Extraído de: Diario El Nacional / Viernes, 31 de mayo de 2013

Foto: Diario El Nacional
En los comicios del 14 de abril, 711.337 electores se sumaron a la propuesta de Henrique Capriles. Integrados por chavistas moderados y votantes independientes, representan la porción del electorado que no se casa con una opción política ni se deja chantajear por la polarización. Son la base popular llamada a exigir negociación entre el Gobierno y la oposición para lograr la convivencia entre dos nuevas mayorías que cohabitan en el país
Por: Valentina Oropeza – 21 de abril de 2013
Henrique Capriles llamó y Nicolás Maduro atendió. Independientemente de cómo acabó aquella conversación, los líderes de las dos mitades electorales de Venezuela confesaron al país que cuando recibieron el primer boletín de resultados emitido por el Consejo Nacional Electoral, ya eran conscientes de que representaban a grupos tan parejos que acabaron discutiendo sobre el recuento de los votos.
Los exit polls realizados el 14 de abril recortaron progresivamente la distancia entre los candidatos a lo largo del día. Durante la campaña electoral, las encuestadorasanunciaron una caída en picada de la brecha entre Maduro y Capriles, y reflejaron una volatilidad muy alta en la intención de voto. Lo que no podían pronosticar era que 711.337 electores que no votaron por Capriles el 7 de octubre de 2012 saldrían a respaldarlo el domingo pasado, mientras que 615.626 votantes que sufragaron a favor de Hugo Chávez retirarían su apoyo a Maduro.
Así ocurrió con Mercedes (nombre ficticio), patrullera del Partido Socialista Unido de Venezuela en el barrio José Félix Ribas de Petare, en el municipio Sucre de Caracas. Pidió que su identidad real no fuese revelada porque temía represalias. Estaba encargada de trasladar electores para Maduro, pero tomó la decisión de votar por Capriles y facilitó que algunos de sus movilizados hicieran lo mismo. “Muchos tenemos miedo de que Maduro destruya lo que el comandante levantó en 14 años. Se equivoca mucho y no tiene la misma autoridad. Era preferible que ganara el Flaco para que la gente se diera cuenta de que la derecha no sirve y así nos daban tiempo para tener un candidato mejor. Ahora uno tiene la sensación de que Maduro no quería contar los votos porque no los tenía. Chávez no necesitaba hacerle trampa a nadie”.
El triunfo de los moderados. Benigno Alarcón, director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello, insiste en que los dirigentes de ambos sectores deben prestar especial atención al trasvase de votos hacia la oposición, dado que el electorado moderado capaz de migrar de un proyecto a otro es la base sobre la que se construye la transición hacia un modelo político que ya no está dominado por el liderazgo de Chávez. “Hablamos de un elector que se reconoce a sí mismo como racional porque no se compromete con ninguna opción. Esos votantes son el puente entre los dos extremos”.
Un estudio realizado por la UCAB a principios de 2012 indica que los electores no alineados representan un tercio de los votantes que participan en los comicios, la esperanza para superar la polarización política. “Ellos constituyen el capital electoral que obligará al Gobierno y a la oposición a encarar una transición que arrancó con la muerte de Chávez. Esto no significa que el chavismo saldrá del poder. Implica, más bien, un cambio en las reglas del juego político impulsado por un nuevo equilibrio de fuerzas que se demostró en las urnas”, refiere Alarcón.
Para el historiador Tomás Straka, Henri Falcón es la muestra de que la inserción exitosa del chavismo en el proyecto político opositor es viable. “Los electores que migraron a la opción de Capriles son un síntoma de cambio. El puente de un extremo a otro tenemos que construirlo entre todos”.
El politólogo John Magdaleno, especialista en análisis de datos, señala que sólo los chavistas moderados y los independientes pueden verse persuadidos a cambiar de acera política en tan poco tiempo, tras hacer una evaluación negativa de la campaña de Maduro, en contraste con un desempeño electoral valorado como exitoso para Capriles. “No se trata sólo de errores elocuentes como comparar a Chávez con un pajarito o hacer comentarios homofóbicos. Maduro también perdió votos por un mal balance de desempeño que lo obliga a abordar problemas que afectan la vida de las personas como la inflación, el desabastecimiento o la inseguridad”.
Magdaleno no ve oportunidad de que haya un acercamiento entre el Gobierno y los electores opositores a menos de que Maduro abandone el dogmatismo ideológico en la gestión de los problemas socioeconómicos. La socióloga Maryclen Stelling coincide en que el oficialismo debe hacer un ejercicio de autocrítica sobre la calidad de la campaña y las ofertas. Sin embargo, advierte que el principal error de Maduro fue precisamente renunciar al debate político e ideológico, una arena en la que en su opinión el candidato de la Mesa de la Unidad Democrática es más débil.
“Maduro se quedó en la discusión de ofertas pragmáticas que al final se parecieron mucho a las de Capriles y no estuvieron insertas en el contexto del socialismo del siglo XXI. Al nombrarlo como su sucesor, Chávez le dio la legitimidad para plantear una discusión profunda sobre cómo avanzar en la construcción del modelo político levantado durante los últimos 14 años. Lamentablemente perdió esa oportunidad en esta campaña”, opina.
Stelling insta a no perder de vista que hay electorados que responden a una relación transaccional con el Estado. “Ese voto revela que no hay educación en la cultura socialista. Son electores que votan por el que les ofrece más”.
El riesgo de la violencia. En transiciones pacíficas como la de España tras el régimen franquista, los herederos fueron moderados para garantizar la estabilidad de sus mandatos. Straka apunta que la apuesta contraria permite amalgamar a la base contra un enemigo común, pero también incrementa el riesgo de perder el apoyo de los electores que temen y condenan la persecución y la violencia.
El historiador advierte que la condena de los poderes públicos a la solicitud de recuento de votos incrementó el riesgo de que la crisis desatada por la sospecha sobre los resultados despertara reacciones violentas, tal como ocurrió esta semana con las manifestaciones que causaron muertos, heridos y perseguidos por todo el país.
Con una legitimidad de origen mermada, el uso de la fuerza se vuelve más costoso para el Gobierno. Alarcón considera que la llamada que hizo Capriles a Maduro el día de las elecciones demuestra que hay mayor disposición para negociar. Sin embargo, la respuesta oficial apunta a la represión como mecanismo para disuadir la protesta.
“Maduro parece creer que conduce una gandola y Capriles un Volkswagen. Esa lectura errónea de la realidad le hace subestimar el desastre que produciría una colisión entre ambos”, ilustra Alarcón. Frente a las presiones de fuerzas radicales dentro del oficialismo, alerta: “Maduro tiene que tomar responsabilidad sobre su destino político. La última palabra debe tenerla él”.
Esta semana, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, insistió en que el “muro de contención” del chavismo era Chávez y destituyó a los diputados de oposición de las comisiones permanentes del Parlamento en represalia por desconocer la legitimidad de Maduro. Alarcón advierte que la misma fórmula aplica a la inversa: Capriles es hoy el muro de contención de la oposición. “Si intentan sacarlo del juego político, el país arderá y el control de la crisis quedará en manos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana”.
La oposición también corre el riesgo de quedar presa de sus propias expectativas. Magdaleno considera que Capriles afronta dos desafíos: canalizar la lucha de sus seguidores por una vía política satisfactoria y mantener el clima de movilización social que generó el resultado electoral. “Circunscribir la estrategia sólo a las elecciones es un grave error de interpretación política”, opina. Aunque las municipales están pendientes para este año y las legislativas serán dentro de dos, espera que la oposición trabaje desde ya en una agenda de defensa de reivindicaciones sociales como la firma de nuevos contratos colectivos o mejoras laborales para médicos y maestros.
Straka avista un imperativo común al chavismo y a la oposición para cimentar el piso de la Venezuela sin Chávez: consolidar partidos modernos y profesionales, como federaciones de intereses con estructuras organizadas que permitan integrar a su militancia a nivel institucional e ideológico. Si no logran este objetivo, la revolución se convertirá en una suma anárquica de colectivos detrás de un hombre, y la oposición no concretará la conquista del poder en las urnas.
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