Carta del Director

A más libertad, más responsabilidad

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Caracas, 1 de julio de 2016

Un amigo al que aprecio mucho, Eduardo Chibas, escribió, sin ser politólogo, un interesante papel de trabajo sobre la democracia que discutimos recientemente. Entre algunos argumentos, Eduardo resalta uno que creo merece especial atención, y es el hecho de que la democracia incuba en sí misma la semilla de su propia destrucción.

Desde una posición quizás menos pesimista, comparto en parte los argumentos de Eduardo. Mientras la estabilidad y sustentabilidad de las democracias liberales en el tiempo demuestran la fortaleza de los sistemas democráticos, también es cierto que durante las últimas dos décadas ha habido importantes retrocesos en el mundo, tanto por reversiones de procesos de transición en varios países gobernados por regímenes autoritarios que intentaron probar tímidamente sus mieles, como si la libertad pudiese reducirse a una categoría utilitaria en donde la defiendo o no dependiendo de cuánto me da. Pero, asimismo, democracias electorales como la nuestra, entre otras, sufrieron retrocesos por razones análogas, bajo la tentación de líderes demagógicos que subastaban la tierra prometida a cambio de nuevas constituciones, control total sobre las instituciones y reelecciones indefinidas.

Y es que, para Eduardo, la semilla de la destrucción de la democracia que se gesta en su propio seno es, justamente, la demagogia. Es así como la competencia política se ejerce como una subasta irresponsable, en donde gana quien más ofrece a costa de la destrucción misma del sistema. Es en esta dinámica perversa que hemos visto a un Donald Trump alzarse con la nominación del Partido Republicano, y a pesar de su propio partido. Y es así como los electores del Reino Unido han cometido hace dos semanas lo que será uno de sus peores errores históricos, que mientras ha costado ya cuantiosas sumas en pérdidas económicas, ha costado también la salida de muchos ciudadanos europeos que vivían en sus fronteras y obligará a muchos hombres y mujeres británicos a regresar a su tierra tras haber perdido la ciudadanía europea. Es también así como muchos de nuestros ciudadanos votaron por su participación en una renta petrolera que otros controlaban, dando la espalda a políticas públicas y políticos más responsables que abogaban por dar a Venezuela las mismas condiciones que hoy han hecho de Colombia, Chile y Uruguay, por solo nombrar unos pocos de los que nos son más cercanos, países estables y prósperos.

Y es que la transición de la que tanto se habla en estos días, no puede limitarse a un simple cambio de gobierno. Tales transiciones terminan revirtiéndose en el corto plazo, poniendo de vuelta en el poder a los demagogos que subastan primero nuestra libertad y luego nuestra dignidad a cambio de una bolsa de comida.

Una transición exitosa no se limita a que cambiemos de gobierno, sino que implica que cambiemos como país. Implica el retorno, o quizás el involucramiento real por primera vez de los venezolanos en lo que es el ejercicio de la ciudadanía, porque la democracia no se limita tan solo a la libertad sino que funciona bajo esa ecuación inviolable de Sartre: “a mayor libertad, mayor responsabilidad”.

Es en este sentido que una transición democrática tiene sentido, y para ello es fundamental un ejercicio de la política en que partidos, líderes y ciudadanos acepten su corresponsabilidad en la solidez de una transición democrática. Ello aumenta la necesidad de dar mayor exhibición a un debate público más enriquecedor que no se conforme ni acepte los reduccionismos binarios entre rojos y azules, buenos y malos, revolucionarios y escuálidos, patriotas y traidores.

Si lo que vivimos nos deja alguna lección, y ahora queremos una democracia más sólida y mejores políticos en los puestos de liderazgo, toca a los ciudadanos reconocer y aceptar nuestra cuota de responsabilidad para así mejor prepararnos para participar en el debate que viene sobre el país que queremos tras una transición y para comenzar a elegir responsablemente, formándonos primero nuestro propio criterio. De lo contrario, caminaremos, no hacia una democracia sólida, sino que regresaremos, más temprano que tarde, a las subastas electorales en las que se impondrá, no el liderazgo más capaz, sino el demagogo con menos escrúpulos y más ambiciones.

Benigno Alarcón Deza

Director

Centro de Estudios Políticos

Universidad Católica Andrés Bello

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