
Alonso Moleiro
La noticia en torno a la elección del nuevo Consejo Nacional Electoral le plantea a las facciones que integran la oposición venezolana una exigencia que hasta el momento no ha sido atendida: obrar de forma complementaria y con algún criterio estratégico compartido frente al monstruo de la autocracia chavista.
Este rasgo fratricida y sin orientación estratégica no es una falta atribuible a los partidos democráticos -la mayoría de los cuales, en estado de máxima necesidad, ha pactado responsablemente acuerdos unitarios funcionales en varias ocasiones-, sino más bien del liderazgo político con tropa y aspiraciones presidenciales. En particular, en la tóxica enemistad sin treguas que han evidenciado Leopoldo López y Henrique Capriles, se asienta parte importante de la historia de los fracasos de estos años.
La obligación para proceder con un mínimo de consecuencia entre las ramificaciones opositoras debería ser una exigencia de la sociedad democrática, ahora que ha quedado claro que el objetivo de la unidad es hoy un imposible. Si las corrientes opositoras no pueden ponerse de acuerdo en acoplar una línea única frente al autoritarismo unidimensional, al menos estarían en la obligación de comportarse entre ellas con un mínimo de lealtad, madurez, compromiso y compañerismo.
Conforme se cierra el espacio para los argumentos y Nicolás Maduro impone la fuerza sobre cualquier resquicio institucional, la sociedad democrática ha consumido meses enteros en una nociva discusión poblada de medias verdades sin utilidad, en la cual la lógica que ha imperado ha sido la destrucción del competidor. La dinámica descrita se ve acicateada por las sinrazones de las redes sociales y el díscolo debate que a veces tiene lugar en ellas.
El endurecimiento del autoritarismo chavista y la complicidad de las Fuerzas Armadas en sus desmanes administrativos se encuentra con el estancamiento de la estrategia iniciada en 2019, en ocasión de la irrupción del liderazgo de Juan Guaidó y el Gobierno Interino.
El agotamiento de determinadas expectativas ha fortalecido una corriente revisionista en el seno de las fuerzas democráticas para reconsiderar opciones electorales y procurar articular iniciativas en los escasos espacios institucionales existentes, en un momento en el que Miraflores ofrece concesiones para intentar recobrar su mermada credibilidad ante la comunidad internacional y existen las condiciones para convocar a la población.
Aunque el sujeto del planteamiento político que en este momento hace Juan Guaidó parece extraviado, sería muy mezquino restarle entidad a la calidad política del esfuerzo orquestado por él y sus aliados en este tiempo. Para quién esto escribe, en el planteamiento iniciado en 2019 para cesar la usurpación política, –si bien no logró el objetivo propuesto– , reside el esfuerzo más acabado, más fundamentado y más omnicomprensivo de todos los anteriores adelantados por la oposición en pos de la restauración de la democracia.
La frívola afirmación según la cual la administración y la plataforma que ha sostenido el contenido de la Presidencia Interina “es de internet”, pasa por alto la conquista de logros irreversibles en este esfuerzo, necesarios para encadenar cualquier paso posterior, imposibles de soslayar, como el puesto en la Organización de Estados Americanos; el triunfo de la narrativa disidente en la Organización de Naciones Unidas; los informes de Michelle Bachelet, y en general, la construcción de un relato coherente y articulado para la comprensión de la crisis venezolana dentro y fuera del país.
Sobre los efectos de esa realidad, que se expresa en las sanciones internacionales, Nicolás Maduro adelanta algunas concesiones que, de forma paradójica, ofrecen espacios y palmos de oxígeno para ensayar estrategias pacíficas apalancando en el descontento popular, como proponen ahora voces discrepantes de la Presidencia Interina.
Maduro retrocede para consolidar su poder, a sabiendas de que su mandato no corre peligros inmediatos. La elección de gobernadores y alcaldes ofrece algunos espacios en los que se pueden obtener dividendos, si bien todos ellos a estas alturas lucen tímidos y muy insuficientes. La actual directiva del Consejo Nacional Electoral es hija de una Asamblea Nacional que ha forjado su elección y ha sido desconocida por el mundo democrático.
De manera flexible, con espíritu práctico, con ánimo político, asumiendo que el terreno para tomar decisiones está minado de condiciones impuestas por el actual modelo de dominación, las corrientes que hoy están discrepando de manera crónica, se pueden encontrar en torno a determinados derroteros. Convocar a la ciudadanía a expresarse, como se ha hecho antes, en este y otros eventos electorales, mientras continúa la brega para lograr una plataforma de acuerdos viables para reconquistar la pertinencia de nuestro país.
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