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El asunto del liderazgo y la transición democrática

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Alex Fergusson

El análisis del liderazgo político de los últimos cuarenta años pone en evidencia, sin mucho espacio para el debate, que desde hace tiempo el país dejo de contar con dirigentes con conciencia histórica y política, es decir, capaces de entender la realidad social nacional y mundial, actuar con solvencia ideológica, y además con competencias para ser eficientes.

Tengo la convicción de que la generación de líderes que se formó a partir de los 80’s y que desde entonces ha dominado el escenario al más alto nivel, se educó para hacer política en los medios de comunicación y no en las comunidades o con la gente; sin hablar de su pobreza intelectual y pésima capacidad de desempeño operativo.

El resultado, es el fracaso de las políticas públicas que diseñaron y aplicaron en el país, antes y ahora, y el fracaso en lograr el desarrollo que anunciaron y que la gente esperaba. En su lugar, unos sentaron las bases y otros actuaron para sumirnos en la pobreza, no solo como miseria sino fundamentalmente como desigualdad, y ambos, contribuyeron a destruir el tejido social que se había ido conformando en los primeros veinte años de la democracia pactada. El producto está a la vista: la más grande crisis económica, social, política y cultural que haya vivido país alguno en la región.

Lo cierto es que buena parte de la dirigencia opositora tradicional sigue sin estar preparada para interpretar adecuadamente el sentimiento popular y la realidad actual e histórica, como consecuencia de lo cual, tampoco está preparada para aprovechar el inmenso rechazo que ha tenido la gestión de gobierno actual al que dice enfrentar, y de utilizar los espacios políticos que existen o surgen para profundizar sus luchas.

Su arrogancia no les ha permitido construir un liderazgo confiable, aprender, rectificar, promover una generación de relevo basada en los liderazgos locales emergentes y practicar la democracia interna. Muchos han puesto sus intereses particulares por encima del interés mayor que es el bienestar de la gente, y siguen mostrando reiteradamente su incapacidad para enfrentar conflictos, construir consensos o alianzas y para negociar la paz.

No en vano ha surgido un profundo rechazo a “los partidos” y a la “política” misma, así como una gran desconfianza en “los políticos”, de lo cual el gobierno ha hecho buen uso, tal como muestran los recientes sondeos de opinión.   

Como ya sabemos, ejercer el liderazgo para la transición democrática, se enfrenta aún con varios problemas relevantes que tienen que ver con las posibilidades de derrotar el autoritarismo reinante.

Pero no nos equivoquemos, la mayoría del pueblo venezolano está unido por el anhelo de salir de este gobierno y abrir camino a la restauración del Estado de Derecho y de Justicia Social, es decir, de vivir en democracia real.

En consecuencia, lo que se está planteando con la denominada “renovación del liderazgo”, es definir la composición del liderazgo, pero este ya existe, y desde hace años, con una Hoja de Ruta cuya vigencia perdura. Un liderazgo al cual no puede hacérsele responsable de los discursos de ruptura y las deslealtades. Los que hoy plantean hacer elecciones para escoger a los nuevos líderes, son los mismos que se dedicaron, sistemáticamente, a sabotearlos; los que, mirándose el ombligo, acompañan al gobierno en su lógica de guerra, o aquellos que no tuvieron el coraje de defender la democracia cuando se les presentó la oportunidad.

Así que, el pueblo unido solo espera que los líderes creíbles que aún quedan, tengan el valor de encarar el reto de asumirlo, sabiendo de antemano que no habrá consensos, sino, a lo sumo, acuerdos de cooperación para alcanzar metas compartidas, y decidan guiarlo, empezando por responder a las tareas que tenemos por delante, entre ellas, fortalecer el liderazgo regional y local que se mostró victorioso en el pasado proceso electoral, para seguir luchando por recuperar al país y la democracia; y aprovechar todos los recursos disponibles y las opciones políticas que se tienen por delante para organizarse, para motivar a la gente y aumentar la participación política activa, prodemocrática y libertaria, aun ante los obstáculos y abusos de poder oficial que habrá que enfrentar.

Existe hoy un liderazgo formal, aunque todavía poco eficiente y unas metas a lograr, aunque el plan para hacerlo aún requiere muchos ajustes. Por otra parte, hay un clamor de unidad al que la oposición tradicional debe atender, aprendiendo de sus errores.

Además, el liderazgo que viene surgiendo y que se está consolidando, parece comprender que tiene el deber de ser amplio, lo cual equivale a democratizar el liderazgo, unido en la diversidad que la compone y muy sincero, pues es urgente superar la desconfianza. Sabe, además, que debe ser un motor de cambio y transformación con un profundo contenido ético y moral, capaz de ejercer una influencia positiva en la sociedad. Este enfoque del liderazgo debe ser promovido, desarrollado, practicado y, sobre todo, exigido a los dirigentes, si es que se aspira a conducir la sociedad hacia una nueva democracia con libertad, justicia, paz y bienestar colectivo, en la que tenga sentido vivir.

Finalmente, no hay que perder de vista el contexto geopolítico en el cual tendremos que desenvolvernos.

Más allá de las terribles circunstancias por las que atraviesa el país, empeoradas ahora las pugnas internas por el poder y el botín, el nuevo juego de intereses entre USA y el gobierno por el tema del petróleo, y por las consecuencias del conflicto armado de Rusia con Ucrania y el mundo,  el momento actual se desarrolla en medio de una crisis civilizatoria que abarca el conjunto del planeta, y en el cual todos nuestros saberes y referentes se está derrumbando; la crisis por la pandemia, el colapso ecológico que amenaza la vida de todos, el avance de una derecha y de una izquierda autoritarias, arrogantes, corruptas y amorales, promotoras de gobiernos preñados una “distopía totalitaria”, nos informa que la barbarie parece estar venciendo sobre la civilización.

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