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De viajes, viajeros y política internacional

Revista Late

Elsa Cardozo

Los viajes y encuentros personales de presidentes, jefes de Estado, cancilleres y altos representantes de organizaciones internacionales se han ido haciendo cada vez más frecuentes en el transcurso de este año. Se producen en medio del relativo alivio de los temores a la pandemia pero, cada vez más, por los efectos y consecuencias de la amenaza, la invasión y la guerra de agresión de Rusia en Ucrania. En ese entorno, los viajeros, sus destinos y lo que es posible conocer o inferir de sus agendas, acuerdos y desacuerdos, van trazando algunas coordenadas sobre el conmocionado estado del mundo. Valga el recuento.

Desde Europa y Estados Unidos: urgencias energéticas y procura de reequilibrios políticos

El viaje de Joe Biden en su primera visita al Medio Oriente, entre el 13 y el 17 de julio, tuvo como tema más difundido la indudable urgencia de alentar el flujo de petróleo al mercado mundial en un momento crítico. Es una motivación de tal importancia que ha provocado que se desdibujen otras referencias de la agenda y de los cambios geopolíticos en el Medio Oriente. La visita presidencial y las gestiones del secretario de Estado Antony Blinken en meses previos, en patrocinio del Foro de Néguev –acuerdo de seguridad regional de Israel, Egipto, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Marruecos–– se han producido en el marco de la reaproximación entre esos países en los términos de los Acuerdos de Abraham suscritos en 2020. Estos, en pocas palabras, posponen la solución de la cuestión del Estado Palestino en beneficio de la concentración en acuerdos para la contención de Irán: este compromiso guió las conversaciones de Biden con el gobierno de Israel y el de la Autoridad Palestina.

En el siguiente destino, Arabia Saudita, fueron más polémicas y visibles las motivaciones geopolíticas y de seguridad energética. El encuentro con Mohamed bin Salmán dejó atrás las enérgicas condenas al príncipe heredero, gobernante de hecho, por su responsabilidad en el asesinato del periodista Jamal Kashoghi. Aparte del indudablemente prioritario tema petrolero, Biden ha procurado alentar el acercamiento de Arabia Saudita a Israel en el mismo espíritu de contención de Irán. Con semejantes propósitos –petroleros y de política regional– participó en el encuentro del Consejo de Cooperación del Golfo. En el más amplio sentido estratégico, también se trata de recuperar la influencia y confianza perdidas por Estados Unidos –tras Libia, Siria, Irak, Afganistán– en una región en la que se han extendido los intereses de Rusia y China, pero también se han fortalecido las posiciones de otros actores regionales, como Irán, Turquía y la propia Arabia Saudita.

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Dos semanas después, en la misma tónica de acercamiento estratégico rodeado de críticas, se produjo la visita de Mohamed bin Salmán a París, donde fue recibido por el presidente Emmanuel Macron. Entre los asuntos tratados que refleja la nota oficial sobre el encuentro, fue sin duda central el tema petrolero, en cuanto a la necesidad de aumento de la producción y de favorecer la diversificación de abastecimiento de energía para Europa. Igualmente hubo referencias a muchos otros temas de interés geopolítico para cada país, expresados en términos de coincidencias muy generales en torno al interés por alentar salidas al conflicto en Ucrania y mitigar sus efectos. También visitó Francia el presidente de los Emiratos Árabes Unidos, jeque Mohammed bin Zayed Al Nahyan, donde suscribió con Macron acuerdos sobre suministros de petróleo y gas natural.

Desde Rusia y China: proyección geopolítica de prioridades autocráticas antioccidentales

Para Vladimir Putin, en fuerte aislamiento de muchos meses atribuido a la protección contra la pandemia, sus viajes a Asia Central y el Medio Oriente han sido los únicos de alcance internacional emprendidos desde que el 4 de febrero asistió a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en China. Entonces suscribió con Xi Jinping la muy difundida declaración que delineó la amplitud de sus posiciones comunes y habló de su amistad sin límites. Veinte días después se iniciaría la invasión a Ucrania. Menos de cuatro meses más tarde, el 16 de junio, una declaración del Ministro de Defensa de China precisaba respecto a Rusia lo que ya se leía en la Iniciativa Global de Seguridad: que China tiene socios, no aliados. En efecto, pese a las cuidadosas declaraciones orientadas a la condena a la OTAN y Estados Unidos, a su versión del multilateralismo y el derecho internacional, el régimen chino no ha proporcionado apoyo militar, aunque sí alivio mediante el aumento de sus compras de petróleo ruso.

El siguiente viaje internacional de Putin fue a Tayikistán, camino a Turkmenistán, donde a finales de junio se reunieron “los cinco del Mar Caspio”: los presidentes de  Azerbaiyán, Kazajistán, Irán, Rusia y Turkmenistán. Allí, aparte de mostrarse al mundo con regímenes cercanos, limar asperezas para lograr una declaración de rechazo a la presencia militar occidental en esos países, alentar acuerdos sobre paridad armamentista y reforzar las relaciones económicas, Putin reiteró el interés por el desarrollo de la conexión desde San Petersburgo hasta puertos iraníes y a la India, con miras a facilitar la salida de exportaciones, especialmente de granos e hidrocarburos. Bien se ha considerado que apuntalar en ese campo la alianza con Irán, para beneficiarse de su experiencia en evasión de sanciones, no solo añade tensiones a la ya intensa competencia internacional por el petróleo sino a la geopolítica del Medio Oriente.

El encuentro del 19 de julio de Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan y Ebrahim Raisi en Teherán no ha sido el primero en el acercamiento de Rusia, Turquía e Irán. Desde 2017 se aliaron en torno a la continuidad de Bashar al Asad en el gobierno de Siria. Ahora la agenda común, en medio de sus divergencias, no solo versa sobre la estabilidad en ese país, sino que para Irán y Rusia suma la necesidad de evasión de sanciones y el tránsito de energía, el freno al poder de Estados Unidos y el alcance de la OTAN. Para Turquía, que es parte de esa alianza trasatlántica, se trata de velar por su seguridad y sacar partido de su papel de bisagra y mediadora, con unos y otros. Así lo ilustran, en referencia a su confrontación con los kurdos, sus solicitudes en las negociaciones de su apoyo al ingreso de Suecia y Finlandia a la OTAN y sus posiciones ante Irán y Rusia sobre su estrategia de seguridad en la frontera con Siria.

Más lejos, entre Hong Kong y Xingjiang, aún más renuente a viajar desde comienzos de la pandemia, se ha movido Xi Jinping en la primera quincena de julio. En ambos casos para mostrar con su presencia, a propios y extraños, el control político impuesto, a todo trance, en estas dos sociedades: con oídos sordos a críticas y condenas, informes y escrutinios sobre violación de derechos humanos en una ofensiva que se acentuó y aceleró en medio del aislamiento impuesto en medio de severos confinamientos. Es el mensaje que refuerza la escogencia de estos dos destinos de viaje que, si bien se dan dentro de los límites de China, representan dos desafíos frontales del régimen chino a la institucionalidad internacional. En Hong Kong, estuvo presente para la conmemoración de los 25 años de su transferencia a China, proclamando el éxito de su versión del compromiso de “un país, dos sistemas”, pero con imposición de la “jurisdicción comprehensiva” de Beijing. En el caso de Xinjiang, con reportes recientes que cifran en más de un millón las detenciones de uigures musulmanes en “centros de reeducación” sigue estando pendiente la publicación del informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Tras ocho años sin acercarse a esta región, la visita de Xi Jinping se suma a los esfuerzos sostenidos por la diplomacia china para frenar, si no la difusión, el impacto de ese u otros informes e informaciones.

Unos y otros: en competencia por el favor de África

El canciller de Rusia, Sergei Lavrov, tras el acuerdo para el desbloqueo ruso de la salida de granos por puertos ucranianos viajó a Egipto, República del Congo, Uganda y Etiopía, donde se reunió con varios miembros de la Organización de Unidad Africana. Atribuyó la responsabilidad de la crisis de alimentos a Occidente y a las sanciones, a la vez que ofreció seguridades sobre la voluntad de cooperación. Encontró quien le escuchase: ya varios presidentes africanos, incluido el senegalés Macky Sall como presidente de la OUA, han solicitado el levantamiento de sanciones a Rusia.

Mientras tanto, el primer ministro de Italia, Mario Draghi viajó a Argelia, Macron a Camerún, Benín y Guinea Bissau y el enviado especial de Estados Unidos para el Cuerno de África a Egipto, Emiratos Árabes y Etiopía.

Otros acercamientos más concertados se habían manifestado en febrero, pocos días antes de la invasión a Ucrania, cuando la Unión Europea anunció compromisos en comercio, inversiones y asistencia en la VI Cumbre UE-Unión Africana. También, a finales de junio, las economías industrializadas reunidas en el G7 anunciaron un plan de financiamiento de infraestructura en Asia y África.

Este último es el continente donde se concentra la mayoría de los países más vulnerables –humana, institucional, material y climáticamente– ante la escasez y carestía de alimentos y energía, concentran también 54 votos –que pesan mucho en foros internacionales– y  cada vez más la presencia persistente de Rusia y creciente de China. 

En suma: el reto de entender la conmoción

Habría otros viajes a considerar, como el de Nancy Pelosi a Taiwán, pero que habla más de los problemas de la política exterior de Estados Unidos que del mapa internacional que se está configurando. También foros en movimiento y competencia, como el grupo de Brasil, India, China y Suráfrica (BRICS), el G7. Sin embargo, los anotados alcanzan para ilustrar la escala de lo que se está transformando geopolíticamente en el mundo y para asomar dos comentarios finales sobre la complejidad no solo de entender sino de actuar en ese orden.

La creciente tensión entre las razones de necesidad (energética, de alimentos o medicinas) y las razones de principios (derechos humanos, justicia, democracia), se produce en un contexto de visibles y graves agresiones a la seguridad internacional: presente no solo en la sangrienta operación de arrase en Ucrania, sino a través de medidas de bloqueo y control sobre el flujo de recursos tan estratégicos como los granos y el gas. De modo que, aun entre quienes defienden principios de orden internacional –en los que los derechos humanos y la democracia hacen parte de la responsabilidad internacional–  es difícil colocar en segundo plano las razones de seguridad.

Finalmente, lo más importante: esa tensión solo es sometida a crítica, debate o reflexión en regímenes democráticos. Para China y Rusia, con más o menos adornos en el discurso, tal tensión no existe: la seguridad propia y su extensión, adentro y afuera, no admite crítica y cada vez acepta menos límites.

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