Las bases fundacionales

Félix Arellano
La apertura comercial, los acuerdos de libre comercio, la inserción eficiente en la economía mundial se fueron posesionando progresivamente como temas fundamentales en la agenda internacional y, con el tiempo, también han sido objeto del debate polarizado con inevitables consecuencias en la política. Por una parte, los que asumen su defensa como procesos inexorables en la economía global y, por otra, los que estiman que son causas determinantes de las crisis sociales, particularmente del desempleo, que ahora se potencia producto de la pandemia del Covid-19.
En principio se asume que la apertura comercial representa un proceso técnico, instrumental indiferente a las ideologías imperantes, de hecho, en el marco de la llamada Guerra Fría, se pudo apreciar como la apertura comercial y la integración fue utilizada por ambos bloques. En el caso de Occidente, mediante la suscripción de los acuerdos del carbón y del acero (1951) por los seis países que luego van a conformar el mercado común. En el bloque comunista también se planteó un limitado proceso de apertura comercial e integración con la creación del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) (1949-1991).
Pero la apertura comercial y la integración generan diversas lecturas desde la perspectiva política; así por ejemplo, en la medida en la que el tema tiene que ver con mercado, las ideologías de izquierda, en sus posturas radicales, se presentan escépticas y críticas; posición que va cambiando al llegar al poder, como se podrá apreciar claramente en nuestra región, donde varios gobiernos radicales promovieron la integración, en lo que ha sido definido como la fase postliberal de la integración. Lo paradójico es que utilizan los instrumentos de la apertura comercial con eufemismos, al libre comercio lo definen como el “comercio de los pueblos” y sin establecer las normativa de funcionamiento necesarias.
Como veremos en esta reflexión, en varias entregas, la apertura comercial y la integración no son escépticas en términos políticos, si bien constituyen un instrumental técnico, las ideologías las utilizan y manipulan en su discurso y práctica política, situación que se ha agudizado en las últimas décadas.
Para comprender la dinámica y evolución del proceso de apertura comercial e integración económica debemos observar que finalizada la II Guerra Mundial, se ha establecido un orden internacional liberal, basado en reglas y principios, promovido especialmente por los Estados Unidos y fundamentado en la nueva arquitectura de multilateralismo mundial, que se expresa en la Carta de San Francisco, mediante la cual se establece el sistema de las Naciones Unidas y, en relación a los aspectos económicos, los acuerdos de Bretton Woods, que dan origen al Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
Inicialmente el tema de la apertura comercial no juega un papel relevante, en principio, para su regulación se estableció un grupo informal, el GATT (1947), concentrado en los aranceles, a la espera de que las negociaciones permitieran la conformación de una nueva Organización Internacional del Comercio (OIC). El acuerdo fue negociado, definido como la Carta de La Habana, pero nunca entró en vigencia, en consecuencia, el GATT se fue consolidando como la instancia que, con marcadas limitaciones, trataba de establecer certidumbre en el comercio de bienes.
Específicamente en la conformación de zonas de libre comercio debemos destacar, que si bien el primer acuerdo suscrito ha sido el Tratado Cobden Chevalier franco británico de 1891; los acuerdos del carbón y del acero suscritos en 1951 por los seis países que luego firman el Tratado de Roma en 1957, que conforma el mercado común europeo, constituye el primer gran bloque de libre comercio del mundo, que luego, con profundas transformaciones, se convierte en la Unión Europea, que ha llegado a integrar 28 países miembros, hasta el 2019, cuando se retira el Reino Unido mediante el proceso del Brexit.
El proyecto europeo se inicia con la conformación de la zona de libre comercio de bienes, progresivamente se liberan los servicios; luego se plantea la consolidación del bloque mediante la conformación de la unión aduanera, estableciendo un arancel externo común frente al mundo y, adicionalmente, la armonización de las políticas económicas que inciden en el funcionamiento de mercado ampliado constituyendo el mercado común. Pero el proceso europeo no se limitó a los temas económicos y técnicos, con el tiempo avanzó en el plano político con la definición de una política exterior común, un parlamento comunitario y una Constitución europea.
En lo que respecta al resto del mundo y, en particular a los Estados Unidos, predominaba la visión del desarrollo hacia adentro, fortalecer el mercado interno y limitar el acceso de los productos importados. En América Latina encontramos una situación paradójica. Se adoptaron ambiciosos acuerdos que en su contenido contemplaban la apertura comercial como el Tratado de Montevideo de 1960, por medio del cual se establece la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), que luego en 1980 es transformada en ALADI; en 1960 también se firma el Tratado que crea el Mercado Común Centroamericano y en 1969, se suscribe el Acuerdo de Cartagena mediante el cual se crea el Grupo Andino. Pero en la práctica, se aprecian resultados muy limitados medidos en términos de crecimiento del comercio interregional o de interconexión de los procesos productivos.
Un importante avance en término de apertura comercial se presenta en la década de los setenta con los llamados “tigres de Asia”, conformados por Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán que impulsaron un modelo de desarrollo basado en las exportaciones y la apertura comercial. En este contexto, otro factor detonante lo representó el cambio de modelo económico que inicia Deng Xiaoping en China, que algunos califican como “comunismo de mercado”, toda vez que privilegia la atracción de inversiones y la promoción de exportaciones; proceso que se tiende a consolidar con la incorporación de China en la nueva Organización Mundial del Comercio (OMC).
La fase de auge y expansión de la apertura comercial y la integración económica está vinculada con el desarrollo de la globalización; en ese proceso influyen diversos factores, entre otros, la interconexión e interdependencia que experimenta el mundo con las nuevas tecnologías, el transporte y las telecomunicaciones. Progresivamente hemos entrado en una producción de bienes y servicios interconectados a escala mundial, y las cadenas globales de valor representan una de las expresiones más ilustrativas.
La tendencia aperturista del comercio, muy concentrada en el continente asiático, logra un impulso decisivo cuando los Estados Unidos inicia un proceso gradual de apertura, primero con sus vecinos y la liberación de mercado en varios sectores productivos con Canadá, y un primer acuerdo de libre comercio con Israel.
Las negociaciones de un mercado ampliado con México y Canadá, que culmina con un Tratado de Libre Comercio en 1994, representan el punto de inflexión en materia de apertura comercial, entre otros, por modificar la agenda tradicional de las zonas de libre comercio, adicionando al comercio de bienes, los servicios, la propiedad intelectual y las compras públicas. Posteriormente se incorporan los temas ambientales y laborales.
Paralelamente Estados Unidos promoverá importantes cambios vinculados con la apertura comercial a escala global, al plantear una agenda ambiciosa y compleja de negociación, en la Ronda Uruguay del viejo GATT, que culmina con la firma de los Acuerdos de Marrakech y la creación de la Organización Mundial del Comercio (1995).
Como veremos en la próxima entrega, finalizando la década de los noventa se entra en la fase del auge de los acuerdos de libre comercio, pero también se abre la puerta a una mayor polarización y politización del tema de la integración comercial.
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