José Bucete
En estos últimos días, la desesperanza, desmotivación, la falta de visión de futuro y el desasosiego parecen haberse apoderado de la psique de la sociedad venezolana. Parece haber ocurrido un quiebre, un antes y un después, luego de la realización de parapeto de elecciones de la mal llamada Asamblea Nacional Constituyente. Todo eso es normal, la sociedad venezolana venía embalada sin miramientos, la oposición venezolana imponía la agenda de calle y de ahí se desprendían una serie de actividades que hicieron que el Gobierno solo tuviera oportunidad de jugar bajo la reacción, más no por acción propia.
Luego de cuatro meses es mucho lo que se ha avanzado, interna y externamente, aunque pareciera todo lo contrario. A los venezolanos se nos olvidan rápidamente hasta las victorias que hemos alcanzado como sociedad. ¿Y cuándo se produce ese corte de memoria? Hace unos días se ha levantado en el país una polvareda por un debate acerca del llamado a elecciones regionales que hiciera el Gobierno nacional. Es justo en el momento cuando la Mesa de la Unidad Democrática anuncia la disposición de participar en dichas elecciones, que la sociedad ha emprendido una guerra sistemática de descrédito y rechazo contra partidos que hacen vida en la MUD.
Sin temor a equivocarme, la mayoría de los ciudadanos que decidieron sumarse a las convocatorias de calle que se realizaban en todo el país, lo hacían por un compromiso ciudadano, por la conciencia de saber y entender que quienes ostentan el poder quieren coartar las libertades, generar una presión y que ella trajera el alcance de ciertos objetivos. Recordemos cuáles fueron los cuatro puntos que nuclearon a los partidos opositores y movilizaron de forma efectiva a miles y millones en las calles: 1) Respeto a la Asamblea Nacional; 2) Apertura de un canal humanitario; 3) Libertad de los presos políticos; y 4) Elecciones libres.
Esos cuatro puntos lograron la cohesión social y la cohesión partidista de lucha en la calle. Ahora bien, parece que la ciudadanía olvida que se está enfrentando a toda una maquinaria voraz, inescrupulosa y llena de la mayor cantidad de antivalores a la hora de ejercer el poder. Es por ello que más de cuatro meses en las calles y más de cien muertes no movieron con la fuerza suficiente las bases de un Gobierno y unos políticos inescrupulosos. Pensar que el presidente Maduro iba a sentirse mal por los caídos y podía existir en él algún tipo de reflexión para dejar la Presidencia al ver las multitudinarias movilizaciones en contra de su Gobierno, era algo ilógico y hasta inocente. Y así fue.
Por otro lado, tenemos a una oposición llena de coraje y de espíritu de lucha, unificada en torno a unos objetivos claros, pero desarmada, sin grupos anárquicos paramilitares y parapoliciales, con tan solo uno de los cinco poderes que componen el Estado venezolano. El Poder Legislativo, además, hasta la fecha cuenta con más de 50 sentencias en su contra que buscan ilegalizarla. Recordemos que la Asamblea Nacional y sus diputados nombraron a los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, y ya sabemos cuál ha sido el destino de dichos juristas. Se realizó una mega consulta popular donde participaron más de siete millones y medio de venezolanos y eso tampoco fue suficiente, sin duda alguna falta algo más, que no tenemos.
El 30 de julio pasado, el Gobierno decidió hacer una “elección” para una Asamblea Nacional Constituyente, a todas luces una elección fraudulenta, amañada y llena de contradicciones, empezando por las cifras que anunció la señora Lucena y lo que dijeron los técnicos de Smartmatic (empresas de las máquinas de votación). Pero en este proceso ocurrió algo sin precedentes: el fraude. El robo de votos no fue en una elección donde participó la oposición, sino solo el madurismo, lo que quiere decir que ese fraude es de ellos, no de la oposición, es en esa elección donde se tiene que repetir el proceso en los estados Mérida y Táchira porque no coinciden. Es justo allí donde los seguidores de la oposición, en lugar de virar la artillería contra su dirigencia, deberían apuntar contra el PSUV y sus peleas intestinales.
Luego, el Gobierno decidió convocar a elecciones regionales. La oposición aceptó el reto y nuevamente se encienden las baterías contra la MUD. Veamos lo siguiente:
¿Hay algo distinto de los ocho procesos electorales pasados donde se participó con ese mismo CNE? ¿El fraude que ocurrió el 30J fue contra la oposición? ¿En los ocho procesos electorales anteriores la señora Lucena y todos los rectores sí eran imparciales? Analicemos esta pregunta: ¿Si el CNE de la señora Lucena decide convocar, hipotéticamente, unas elecciones presidenciales o generales, tampoco participaríamos porque las condiciones no están dadas?
La política es como el arte de la guerra, son varias batallas en varios campos, con distintos componentes militares. Algunas batallas se darán en el mismo tiempo, otras no, pero lo que no puede hacer un ejército es dejar de dar las batallas, cuantas sean.
Hay verdades relativas en todo este tablero político venezolano: hay muchas razones para no participar en las próximas elecciones regionales, pero también hay muchas para ir, participar y demostrar que en una contienda cuerpo a cuerpo sí somos mayoría, que el 30 de julio ellos le mintieron a su propia gente. Uno de los caminos que tiene la sociedad para arrancarle poder a un Gobierno que lo acumula a montones es la participación. Es el mayor acto de rebeldía, que permite que millones que tienen miedo de expresarse de otras formas lo puedan hacer contra el Gobierno.
¡Cuidado! El ir a elecciones no significa, bajo ninguna circunstancia, el abandono de los cuatro objetivos planteados. No significa, en lo absoluto, abandonar la lucha y presión en las calles. Tampoco significa la resignación a no conseguir condiciones justas para las elecciones.
¿Qué pasa si la ANC elimina las gobernaciones? Esa será otra lucha que debemos dar, pero pensar en abstenerse haciéndole el favor al Gobierno que se sabe perdido, es como que usted diga: “No voy a salir porque me van a robar, o si salgo, capaz choco el carro”. Esos son otros escenarios.
Cierro diciendo claramente: las elecciones regionales no son la solución ni a los problemas del país, ni son el principal objetivo, que es el cambio de Gobierno; pero sin duda representan una prueba, un examen más que se debe presentar para llegar a la meta. Nadie se gradúa y obtiene un título sin ser probado. Demostremos de qué estamos hechos.
Dios bendiga a Venezuela.
17 de agosto de 2017
Categorías:Espacio plural, Opinión y análisis