
Tomada de Sociología Inquieta
Pedro González Caro 14.11.25
Cuando el ser humano comenzó a dejar huella sobre la faz de la tierra, se dio cuenta de que en su entorno había hechos que debía explicarse. A lo largo de la historia, ante la incertidumbre de los fenómenos naturales y, más tarde, ante la complejidad de los sucesos sociales y políticos, surgieron explicaciones basadas en el dogma o la costumbre acrítica como único medio intuitivo para hallar una ‘razón’ conocida. Sin embargo, para un liderazgo genuino y al servicio de la verdad, el punto de partida es la duda, no la creencia impuesta, que nos conduce a seguir ciegamente a alguien o algo.
Esta búsqueda de una razón auténtica es el núcleo del planteamiento de René Descartes: «La razón es lo único que nos hace hombres y nos diferencia de las bestias, pero no basta con poseer la razón, es preciso aplicarla bien.” Fue con este principio que el destacado filósofo, matemático y físico francés, nacido en 1596, comenzó su búsqueda por un cimiento inamovible del conocimiento.
Descartes, un innovador que pasó de la vida militar a la pasión por el estudio y la investigación, se llenó de una duda profunda al darse cuenta de que sus vastos conocimientos no estaban sustentados por un criterio que le permitiera diferenciar inmediatamente lo verdadero de lo falso. ¿De qué servía todo aquel saber si no estaba libre de error? Fue esta crisis la que lo obligó a buscar un método infalible, un criterio de la verdad que le permitiera no admitir ningún conocimiento que no fuese verdadero en toda su esencia. Este método de la duda, esta negación a aceptar la “verdad oficial” o la mera apariencia, es la primera gran lección para cualquier ciudadano.
«Pienso, luego existo»
Es indudable que nuestros sentidos nos engañan y que hasta los más sabios se equivocan al razonar. Pero, ¿será posible que todo pueda ser puesto en duda? Fue al plantearse la falsedad de todos sus pensamientos que Descartes llegó a la conclusión indudablemente cierta: él mismo, que pensaba en la falsedad de sus pensamientos, «estaba pensando» y, por lo tanto, existía. De esta profunda reflexión concluyó: «Pienso, luego existo.”
Esa es la verdad que no podía ser destruida, pues es posible dudar de todo lo que se ve o se siente, pero es materialmente imposible dudar que quien está pensando no exista. La importancia real de esta reflexión no radica solo en la existencia del individuo, sino en la metodología científica del pensamiento usada para llegar a ella: el pensamiento individual como el único medio para alcanzar la verdad del conocimiento. Para el liderazgo social, esto significa que el pensamiento no es un lujo, sino la condición necesaria para la acción ética.
Pensar para resistir y ser libre
Si Descartes nos enseñó el método para pensar bien, Hannah Arendt, una de las pensadoras más influyentes del siglo XX, nos muestra su consecuencia más vital:
“Sólo quien piensa puede resistir y sólo quien resiste, puede seguir siendo libre.”
La filósofa, al analizar la “banalidad del mal”, la actuación sin conciencia ni reflexión, argumentó que el mal sistémico no es siempre producto de la perversidad, sino de la ausencia de pensamiento, de la obediencia ciega y de la incapacidad de juzgar las consecuencias morales y éticas de las acciones. Para Arendt, el pensamiento es un diálogo interno socrático que impide la obediencia automática: obliga a evaluar la moralidad de una orden o una costumbre social, fomenta la responsabilidad individual; el individuo se niega a actuar sin conciencia, asumiendo la responsabilidad de sus actos y preserva la libertad; la resistencia que nace de este acto de pensar es la base para mantener la integridad personal en tiempos difíciles.
Su profunda reflexión consagra una verdad innegable: el cuerpo físico puede ser “arrestado”, pero el ser que mantiene sus convicciones y su pensamiento autónomo será siempre libre. La auténtica libertad reside en la inexpugnable fortaleza de la mente que se niega a ser condicionada por la mentira o la tiranía.
Vivir como se piensa
Esta libertad que nace de la resistencia del pensamiento, sin embargo, exige una disciplina cotidiana y una coherencia moral que no pueden claudicar ante la realidad. Es aquí donde resuena con una fuerza particular la máxima del expresidente uruguayo, José “Pepe” Mujica:
“Hay que vivir como se piensa, porque de lo contrario terminarás pensando como vives.”
Esta frase se convierte en una advertencia fundamental cuando el miedo busca imponerse. Para un ciudadano demócrata, vivir bajo un sistema autoritario plantea un desafío existencial. Los valores en los que cree; libertad, justicia, respeto, participación, pluralismo, chocan de frente con la realidad. En este ambiente, «vivir como se piensa» implica mantener firmes esos principios democráticos en cada acción y decisión, incluso cuando el costo parece alto. Es la convicción de que la dignidad humana no es negociable.
La inercia del día a día, la constante presión del miedo y la erosión de las libertades pueden llevar a una claudicación silenciosa. Es entonces cuando se corre el riesgo de «terminar pensando cómo se vive»: justificar la inacción, minimizar la injusticia o resignarse ante el atropello. Este proceso diluye la fibra moral y democrática, transformando a un líder en un cómplice pasivo. La coherencia entre el pensamiento y la acción es, por lo tanto, la prueba de fuego de la libertad inmanente.
Es el momento de que los ciudadanos venezolanos, asumamos este rol fundamental de ser el registro vivo del pensamiento ético y la conciencia de nuestra patria. Quienes toman la responsabilidad de la conducción social deben dedicarse, con especial esmero, a cultivar el pensamiento crítico como fuente inagotable de recursos para aproximarse a la verdad del conocimiento y, en consecuencia, ganar la identidad que debemos tener como nación al servicio de la justicia y la libertad y navegar lo más profundamente en el mar del conocimiento sin abandonar nunca la ruta marcada por la ética, la moral y la excelencia en todos sus actos.
De este modo, vemos cómo, aun a siglos de distancia de Descartes, Arendt y Mujica, su pensamiento sigue vigente: el ser humano, que es en esencia mente y alma, nunca debe dejar de dudar para buscar la verdad y aplicarla bien, pues solo así su espíritu puede ser eternamente libre y llevar una vida digna.
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