
José G Castrillo M (*)
El mundo experimenta un cambio tectónico de gran intensidad por sus implicaciones históricas, políticas, económicas, tecnológicas y sociales a nivel global. Somos testigo de la intensificación de la confrontación geopolítica entre la potencia-nación que modeló el orden internacional, sin casi ningún contrapeso, desde finales de la Guerra Fría, y los actores emergentes como China, entre otros, que vienen acumulando recursos de poder político, económico, militar y tecnológico para enfrentar, competir y hacer prevalecer sus intereses, ahora fraguándose.
Estados Unidos está consciente de que tiene delante de sí un desafío histórico de gran magnitud: el ascenso pacífico de China como potencia regional y global, que procurará un lugar central en el orden emergente. La nación asiática cuenta con los recursos de poder adecuados para actuar como un gran actor geoestratégico, tales como una economía robusta, una gran población, un desarrollo industrial avanzado tecnológicamente, un desarrollo militar que progresa exponencialmente en materia de armamentos –drones, aviones de quinta generación, armas hipersónicas, ojivas nucleares – y la construcción de una fuerza naval que superará, en términos cuantitativos, a la potencia naval dominante actualmente: Estados Unidos.
Además, China, cuenta con una reserva de divisas inmensas, que viene usando para su política exterior de ayuda al desarrollo, inversión en infraestructura (Nueva Ruta de la Seda) y créditos a gobiernos en todo el mundo, desde América Latina, Asia y África sin exigir, como lo hacían potencias imperiales tradicionales, fidelidad política o ideológica como contraprestación. Sabemos que no hay almuerzos gratis.
Rusia, con su guerra en Ucrania, alteró el statu quo europeo de post-Guerra Fría y procura, en consecuencia, conservar o retomar sus zonas de influencia en el espacio postsoviético, además de intentar bloquear la ampliación de la alianza atlántica (OTAN) cerca de su territorio, y promover una alianza de grandes potencias para contrarrestar el poder unilateral de Occidente, con Estados Unidos a la cabeza. Sin embargo, al valorar los resultados de este conflicto a un año de iniciado, los resultados han sido divergentes, porque Finlandia y Suecia, Estados que históricamente habían sido neutrales, han decidido solicitar su ingreso a la OTAN, como una carta política para frenar las posibles ambiciones territoriales rusas sobre estas naciones.
Estados Unidos frente a estos competidores geoestratégicos (China y Rusia) debería, para mantener su status de potencia global, buscar un punto de equilibrio dinámico en su competición con estos rivales, sin que ello implique ir a una confrontación catastrófica, que degenere en un careo militar de graves consecuencias en un mundo globalizado e interconectado económicamente.
En tal sentido, en su Estrategia de Seguridad Nacional publicada en 2022, el gobierno de Biden sostiene que China es el desafío «más trascendental” para la seguridad de Estados Unidos en las próximas décadas, porque es el único competidor que busca remodelar el orden internacional y al mismo tiempo tiene el poder creciente para hacerlo, mientras Rusia supone una «amenaza aguda».
Este documento indica que Estados Unidos, para mantener su supremacía o hegemonía, está dispuesto a confrontar a estos rivales sistémicos en todos los frentes o entornos. En tal sentido, viene fortaleciendo un conjunto de alianzas alrededor de ellos con el fin de reducir o frenar su expansión o área de influencia, donde destacan el AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) y el QUAD (Japón, India, Australia y Estados Unidos).
Vamos hacia un mundo distinto en términos geopolíticos, al que había prevalecido hasta ahora. Lo más probable es que pasemos a un orden internacional con varios centros de poder que compiten entre sí, pero que deben tener un firme sentido de la responsabilidad de no forzar la barra para imponer sus criterios o políticas y que ello nos lleve a una confrontación existencial.
Hay amenazas globales que trascienden las posibilidades de un solo país por muy poderoso que sea. Se requiere trabajar y coordinar acciones para enfrentar esas amenazas comunes y las grandes potencias tienen un papel fundamental que jugar para gestionarlas, por el bien de toda la humanidad.
La lucha por el poder, vista desde la teoría realista de las relaciones entre los Estados, parece activa cuando vemos cómo las potencias geoestratégicas buscan imponer su visión y sus intereses nacionales, por encima de la ideas o visiones de los otros actores. La confrontación existencial es una opción en la política, pero tendrá un alto costo para todos.
La coexistencia pacífica es un imperativo estratégico y moral en un mundo diverso y plural.
(*) Politólogo / Magister en Planificación del Desarrollo Global.
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