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Alexis Alzuru
17 de diciembre de 2018
¿Puede negociarse la expulsión de Maduro? ¿En cuáles condiciones sería posible el cambio de Gobierno? ¿Quiénes serían los interlocutores en una eventual negociación? Las alternativas para salir de Maduro son limitadas. Esta opinión la aceptaría cualquier observador que examine la situación del país con imparcialidad. De hecho, las vías son tan reducidas que algunos insisten en la intervención militar internacional. Sin embargo, la población rechaza esa idea porque nadie explica cómo y en cuántos años se saldría de ese escenario una vez que se inicie. Incluso, quienes proponen esa fórmula no pueden asegurar con un mínimo nivel de responsabilidad que los resultados serán los esperados. Ahora bien, el venezolano no se engaña, sabe que no habrá transición sin violencia. Lo que ocurre es que el sentido común le indica que la violencia se puede reducir. De allí que presione por una vía negociada. La gente espera que las élites y los dirigentes definan un procedimiento político que reduzca los heridos, los muertos y los destrozos que inevitablemente la transición provocará.
Aun cuando en el caso de Venezuela una solución consensuada es muy poco probable, también es cierto que el consenso es una senda que jamás se cierra. Queda la opción del acuerdo con algunos sectores chavistas antimaduristas. Por supuesto, esta ventana también está por trancarse gracias al avance cubano y al tiempo perdido. Sin embargo, un político y un general corrupto siempre tendrán suficientes motivos para negociar, no así los países que quieren saquearnos. Sobre todo, como Cuba no negocia el poder no permitirá bajo ninguna circunstancia que Maduro lo intente. Es hora de reconocer que la única opción para la nación está en buscar algún acuerdo entre sus nacionales.
Por supuesto, negociar con el chavismo antimadurista exige precisar los aspectos que ese proceso involucraría. Habría que comenzar por aceptar que sería un acuerdo con personas con características fáciles de imaginar. Lo probable es que sea un grupo de gente movilizada por la venganza y la avaricia, no por ideales o valores democráticos. Muchos estarán acusados de corrupción, contrabando, narcotráfico y lavado de dinero, mientras que otros estarían investigados, procesados y sancionados por tribunales y, en general, por la comunidad internacional. Ahora bien, lo relevante es identificar sus motivaciones y su disposición a negociar así como la capacidad de mando en la FANB, no escandalizarse por su perfil moral o ideología.
Negociar la transición no implica renunciar a las creencias, principios y costumbres, ni supone aceptar los dólares de Raúl Gorrín para traicionar al pueblo. Tampoco es cohabitar con Maduro. Negociar la transición es un acuerdo ético-político entre ciudadanos que desean restituir la vida en democracia, pues en términos prácticos exige colocar entre paréntesis las miserias, ambiciones, intereses, agendas personales y partidistas para pactar con quienes hasta ahora han sido los adversarios. La moralidad de las alianzas estratégicas con grupos enemigos depende de la sensatez que se autoexigen quienes comparten los mismos valores y creencias para así abrir paso a la cooperación política.
Además, el acercamiento confiable con los sectores antimaduristas sólo se logrará a través de la mediación de la diplomacia internacional, no por los contactos de actores nacionales. Este solo hecho obligaría a quienes tanto hablan de libertad y democracia a dejar de lado sus pequeñeces y actuar apegados a los principios de la responsabilidad y cooperación. La mediación internacional necesitaría certezas, confianza y unidad de criterios para iniciar una acción tras bastidores.
Después de todo, ellos se jugarían la piel y prestigio en esta fase inicial. Por cierto, ese ciclo inicial de negociaciones sería el marco apropiado para consensuar el ingreso de las tropas internacionales al territorio nacional. Serían tropas garantes de la paz, no fuerzas invasoras para la guerra.
Cerrado ese primer ciclo y expulsado Maduro, se activaría la etapa de la transición del poder. Un escenario que implica tres condiciones: una junta de gobierno integrada por demócratas y antimaduristas; la publicidad de los actos de la junta y la permanencia de la coalición militar internacional hasta que haya un gobierno electo en democracia. Por supuesto, algunos cuestionarán esta fórmula; sin embargo, en Venezuela el dilema es negociar con antimaduristas o pactar con el castro-madurismo. De hecho, a partir de enero, permitir que el Gobierno continúe será reconocerlo tácitamente; será pactar en silencio con Maduro, con su proyecto y la entrega de la república a terceros países.
@aaalzuru
El autor es Doctor en Ciencias Políticas, Magíster en Filosofía y consultor internacional. Profesor jubilado de la UCV.
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