
Alonso Moleiro
Los campos y las calles de Venezuela se estremecen con los recorridos de María Corina Machado por todo el país, y el oficialismo chavista simula no estar enterado.
Mientras la esperanza se expande y comienza a quedar claro que una nueva voluntad se ha adueñado de esta sociedad, los mandos revolucionarios han decidido aumentar el volumen de su propio discurso y encerrarse en los confines de sus argumentos, desplegando una poderosa descarga de propaganda multimedia destinada a evadir responsabilidades y ofrecer explicaciones.
Se gesta un esfuerzo especial por presentarse con total serenidad ante los eventos públicos, cadenas presidenciales y comparecencias de prensa, seguros de la victoria, un hecho que, al parecer, en el alto gobierno dan por descontado.
Esta vez ya no cuenta la información de los focus group, los datos que ofrecen las encuestas, las opiniones de la audiencia interpretada en estratos. Tampoco los testimonios de la población en las calles, los tamaños de las concentraciones o los videos que se viralizan de la Venezuela profunda. Se aprieta con la censura y se insiste en que nada de eso existe.
Mientras todo esto ocurre, el ministro de la Defensa envía un nuevo mensaje de lealtad pública hacia los intereses del chavismo, renovando votos anti-oligárquicos y zamoranos, y ofreciendo polémicas declaraciones frente a la tropa, y uno de los candidatos, el actual presidente, Nicolás Maduro.
No son datos que se deban subestimar. La conducta de los integrantes de la clase política chavista y los miembros del Estado revolucionario, negada de plano a cualquier posibilidad de perder, no está interpretando la información del entorno, ni está reconociendo la circunstancia en la que estamos todos metidos como país. Ha decidido cerrarse sobre sí misma.
A un mes de las elecciones, tras 25 años de tormentas, el anhelo de un cambio político incruento, que honre la alternabilidad política como un principio constitucional y permita a la población reconstruir sus vidas, está completamente extendido en el país como una necesidad, y rebasa con mucho las fronteras de lo que entendemos como oposición.
Los mandos chavistas han colocado esta aspiración, como cabía figurarse, en un estado general de sospecha.
Es muy cuesta arriba figurarse que no se van a aproximar nuevas celadas para procurar impedir el paso al candidato Edmundo González Urrutia invocando cualquier argumento. No es una eventualidad que se deba invocar por adelantado, pero evadirlo como eventualidad sería totalmente irresponsable.
Desde hace unos años para acá a todos nos ha venido quedando claro la profundidad de la conjura institucional planteada en Venezuela, que se expresó en varias crisis políticas y sociales, con el correspondiente número de muertos y heridos. En 2015, el país ya eligió una Asamblea Nacional que no pudo promulgar una sola ley.
Son elementos de la realidad que deben ser analizados con toda seriedad por la dirección política de la oposición y la sociedad democrática, en virtud de su peligrosidad, y ponderar sus riesgos.
En materia de posibilidades e impacto, estos datos deben ir a la par con la euforia de los pueblos, la inminente sensación de cambio y los números de las encuestas.
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