
José Guédez Yépez
Presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana
A las generaciones se les suelen poner nombres para caracterizarlas en cuanto a sus rasgos más comunes y las circunstancias más relevantes que marcan su tiempo. Los llamados Baby Boomers, esos hippies de los sesentas, llamaban a sus propios hijos la “generación boba”, como una forma de auto reivindicarse y de gerenciar la nostalgia por su rebeldía perdida. De igual forma esa generación boba se refiere ahora a su prole como la generación de cristal, para reivindicar sus supuestas fortalezas. Y así. Pero entre el mayo francés hace medio siglo y las supuestas protestas ecologistas actuales en los museos de los países democráticos occidentales, hay muchas menos diferencias de las que creemos, o al menos, hay una contundente coincidencia: el complejo.
Todas esas generaciones son versiones del mismo fenómeno que ya Ortega y Gasset había descrito con su símil del niño mimado. El caso es que las juventudes en Occidente se han movilizado contra sus propias instituciones democráticas para protestar por la intervención de Estados Unidos en Vietnam y luego en Irak, o en contra del apartheid británico en Sudáfrica, pero han callado ante el genocidio comunista en Europa del Este y las atrocidades cometidas durante décadas en Cuba y China, por ejemplo. Y hoy ven el mundial de Qatar sin mucho sobresalto ante la invasión en Ucrania, la revolución feminista en Irán o las protestas de la oprimida población china.
Ya todas esas generaciones juntas se merecen el calificativo de “cínicas”, porque han normalizado la violación de los derechos humanos, mientras criminalizan libertades civiles. Vivimos un mundo donde unas vidas importan más que otras, donde unos colectivos tienen privilegios y otros no cuentan ni con la presunción de inocencia, y donde hay animales con más derechos que pueblos enteros. Al final, muchos estarían de acuerdo con que le entreguen media Ucrania a Putin y se acaben las protestas en Irán y China a punta de represión para que todo siga igual.
Mientras tanto un verdadero rebelde se lanza al terreno de juego en pleno mundial con la bandera arcoíris y una camisa con un mensaje en apoyo a las mujeres iraníes. Pero de eso nadie habla, es como si no hubiera pasado, y tampoco preocupa el destino del manifestante. Si el malo no es occidental, no importa ni la víctima, y si además se trata de un enemigo de Occidente, pues más exótico aún. El cinismo dicta que el problema no es la injusticia de las tiranías, sino que Occidente quiere imponer su modelo y no respeta la diversidad cultural de lo que antes se llamaban dictaduras. Y es que los derechos humanos dejaron de ser universales, son ahora un privilegio que además acompleja a quienes los disfrutan sin valorarlo, como un niño mimado devenido en un adulto cínico. Hasta que lo pierdan.
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