Canadá y Francia, poner fin al gobierno de Aristide. Es así, como el 29 de febrero de 2004, una fuerza de mil quinientos efectivos militares asaltó el palacio presidencial, tomó al presidente y lo montó en un avión con rumbo a la República Centroafricana. Aún hoy se debate si fue un golpe de Estado, un secuestro o una renuncia.

MINUSTAH

Ante la crisis de seguridad nacional que significó el enfrentamiento armado de ambos bandos para terminar con la presidencia de Aristide y la impotencia de la policía para enfrentarla. El presidente encargado, Boniface Alexandre, solicitó formalmente a la Organización de Naciones Unidas la intervención militar de una misión de paz que pusiera fin a los enfrentamientos armados en las ciudades.

Con el nombre de Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), el Consejo de Seguridad de la ONU dispuso su creación, y entre los objetivos principales estaba garantizar la vida de los haitianos, pacificar el país, respaldar las instituciones y bienes del Estado, canalizar las ayudas humanitarias, vigilar los procesos electores y las consiguientes votaciones.

El primero de junio de 2004 arribaron a Haití aproximadamente siete mil elementos militares, provenientes de varios países, principalmente de Estados Unidos, Canadá, Francia, Brasil, Argentina, Nepal y Chile. Las tropas se desplegaron donde se habían presentado los mayores enfrentamientos armados y donde las bandas armadas tenían  mayor incidencia.

Ciertamente la MINUSTAH (2004 a 2017) fue de gran ayuda en los desastres naturales que ha vivido el país, así mismo, ejerció control relativo de la violencia electoral y resguardo de los actos electorales. Logró bajar la violencia generada por las bandas callejeras y mejoró la seguridad personal. 

Sin embargo,  la MINUSTAH ha sido objeto de fuertes y justificadas críticas por parte de la población más pobre del país, políticos nacionales y extranjeros. Entre varios señalamientos, se le acusa de producir una epidemia de cólera, por el mal manejo de las aguas residuales del campamento militar de las tropas de Nepal, hecho que produjo diez mil decesos y ochocientos mil infectados en 2010. Esto ha hecho que la enfermedad se constituya en endémica y tenga reapariciones recurrentes, afectando a un millón seiscientas personas y provocando la muerte de ochenta mil hasta 2022. La ONU en principio negó la responsabilidad en este drama. Empero, el secretario general Ban Ki-Moon reconoció la responsabilidad del organismo y pidió disculpas públicas (2016). 

Así mismo, los efectivos de la misión han sido acusados de exceso de violencia y  de violación de derechos humanos en el control y combate contra  las bandas armadas de los barrios. Entre las acusaciones se cuenta la violación a mujeres y niñas.  

No fue posible fortalecer la seguridad,  ayudar a formar una fuerza policial fuerte y honesta, desarmar a la población. La debilidad institucional es tan marcada como antes de la larga intervención de la MINUSTAH. Los haitianos señalan que el alto costo de sostener a las tropas en el país (alrededor de 7 mil millones de $), bien pudo haberse invertido en otras actividades sociales. Este fracaso es parte de un reclamo general en contra de todas y cada una de las agencias y ONG que están desplegadas en Haití, realizando labores sociales y humanitarias autónomas sin concurso del Estado. 

Hoy vemos un caos general provocado por el asesinato del presidente Jovenel Moise en julio de 2021, los esfuerzos del primer ministro Ariel Henry por permanecer arbitrariamente en el poder, así como, el enfrentamiento armado entre las bandas callejeras. Grandes bandas criminales controlan parte de la capital, el puerto más importante de la nación y parte del aeropuerto, las cuales, no dejan de descargar millones de litros de combustible, producen masacres colectivas y secuestros. Por lo tanto, podemos inferir que los objetivos de seguridad ciudadana a largo plazo de la misión han fracasado totalmente.

Esa afirmación está respaldada por la actitud de los habitantes de Puerto Príncipe y otras ciudades del país, quienes han salido a las calles en grandes marchas para protestar por la petición de una nueva intervención militar en Haití,  petición hecha por el primer ministro, políticos y empresarios. Lo que piden es el fortalecimiento de la policía nacional, recursos armados y de movilización,  para enfrentar a los delincuentes armados que azotan a la capital, pero no más extranjeros controlando la situación.   

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