
Tomada de La Vanguardia
Alonso Moleiro
La quiebra de Venezuela es la quiebra de un modelo económico de desarrollo. Un programa que formaba parte de un proyecto político más amplio, que se había trazado como meta trascender al capitalismo y establecer un nuevo sistema de relaciones sociales, y que desde el comienzo, a diferencia de lo que ocurría antes, ha desafiado la fachada constitucional para atender el instinto de la imposición.
En Venezuela quebró una tesis política: la del socialismo bolivariano. Fracasó, otra vez, el ideal socialista: muy en particular, fracasó rotundamente este nuevo desafío a la economía de mercado. La retención de la renta, la centralización administrativa, la problematización de la propiedad, la militarización de la gestión, la toma unilateral de tierras, la hostilidad ante el capital. Fracasó una gestión estatal, un equipo político.
Las consecuencias sociales, políticas, económicas, culturales, del fracaso chavista fueron reiteradamente advertidas por voceros especializados y activistas del país democrático en incontable cantidad de ocasiones. Esos planteamientos, esta angustia de aquellos que temieron venir lo peor, fueron expuestos muchas veces a la clase política chavista y sus voceros comunicacionales, que no se cansaron de ridiculizar estas profecías.
Es decir: parte importante del país tenía clara la inminencia de este fracaso, el fracaso del chavismo, que es el de la nación. Las cosas pudieron haberse hecho de otra manera, y a toda la nación le habría ido un poco mejor. Venezuela hubiera podido conservar su democracia, pudo haber mantenido su industria petrolera, consolidar algunos logros sanitarios y educativos con la enorme cantidad de dinero que ha administrado el Estado. El experimento chavista no ha valido la pena.
El intervencionismo estatal, la conflictividad, la expropiación, la centralización, la intervención, la nacionalización, el burocratismo, la corrupción, iban a provocar un licuado destinado a envenenar el funcionamiento del país: a hacer inviables sus relaciones productivas y sus fundamentos institucionales.
Fracasaron los subsidios, las comunas, los esquemas alternativos, las variantes productivas no industriales. Fracasó Mercal, las areperas socialistas, los automercados Bicentenario, Comerso. Fracasaron los proyectos industriales, el plan ferroviario, la ciudad del acero, el metro a Guarenas, las inversiones en gas, los proyectos petroquímicos. Fracasó Petróleos de Venezuela, y, casi al nacer, en 2010, ya había fracasado Corpoelec.
Se perdió un montón de dinero en proyectos fallidos, inconducentes, fundamentados en principios infantiles, despreciando el conocimiento técnico, muertos antes de nacer. Ha fracasado una gerencia pública especialmente inoperante: algunos de sus dirigentes más conocidos se pasearon por todo el tren ejecutivo alternando responsabilidades en enroques sin fin. Desde 1999 hasta 2023, todo en el gobierno chavista se llama fracaso.
El chavismo ha concretado un fracaso económico, y ha generado un colapso general de servicios, sanitarios y educativos, una necrosis en el funcionamiento del Estado, con graves consecuencias sociales, incluyendo el deterioro cultural de la corrupción. Con la profundización de la diáspora, tantas veces negada y disimulada desde la zona del fanatismo antinacional, la crisis venezolana se derramó por Sudamérica. El chavismo ha exportado su fracaso.
Se afirma con frecuencia que Nicolás Maduro es un personaje subestimado. Que se trata de un dirigente que ha mostrado temple, que afianza su autoridad y consolida espacios para retener el poder y conjurar de nuevo los embates de la oposición.
Es cierto que tanto Chávez como Maduro han diseñado una astuta estrategia de dominación política, con escenarios mutantes y tácticas para cada circunstancia, y que esta eficaz operación, que interpreta con enorme brillo Jorge Rodríguez, descansa sobre un compromiso férreo, fanatizado, desconectado de la realidad, desprovisto de cualquier compromiso cívico, de las elites militares del país.
Las circunstancias se pueden controlar; el poder político acaso es un objetivo que el chavismo podrá retener, a pesar de la quiebra de la nación, de su achicamiento y empobrecimiento, e independientemente de lo que piense y aspire la gran mayoría de los venezolanos. Se invertirá mucho dinero en darle continuidad a una narrativa propia para evadir responsabilidades y reconciliar a la ciudadanía con su desdicha.
Lo que difícilmente alguien pueda desconocer es que, respecto a la Venezuela chavista, la única palabra que procede para describirla es el fracaso. El fracaso del “proceso revolucionario”.
Un fracaso totalizador, multidimensional, cuyas causas y consecuencias –y en esto no hay que equivocarse- serán correctamente interpretadas por la historia.
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