Por: Benigno Alarcón / Jueves, 8 de mayo de 2014
Conflicto y negociación no son excluyentes sino que van irremediablemente de la mano porque son las dos caras de una misma moneda.
El diálogo sin salida
Después de casi veinte años enseñando conflicto y negociación, la gente me pregunta por qué en vez de apoyar el diálogo lo he venido cuestionando en los diferentes espacios que los medios me han brindado. Justamente por eso, por entender algo sobre estas cosas. Y es desde esta óptica que me atrevo a afirmar que este diálogo, al menos por ahora, va muy mal y terminará peor si no se hacen algunas correcciones urgentes.
Pero, ¿por qué este diálogo va tan mal? Me atrevería a decir que por tres razones básicas, la primera es porque una cosa es diálogo, que es lo que tenemos, y otra muy distinta es negociación. La segunda razón es porque la oposición no tiene mayor poder en esta negociación y cada día, por razones que pueden ser difíciles de entender, renuncia a sus fuentes de poder en este proceso. La tercera, porque hemos permitido que el gobierno convierta este proceso en un dilema de prisionero entre quienes negocian, con lo cual cada actor de este proceso (representantes políticos, empresariales y estudiantiles) terminarán obteniendo, en el mejor escenario, un resultado mediocre para si mismo e inaceptable para el país.
Se trata de negociar, no de dialogar
Nadie sensato puede estar en contra de que gobierno y oposición se esfuercen en buscar vías pacíficas, legales y democráticas a la grave crisis que vive el país, de ahí el respaldo que la gran mayoría de la población da al diálogo según todos los estudios de opinión. Respondiendo a una adecuada lectura de esta demanda, el gobierno nacional fue diligente en la inauguración con gran fanfarria de la Conferencia de Paz, tras la cual se instalaron las mesas de diálogo económico y político, separándolas estratégicamente.
Es así como en la mesa de diálogo económico el gobierno trata de negociar con los empresarios para salir de los problemas de abastecimiento e inflación que le generan buena parte de sus grandes dolores de cabeza, lo cual no resulta sencillo si consideramos que la gobernabilidad depende en buena medida de llenar los anaqueles a la brevedad posible, lo que los empresarios gustosamente harían a cambio de las divisas que necesitan para reactivar sus negocios, que es justamente lo que no hay, y por eso estamos en donde estamos, aunque la vocación paciente y precavida del empresario previsiblemente ayudará al gobierno en su necesidad de ganar tiempo.
Mientras tanto, en la mesa de diálogo político la situación es algo distinta porque el gobierno entiende que en esa allí el conflicto planteado es necesariamente suma-cero, en otras palabras no hay nada que el gobierno pueda dar a la oposición sin sacrificio de su propio poder. Es por ello que a los efectos de esta mesa en particular es esencial tener claro que si bien toda negociación implica diálogo, no todo diálogo implica negociación. Intuimos que por esta razón el gobierno se cuidó de recordarnos permanentemente, y más allá de lo semántico, que esto es un diálogo y no una negociación, al tiempo que se insiste en que aquí no hay nada que negociar. En esta misma línea, el gobierno también aclara desde un principio que los terceros como UNASUR y el Vaticano son testigo de buena fe, término inexistente en la resolución de conflictos, ya que hablar de mediadores implicaría el reconocimiento tácito de un proceso de negociación con la oposición.
Es así como la mesa de diálogo político es, y seguirá siendo, si no se insiste en las definiciones apropiadas, solo una mesa de dialogo y nada más, o sea un espacio en donde nos encontramos para hablar sin el compromiso de intentar llegar a acuerdo alguno, mientras el gobierno gana tiempo para lidiar con sus dos principales problemas: La escasez y la calle.
La oposición sin poder para negociar
Recientemente, en un foro en el que tuve la oportunidad de participar, escuche de boca de una de las personas que me acompañaba en el panel que en el diálogo con el gobierno había al menos tres agendas distintas, la agenda política, la económica y la de los estudiantes. En base a esta diferencia se justificaba la necesidad de mantener separadas las mesas de diálogo político y económico, así como la mesa de los estudiantes en caso de que estos decidieran en algún momento sentarse con el gobierno.
Si bien es cierto que en este proceso puede haber sectores con prioridades distintas que defender, representadas no solo por esas tres agendas, sino por algunas más que aunque hoy no están presentes en la opinión púbica podrían estarlo muy pronto, como es el caso de los trabajadores y los educadores, todas las agendas se relacionan y están conectadas entre si y su separación solo contribuye a debilitar la posición de cada sector en la mesa de negociación.
Detrás de esta separación de agendas lo que hay es la búsqueda de resultados más favorables de parte del sector económico, quienes sienten que manteniendo sus aspiraciones separadas y diferenciadas de lo político podrían obtener mejores resultados para si mismos. Situaciones como ésta, incomprensiblemente justificada desde la Unidad cuando se afirma, por ejemplo, que los estudiantes son una entidad aparte con la que el gobierno debe sentarse por separado, solo contribuye al debilitamiento de su propia legitimidad y en consecuencia de su capacidad de negociación. Si la Política para los partidos de oposición que acuden al dialogo no consiste en la representación y defensa de los intereses, no solo políticos, sino sociales y económicos del país, entonces ¿cual es su razón de ser como representación política?
Como hemos dicho anteriormente, el gobierno, a través de este proceso de diálogo, busca resolver, básicamente, un problema de ingobernabilidad que se materializa en situaciones como la escasez generalizada de rubros básicos, la inflación y las protestas. Si las posibles soluciones a los problemas que preocupan al gobierno no están en manos de la representación política porque lo económico se negocia en otra mesa directamente con los empresarios, y la protesta no está en manos de los representantes de la MUD, sino justamente de otros actores políticos y de los estudiantes, entonces poco cabe esperar como resultados tangibles de un diálogo político en donde la separación de agendas deja a la MUD sin ninguna carta de valor que posibilite el intercambio.
De no corregirse esta grave situación, bien sea por un acuerdo con los sectores sociales y económicos del país que le devuelva al sector político su poder para representar a los otros sectores, o bien por una coordinación de agendas que logre la inclusión de unas demandas mínimas comunes que sean realistas y se constituyan en punto de retiro de la negociación para todos los sectores, no habría resultados mayores que esperar del actual proceso.
Bajo las condiciones actuales, los el mejor resultado se limitaría, en el mejor de los casos, tan solo a algunas concesiones que permitan lavarle la cara al gobierno y a la oposición en el sentido de demostrar ante las audiencias de ambos que el diálogo era un ejercicio de buena fe, y en ese sentido cabria esperar algunas concesiones como la anunciada revisión de los casos de algunos estudiantes detenidos como producto de las protestas, la liberación de algún detenido que no represente peligro para el gobierno, como es el caso del Comisario Simonovis, y algunas otras cosas que serán bien recibidas por el país, pero que en nada comprometen la hegemonía futura del gobierno en el ejercicio del poder, y por lo tanto no constituirán avance real alguno en términos democráticos.
El dilema de prisionero entre oposición, estudiantes, empresarios y el resto de la sociedad
La teoría de juegos, a través del famoso dilema de prisionero, sobre lo cual el lector no iniciado puede encontrar abundante información en Internet, nos enseña que la inclinación natural de los individuos a dar prioridad a la satisfacción de sus intereses individuales sobre los colectivos es un gran obstáculo para la cooperación, lo que termina, en buena medida, dando resultados inferiores a los mejores posibles para quienes se inclinan por no cooperar en la búsqueda de lograr lo mejor para si mismos de manera egoísta.
Es justamente del lado del gobierno desde donde parece entenderse mejor esta lógica, y es por ello que a pesar de muchas y evidentes diferencias internas, el gobierno se presenta en este proceso de dialogo como un solo bloque mientras que a los demás sectores, de la misma forma que se hace en el dilema de prisionero, se les coloca en mesas de negociación separadas a los fines de debilitar sus posiciones individuales y cualquier posibilidad de cooperación entre ellos, con lo cual el primero por regla general gana y del otro lado todos pierden.
Hoy en día la situación del gobierno podría definirse como muy precaria. La confluencia de los efectos evidentes de una crisis económica que ya traspasa los indicadores macroeconómicos para instalarse en la microeconomía de cada hogar a través de consecuencias palpables que todos vivimos en el día a día, como la escasez y la inflación, que por omnipresentes no se les puede ignorar, aunada a demandas políticas y de orden social que han impulsado la movilizaciones de las protestas de calle, constituyen un escenario en donde ya las variables en juego no están bajo el control del gobierno y su capacidad para garantizar la gobernabilidad democrática se ven seriamente disminuidas, lo que hace depender su estabilidad, cada día más, de su capacidad de represión, la cual a su vez esta condicionada por la disposición de otros a arriesgar sus propias vidas y a asumir los costos de la violación de derechos humanos para mantener al gobierno en el poder.
Un escenario de las características del que vivimos en la actualidad en Venezuela obliga a los actores vinculados al gobierno a hacer un balance entre las consecuencias de un posible acuerdo que podría significar una reducción de su poder, o incluso su salida, y la alternativa de mantenerse por la fuerza haciendo cada día más difícil y costosa una transición. Evidentemente la disposición del gobierno a negociar condiciones de apertura democratica será inversamente proporcional a sus expectativas de mantener el poder por la fuerza. Es en este sentido, que decimos que la gente negocia solo lo que no puede conseguir por otros medios, y es por ello que en un escenario de esas características gobernabilidad y democracia parecieran caminar en sentidos opuestos.
El gobierno comprende bien que sus posibilidades de éxito dependen principalmente de su habilidad para evitar que los ¨los prisioneros¨ (en este caso representados por los partidos de oposición, los empresarios, los estudiantes, y cualquier otro sector que pudiese tener el día de mañana un rol activo en el desarrollo de esta crisis) sean capaces de cooperar entre ellos para conseguir un mejor resultado, tomando ventaja de la inclinación natural de los seres humanos a no cooperar y a anteponer los intereses individuales sobre los colectivos, lo que les facilita mantener mesas de negociación aisladas que lejos de contribuir a que todos consigan el mejor resultado posible, hará que los representantes de cada sector tengan que conformarse con un resultado mediocre.
Aunque teóricamente las desventajas de dividir son claras, es importante comprender las motivaciones que hacen que algunos actores se inclinen hacia la separación de las mesas de negociación. Todo negociador incluido en cualquiera de las mesas de diálogo siente que nadie puede representar los intereses propios y de su grupo mejor que el mismo, al tiempo que el sector empresarial siente que puede mejorar sus resultados si mantiene la defensa de sus intereses diferenciada de los intereses del sector político. A todo ello se suma el factor desconfianza que hace que nadie esté dispuesto a poner la defensa de sus intereses en manos de otros, lo que trae como resultado, tal como sucede en el dilema de prisionero, que la búsqueda del mejor resultado individual desemboque en la obtención de un resultado mediocre para todos.
Siendo esta la situación, pareciera que la única posibilidad de que los resultados puedan mejorarse es mediante la cooperación entre todos los sectores que negocian, hasta ahora el político y el económico. Aceptando que ninguno de los sectores renunciará a la defensa directa de sus intereses individuales y del grupo que representa, ni se unificarán las mesas de diálogo económico y político, además de las que pudiesen existir en el futuro, la cooperación sigue siendo aún posible si se logra al menos una coordinación de agendas que contengan una demandas mínimas que constituyan un punto de retiro común para todos. Estos mínimos comunes para todos podrían estar representados en principios que gocen de legitimidad entre los diferentes sectores y sus audiencias y que confirmarían las reglas de juego básicas e irrenunciables que regirían la relación entre el gobierno y el resto de los sectores representados en una negociación. Como ejemplo de ello podríamos referirnos al mecanismo de nombramiento de nuevos magistrados en el Tribunal Supremo de Justicia, de cuya conformación no dependen solo decisiones con consecuencias políticas, como la resolución de los conflictos electorales, sino decisiones relacionadas con la libertad económica, como es el caso de la demanda por inconstitucionalidad de la Ley de Precios Justos.
Lamentablemente, y aquí está el planteamiento polémico y controversial de la posición que desde un principio he asumido, ante la vocación autoritaria del actual gobierno, cada día mas evidente, considero imposible alcanzar acuerdo alguno si el proceso de negociación no se produce porque es el gobierno quien lo necesita. Es así como conflicto y negociación no son excluyentes sino que van irremediablemente de la mano porque son las dos caras de una misma moneda, y el éxito de uno depende del otro. Si el gobierno logra controlar la protesta, que le obligó a abrir el diálogo, sin hacer concesiones sustanciales, las razones que pueden obligarlo a negociar habrían dejado de existir.
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