Opinión y análisis

Diálogo Nacional: Una oportunidad que todos nos merecemos

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Diapositiva4Por: Mercedes Martelo /Jueves, 03 de abril de 2014

En la medida en que diferentes grupos de una sociedad expresan desacuerdos fundamentales respecto a las condiciones de funcionamiento de esa sociedad, se abren diversas posibilidades de conflicto que conllevan, desde la desorganización de los procesos de la vida cotidiana hasta el destructivo enfrentamiento armado. Cada nivel del conflicto tiene sus costos asociados. La experiencia indica que al final, cuando se da por terminado, todos han perdido mucho más de lo que suponen que ganaron. Es hora de recurrir a la experiencia.

El conflicto está definido en el diccionario de la lengua española con cinco acepciones o significados. En su primera acepción, se define como combate, lucha, pelea (en sentido figurado); en la segunda se define como enfrentamiento armado; en la tercera acepción, el conflicto se define como apuro, situación desgraciada y de difícil salida; la cuarta acepción lo define como problema, cuestión, materia de discusión; finalmente, la quinta acepción lo refiere al ámbito de la psicología donde se define como coexistencia de tendencias contradictorias en el individuo, capaces de generar angustia y trastornos neuróticos.

Desde el punto de vista académico, el conflicto socio-político es un concepto que en los dos últimos siglos ha pasado de ser valorado negativamente como una patología social (en contradicción con las utopías para las que la sociedad ideal era una sociedad basada en el cien por ciento de cooperación), a ser valorado positivamente como un mecanismo de innovación y cambio social (siempre que se mantenga bajo control su poder destructivo) gracias al desarrollo de las teorías sobre el conflicto. Falta trabajar en la determinación del grado de conflicto que puede impulsar cambios y mejoras y el grado de conflicto que lleva a la destrucción.

Los habitantes de la Venezuela de hoy, estamos sometidos a una creciente presión social derivada de la gran cantidad de conflictos en desarrollo, bajo cualquiera de las acepciones que se quiera revisar. Las protestas que desde hace más de cuarenta días se mantienen en las calles principales de varias de las más importantes ciudades del país, así lo evidencian. Para unos se trata de conflictos “positivos” en términos de que representan fuerzas en movimiento que están modelando una nueva sociedad. Para otros se trata de conflictos negativos que dificultan el desarrollo nacional. Como suele suceder con muchas cosas, seguramente ambos tienen algo de razón.

Lo cierto es que el conflicto para nosotros ha pasado de ser una situación particular entre sectores sociales y/o el gobierno en un momento dado, a una condición general de presencia constante que involucra a todos los sectores incluyendo el gobierno, y presiona por la necesidad de encontrar soluciones para no llegar a un espacio de no retorno que lleve al enfrentamiento destructivo. ¿Acaso hay interesados en que esto ocurra?

El tránsito en nuestras principales ciudades por ejemplo, es un espacio de conflicto permanente y en ascenso ante el creciente incumplimiento de las normas que lo rigen, por parte de todos los involucrados. A los motorizados irrespetando los semáforos, las aceras, la dirección de la circulación, la velocidad, etc., se han sumado choferes de vehículos de carga que se desplazan con más peso y más velocidad de los permitidos, fuera del horario establecido para su circulación; también se observan choferes en general que incumplen las normas de preferencia vial, señales, ceda el paso, semáforos, velocidad permitida, condiciones del vehículo y hasta peatones que arriesgan su vida cruzando vías rápidas y autopistas; por su parte los fiscales parecen no estar entrenados para el adecuado cumplimiento de sus funciones y se observan muchas irregularidades en su comportamiento (atienden teléfono, mandan mensajes, no despejan a los mirones cuando hay un choque, se insinúan para recibir recompensa por no poner una multa, etc.). El resultado no se hace esperar: a diario se presentan conflictos entre motorizados y choferes de vehículos, entre peatones y motorizados; entre autoridades y ciudadanos, hay caos vehicular, colas interminables, choques frecuentes, carros en mal estado accidentados, agresividad creciente y expansión de la cultura del irrespeto a las normas “para poder sobrevivir” ¿Hasta dónde se puede continuar escalando el problema del tráfico? En verdad no se sabe y con toda seguridad sería mejor no averiguarlo.

A pesar de las enormes molestias que están generando los conflictos del tráfico, la sociedad no ha logrado hacer de éste un tema prioritario para la toma de decisiones por parte de las autoridades. Un simple reglamento para regular la circulación de los motorizados anunciado por el gobierno no se ha logrado poner en vigencia ¿por qué? Se dice que no se logra el acuerdo con ellos, en otras palabras, ¡los motorizados no lo aceptan! Hay opiniones encontradas respecto de este hecho insólito. Para algunos refleja una incapacidad suprema por parte de las autoridades que merecen ser destituidas; para otros hay complicidad de las autoridades que permiten las irregularidades porque ¡utilizan el apoyo de este sector social para fines políticos! En todo caso, lo que no hay es una presión constante y organizada de los sectores afectados, para exigir una solución normativa y sancionatoria por parte de las autoridades. ¿Por qué? Quizás todos están demasiado ocupados en la sobrevivencia. Quizás la mayoría no se ha percatado de la importancia del problema. Quizás las autoridades aprovechan el caos para distraer la atención de otros problemas aún más graves como la escasez y la inseguridad.

Situaciones semejantes se observan en otras actividades relacionadas por ejemplo con el abastecimiento para la adquisición de productos básicos de la dieta diaria o con los servicios de salud.

El alto nivel de conflictividad social existente llama a la reflexión ¿Estamos a las puertas de una guerra civil? ¿Queremos llegar al enfrentamiento bélico fraticida? ¿Estamos en capacidad de sopesar y asumir las consecuencias de algo semejante?

El conflicto ciertamente no es nuevo para nosotros. La sociedad venezolana ha experimentado en diferentes momentos históricos diversas modalidades de conflicto con sus respectivas consecuencias. La guerra de independencia, la guerra federal y las diversas revoluciones y enfrentamientos entre caudillos regionales en el siglo XIX, mantuvieron al país sumido en las tensiones derivadas de tales conflictos, con el consiguiente resultado de empobrecimiento y grandes limitaciones para el desarrollo de las actividades sociales fundamentales como la educación, la producción, el comercio, las ciencias, las artes. En otras latitudes entre tanto, se desarrollaban las fuerzas productivas en todas sus dimensiones, bajo el empuje de la revolución, pero de la revolución industrial.

El siglo XX trajo consigo grandes cambios y Venezuela entró en la modernidad de la mano del petróleo. Pasado el tiempo de la dictadura gomecista, el país se dio a la tarea de transformarse, con gran ímpetu en el área económica inicialmente y luego creando las estructuras políticas para el establecimiento del sistema democrático que se desarrolló en la segunda mitad de este siglo. Una de estas estructuras, fue una especie de acuerdo marco para la distribución equilibrada del poder político junto con una serie de acuerdos en relación a los mecanismos para la dirimir las diferencias entre los principales actores del sistema político, a lo que se dio en llamar el Pacto de Punto Fijo. En el transcurso del siglo XX, los venezolanos lograron resolver los conflictos económicos y socio-políticos en su mayoría mediante acuerdos. El conflicto político más violento experimentado (por el grado de violencia y el lapso de duración) fue el asociado a la insurrección armada de los grupos de izquierda en los años sesenta y alcanzó a ser pacificado mediante acuerdos. El siglo XX fue en general para nuestro país, más benévolo que el violento siglo XIX y en esto tiene que ver, entre muchas otras cosas claro está, la capacidad desarrollada para alcanzar acuerdos.

Ahora bien, los acuerdos no suelen florecer en los árboles. A los acuerdos se llega después de un laborioso trabajo de intercambio de ideas y negociación entre las diferentes partes o grupos interesados en lograr un resultado concreto. A los acuerdos se llega si se logra poner en práctica un sistemático proceso de diálogo.

El diálogo constituye un tipo de acción pacífica que involucra relaciones de comunicación para la negociación entre partes que reconocen fundamente lo siguiente:

• Tienen diferencias significativas respecto a un tema o problema y estas diferencias debilitan sus posiciones al punto de que les pueden llegar a sacar del juego político.

• Realmente las quieren resolver (tienen la voluntad expresa de alcanzar una solución al problema planteado porque aceptan que ello es lo más conveniente a sus intereses).

El diálogo representa una valiosa herramienta para dirimir el conflicto socio-político de manera pacífica ya que permite un ahorro significativo de costos en recursos humanos y materiales, y será efectivo siempre que exista la voluntad política para realizar el trabajo de manera adecuada. Esto es, de manera organizada, con una planificación de actividades, a partir de un nivel básico de confianza entre los actores, con un tercero previamente aceptado como mediador por las partes si se considera necesario, con la información necesaria disponible, con una definición clara de los acuerdos u objetivos que se buscan, con unos criterios bien definidos previamente para la toma de decisiones a través del proceso de negociación y el compromiso de aceptar los resultados bajo la convicción de que serán efectivamente los mejores resultados posibles dentro de la situación planteada, especialmente mejores que la confrontación bélica, a la que se supone, no se quiere llegar.

Como ocurre con cualquier herramienta, el diálogo tiene también sus desventajas y las principales son que requiere trabajo especializado y tiempo.

Cuando entre los actores políticos, hay presencia importante de grupos que aspiran a soluciones rápidas, se generan dificultades para alcanzar acuerdos efectivos mediante el diálogo. Los partidarios de la guerra tienden a pensar que un enfrentamiento rápido les dará la victoria y con ella la solución a sus planteamientos. La experiencia sin embargo ha demostrado que la guerra, una vez iniciada, genera su propia dinámica y no se termina en un tiempo previamente determinado sino cuando las condiciones lo permitan, con lo cual, en realidad nadie puede asegurar de antemano que saldrá victorioso. A raíz de la ocurrencia de las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, se han desarrollado numerosos estudios y fórmulas de organización y negociación bajo el principio de buscar resultados del tipo ganar-ganar en aras de evitar la conflagración, de modo que no se puede argumentar que se carece de medios para ello.

En estos momentos de crisis y confusión que estamos viviendo en Venezuela, existe el riesgo de que el conflicto se extienda más allá de las posibilidades de control, eliminando muchas opciones de futuro para todos los actores políticos, incluido el gobierno, y los ciudadanos en general.

En consecuencia, existe la necesidad de establecer un verdadero proceso de Diálogo Nacional en el que participen todos los actores estratégicos para frenar la escalada de conflictos y tener la oportunidad de razonar sobre los caminos que podemos tomar como país.

En estos momentos de crisis y confusión que estamos viviendo, es conveniente tomar consciencia de la necesidad de evaluar los diferentes escenarios posibles con perspectivas de largo plazo, pero mirando también hacia nuestra experiencia histórica. Necesitamos evaluar en conjunto, como sociedad, a dónde queremos ir; cómo queremos ser y estar dentro de cincuenta y cien años, y cómo queremos resolver nuestros problemas. Todos tenemos algo que decir, sobre nuestro posible futuro cualquiera sea nuestra posición política o ideológica. Por eso, todos nos merecemos la oportunidad que el Diálogo Nacional nos puede otorgar.

Si bien es cierto que no se puede esperar la ausencia absoluta de conflicto en la sociedad, y en particular en una sociedad organizada bajo los principios de la democracia, donde se permite el disenso y la confrontación de intereses, también es cierto que no se puede esperar alcanzar altos niveles de bienestar para todos, en una situación de conflicto permanente generalizado.

El conflicto, en cualquiera de sus grados, es un proceso consumidor de recursos, los cuales deben emplearse en el debate y la confrontación entre las partes hasta lograr los acuerdos necesarios para alcanzar un nivel aceptable de estabilidad entre las diferencias. Sin duda esos recursos que se restan de la sociedad, disminuyen sus posibilidades de inversión en la generación de bienestar en diversas formas (educación, salud, recreación, felicidad).

En consecuencia, para mejorar su potencial de desarrollo, la sociedad tiene que generar la capacidad de gerenciar el conflicto en un marco temporal adecuado, esto es, desarrollar las instituciones y los procedimientos para la búsqueda y estructuración de soluciones, así como el establecimiento de los mecanismos de compromiso para garantizar el cumplimiento de los acuerdos que conllevan dichas soluciones. Esto no significa de ninguna manera que se trate de mecanismos para “ahogar” el conflicto e impedir sus posibles efectos positivos como mecanismo para el cambio y la evolución social. Pero tampoco significa que se trata de mecanismos para “estimularlo”

Entonces, hay que procesar de las experiencias que tuvimos como sociedad en los siglos XIX y XX, a fin de identificar los elementos que permitan trabajar y superar el conflicto, utilizándolo como mecanismo de aprendizaje y palanca de impulso para acceder a nuevos niveles de interacción social con base en la cooperación para beneficio de todos.
Una Venezuela mejor para todos es posible.

Mercedes Martelo
mercedesm2005@gmail.com

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