José Bucete – 28 de abril de 2017
Los seres humanos tenemos sentimientos que, dependiendo de las situaciones o circunstancias que nos toque vivir, afloran con mayor o menor intensidad. A veces nos llevan a cometer locuras en nombre de esos sentimientos que muy probablemente estén a flor de piel.
Pero, sin duda alguna, los países y las sociedades no pueden ser ejercer actuaciones con el puro sentimiento y sin la razón, porque es cuando se desbordan las pasiones y llegan los extremismos que terminan perjudicando a un gran grupo de ciudadanos. No con esto estoy pretendiendo juzgar los sentimientos de ningún venezolano, solo pretendo hacer un ejercicio de lo que, probablemente, pueda convertirse en un círculo vicioso si no ponemos la razón como factor dominante en todo este ajedrez que se ha convertido Venezuela.
Estos últimos días se convirtieron en una montaña rusa de emociones. Por un lado, el sector opositor del país movilizándose con fuerza producto de la mayor torpeza que ha cometido el gobierno nacional, con las sentencias que dictara el TSJ que terminarían de romper el ya muy desgastado hilo constitucional de Venezuela. Por otro lado, el gobierno queriendo repetir la receta histórica: amedrentamiento, terror, odio y contra marchas, donde escasamente lograron realizar una sola.
Sin embargo, las emociones de la gente, de la ciudadanía común, se han vuelto pasiones y estas se han desbordado; basta con solo abrir cualquiera de las redes sociales, observar cualquier video que ruede, para escuchar como en distintos casos se nota miedo, esperanza, pero en la mayoría de los casos: odio; y es justamente aquí donde quiere centrar el análisis de este corto escrito.
En el momento de escribir estas líneas, el saldo negativo de nuestro país es de 26 muertes ocurridas en hechos de protestas, cosa que por supuesto conlleva a nuestro mayor y profundo rechazo.
Estas muertes han traído como consecuencia la exacerbación de los sentimientos en gran parte de la población nacional, y si a esas muertes le sumamos todas y cada una de las calamidades que padecen cada venezolano: escasez de alimentos, de medicinas, falta de servicios públicos, delincuencia, pobreza y un largo etc., esos sentimientos negativos aumentan y se fortalecen en una sociedad ya muy dividida por elementos políticos. A esta gran sopa, podemos agregarle un ingrediente que pone aun más picante: el llamado indiscriminado al odio y violencia por parte de los voceros oficiales.
En cualquier circunstancia es difícil dar consuelo a las familias que han perdido algún ser querido, imagínese pues cómo lo será el hacerlo por causa política. Y es justo ahí en ese desconsuelo, en ese momento de indefensión, de impunidad donde el odio aparece con fuerza y parece apoderarse de todo tipo de razonamiento.
Para comprender un poco mas este sentimiento, me fui al diccionario para buscar una definición que diera un poco de luz. La Real Academia Española define el odio como “antipatía y aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea”. Quisiera estar equivocado cuando veo a la sociedad venezolana llena de odio y aversión, y quisiera estar aun más equivocado cuando veo que esa aversión no es solo al gobierno por la forma de gobernar y administrar, sino a tantas personas que en nombre de otros ejercen con tanta fuerza el intento de dominación de un pueblo que está cansado, fatigado de vivir como vive y que aspira a poder vivir dignamente.
El odio con que hablamos los unos de los otros, las maldiciones que proferimos los unos contra los otros, el deseo de muerte que se profieren como gotas de agua en un diluvio, la verdad es preocupante. Como he dicho anteriormente, no desmerito el sentimiento, porque como sentimiento es algo que está en cada uno y que aflora en cualquier momento en cada persona. Pero veamos mas allá, veamos a esa Venezuela que como todo parto, se está gestando, un nuevo país que debe venir acompañado de mucha razón para poder levantarlo, de mucha razón para poder replantearlo o repensarlo.
En esa Venezuela que viene no podemos sencillamente hacer “borrón y cuenta nueva”, pero la diferencia de esa Venezuela que pide a gritos razón, más que la revancha, el odio o venganza es la justicia. Venezuela requiere que la impunidad sí sea un punto de la página pasada, pero pide que se aplique la ley, todo el peso, pero la ley. Cualquier ley por muy injusta que parezca es más justa que la ley de la revancha, porque en esta se sacia a un individuo pero no se hace justicia al colectivo. El odio o revancha genera violencia y la violencia genera un espiral de mucha más violencia.
Justicia, según la Real Academia Española está definido como: “1. Principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. 2. Derecho, razón o equidad. 3. Aquello que debe hacerse según derecho o razón”. Venezuela clama por justicia, por muchas razones, pero no permitamos que el espiral de violencia que ya ha abierto este gobierno siga y se incremente en el renacer de nuestro país. Necesitamos justicia para saciar el alma colectiva que está ensangrentada por tanta impunidad. Necesitamos justicia para detener el espiral de muerte, odio y violencia que vive hoy nuestra sociedad.
Que Dios nos llene de sabiduría para que podamos alcanzar la justicia. Necesitamos justicia para que se le dé a cada quien lo que le corresponde y retorne la paz.
Seguiremos hablando de la justicia en la Venezuela que hoy renace.
Que Dios bendiga a Venezuela.
Categorías:Espacio plural, Opinión y análisis
1 respuesta »