Guido Revete
La liquidez monetaria es superior a la cantidad de billetes en circulación, lo que significa que a pesar de tener dinero en las cuentas bancarias y poder movilizarlo a través de transferencias, no hay suficiente oferta de billetes para la demanda en efectivo.
Un hecho similar sucedió en diciembre de 2016 cuando los bancos nacionales empezaron a ver sus arcas de billetes en números rojos, lo que amenazaba, como sucede hoy, con la necesidad de imponer una especie de corralito financiero que impidiera seguir retirando los billetes de las entidades bancarias. La solución que planteó el Ejecutivo Nacional ante este escenario no sólo fue distinta, sino que fue todo lo contrario: en vez de impedir que la gente pudiera retirar dinero, obligaron a la población a depositarlo todo en apenas 72 horas. No se buscó devaluar la moneda, sino dejarla sin ningún tipo de valor.
Tal medida terminó por demostrar dos fenómenos que se retroalimentan. El primero de ellos, que el Estado venezolano no tenía la capacidad operativa de retirar el billete de más alta denominación para el momento, en el breve lapso de tiempo planteado. El segundo, notorio, ocho prórrogas después, que la medida realmente nunca tuvo el objetivo de retirarlo de manera definitiva.
Las reiterativas prórrogas de la circulación del billete –que hasta ahora se extienden por octava vez– lo que han demostrado es la pretensión que el dinero en efectivo retorne a los bancos para garantizar, artificialmente, la oferta de los billetes. Decimos “artificialmente” porque no responde a una medida de equilibrio entre la liquidez monetaria y la cantidad de billetes en circulación, sino que son impuestas para garantizar la recirculación de la misma cantidad de billetes disponibles a pesar del aumento de la liquidez monetaria.
El problema que se presenta hoy es que la medida impuesta por el Gobierno a costa de hipotecar la palabra y la creencia del ciudadano sobre el Estado, ha dejado de tener efecto, y la gente, ante el final de la prórroga, no se encuentra dispuesta a depositar de nuevo los billetes del viejo cono monetario que siguen representando más del 90% de los billetes en circulación. Esto motivado a que, probablemente, esperan otro plazo de extensión del permiso de circulación de los billetes y que ante la posibilidad de no poder volver a retirarlo en efectivo, prefieren guardarlos y utilizarlos directamente en su consumo diario. Sumado a que en las circunstancias actuales no parece tener sentido para la clase trabajadora poseer dinero en el banco.
Tener el dinero en instituciones bancarias se ha vuelto una traba por la imposibilidad de hacer uso cotidiano de él ante las limitaciones para el retiro de efectivo y por la dificultad de ahorro real por la cantidad de ingresos que percibe, adicional a una acelerada espiral inflacionaria que impide generar saldos positivos por intereses. Además de los continuos descuentos que genera el sistema bancario por consultar el saldo de la cuenta en cajeros del propio banco.
Sin embargo, si todos los ciudadanos, ante la pérdida de confianza hacia el sector bancario, decidieran sustraer el dinero en su totalidad, inevitablemente el rezago de la cantidad de billetes en oferta, ante la cantidad de dinero disponible en las cuentas, aceleraría el problema de la escasez de los billetes. Esto adelantaría la franca posibilidad de ejecutar un corralito “tradicional” o, por el contrario, retomar la medida de imponer a la población la realización de depósitos en breves lapsos.
En este escenario, la recomendación sería custodiar el dinero en efectivo que tengan a disposición y, en particular “atesorar” los billetes del nuevo cono monetario, única garantía de que en caso de volver a hacerse oficial la intención de retirar los billetes del viejo cono no se hallen en la posibilidad de perder sus activos líquidos de un momento a otro. Esto en ninguna forma puede traducirse como la pretensión de ahorrar en bolívares, sino a la intención de garantizar la circulación de sus activos líquidos con mayor facilidad para el consumo cotidiano.
Medidas como la recientemente impuesta por la Sudeban, de restringir los avances de efectivo, atacan el problema de la banca paralela que con comisiones hasta del 30% afectan a los ciudadanos que requieren con urgencia del dinero en efectivo. Sin embargo, esta medida sólo ataca la expresión del verdadero problema, la enfermedad seguirá siendo el rezago de la cantidad de billetes disponibles en comparación con la liquidez monetaria. De seguir el ascenso inflacionario, el problema será aún mayor ante los futuros aumentos de salarios, y el proceso de ingreso del nuevo cono monetario a nuestro sistema financiero será tan lento que antes de su imposición definitiva ya algunos billetes empiezan a quedar inertes ante el costo de la vida diaria.
Esto, anexo al creciente retroceso tecnológico y de control fiscal del sector comercial, cuya máxima expresión es la ausencia reiterativa de puntos de venta, lo que obliga a la clase trabajadora a utilizar el efectivo, aumentando así la velocidad de circulación de los pocos billetes disponibles, presionando sobre la oferta de los mismos.
22 de agosto de 2017
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