Opinión y análisis

El conflicto Israel-Irán a la luz de la Teoría del choque de civilizaciones

Tomada de El Confidencial

Tulio Ramírez 01.07.25

Durante la década de 1990, cuando muchos comentaristas observaban lo que parecía ser el “fin de la historia”, es decir, la inminente victoria global de la democracia liberal, el politólogo Samuel P. Huntington presentó un desafío directo a este punto de vista. Huntington acuñó en 1993 la noción de “Choque de Civilizaciones” en un ensayo publicado en Foreign Affairs, ampliando luego este argumento en  un libro de 1996 con el mismo título. Huntington contradecía la perspectiva optimista sobre un mundo que formaba una comunidad uniforme debido a la globalización y la economía. Lejos de centrarse en el remolino de nacionalismo y guerra que había cubierto Europa en las últimas décadas, argumentó que los futuros conflictos se producirían en “líneas demarcadoras” que dividen las principales civilizaciones globales. Casi tres décadas después, se ha convertido en un asunto muy discutido.

La situación que se vive hoy en el oriente medio entre Israel e Irán, ha traído a colación el planteamiento de Huntington. La narrativa de los líderes y gobernantes musulmanes más radicales, recurre a una retórica que invoca una suerte de destino manifiesto para los seguidores del Corán, el cual se concretaría con la conquista definitiva de territorios ocupados por los “infieles” y extender los preceptos de vida musulmán por todo el planeta. Esta sagrada escritura legitimaría cualquier acto de fuerza para lograr ese cometido. En este contexto argumentativo, revivir la teoría del choque de civilizaciones para tratar de entender el temido tránsito hacia una tercera guerra mundial podría ser de gran utilidad.

El epicentro de la teoría de Huntington se basa en la idea de que después de la caída del orden bipolar de la Guerra Fría, la identidad cultural y civilizacional se convertiría en la principal fuente de conflictos a nivel global. Según él, las civilizaciones son «la forma cultural más elevada de agrupación de personas y el nivel más amplio de identidad cultural que los seres humanos poseen, más allá de lo que los distingue como tales». A partir de esta definición identifica varias civilizaciones, a saber, la occidental, la islámica, la sínica (China), la japonesa, la hindú, la ortodoxa, la latinoamericana y, con ciertas reservas, la africana. Huntington sostiene que las diferencias entre estas civilizaciones se manifiestan a través de la religión, las costumbres y los valores. Tales diferencias son fundamentales y duraderas en el tiempo. Además, argumenta que las mismas no han variado pese a la modernización en el mundo no occidental. Por el contrario, en lugar de llevar a estas civilizaciones a una occidentalización global, se han fortalecido las identidades culturales locales.

Huntington sostiene que los conflictos más peligrosos del futuro surgirán en las por él llamadas «líneas de falla» entre civilizaciones, las cuales demarcan las diferencias entre las distintas identidades. Según su análisis, esto se puede ver en los conflictos entre Occidente y el mundo islámico, la tensión entre China y Occidente, o las fricciones entre el hinduismo y el islam en el sur de Asia. Para él, la idea de que los valores occidentales son universales es una ilusión, tratar de imponerlos al resto del mundo solo provocaría resistencia y fortalecería las identidades no occidentales. En lugar de eso, proponía un «equilibrio de poder entre civilizaciones», buscando esferas de influencia y reconociendo que la coexistencia pacífica depende del respeto mutuo por las diferencias culturales.

Si bien la teoría de Huntington ha tenido un gran impacto, ha recibido muchas críticas. Algunos académicos la consideraron demasiado determinista, ya que simplifica la complejidad de las relaciones internacionales y no toma en cuenta la diversidad interna de cada civilización. La principal crítica gira en torno a que considerar que las culturas son bloques monolíticos y cerrados, ignora la realidad de la hibridación cultural, los movimientos transnacionales y la capacidad de las sociedades para adaptarse y evolucionar. Además, estos críticos señalan que esta teoría puede convertirse en una profecía autocumplida, alimentando la desconfianza y la hostilidad entre grupos culturales al presentarlos como si fueran inherentemente opuestos. También se ha observado que Huntington tiende a centrarse en los conflictos violentos, dejando en un segundo plano las oportunidades de cooperación y diálogo entre civilizaciones.

Aun así, no se puede negar la relevancia del planteamiento de Huntington en el siglo XXI. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, el auge del terrorismo yihadista, las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China, la crisis en Ucrania, la reacción en Europa ante la masiva migración ilegal que se resiste a adaptarse a las culturas locales, y el actual conflicto bélico entre Israel e Irán, son a menudo vistos a través de la perspectiva del «choque de civilizaciones».

Ahora bien, es cierto que los conflictos en las zonas señaladas, tienen múltiples causas, ya sean políticas, económicas o territoriales, pero sería erróneo considerar que la dimensión cultural y de identidad no juegan un papel crucial en su desarrollo y en cómo se perciben. Son variables que no se deben soslayar en cualquier análisis. Por el contrario, la idea de que las profundas diferencias culturales son una fuente constante de fricción global ha calado hondo en el discurso público y en la formulación de políticas en muchas naciones.

En resumen, la teoría de Samuel P. Huntington sobre el choque de civilizaciones es un intento inédito de entender la dinámica del mundo después de la Guerra Fría. A pesar de las críticas por su simplificación y el riesgo de intensificar tensiones, su enfoque ha mostrado una sorprendente capacidad para resonar con los eventos actuales. Nos invita a pensar en el papel de la cultura y la identidad en la política global, así como en la necesidad de encontrar formas inteligentes y pacíficas de manejar las diferencias culturales en un mundo cada vez más interconectado. La pregunta no es si el «choque de civilizaciones» es una verdad absoluta, sino si su análisis nos ayuda a entender mejor los desafíos y las complejidades de un orden mundial en constante cambio, donde la convivencia entre identidades diversas sigue siendo la tarea más urgente y complicada de la humanidad.

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