
Elsa Cardozo
El momento internacional en el que está teniendo lugar la LXXVII Asamblea General de las Naciones Unidas ha sido crudamente descrito por el secretario general António Guterres al inicio de las sesiones del Debate General: “Estamos estancados en una disfunción global colosal. La comunidad internacional no está preparada ni dispuesta a afrontar los desafíos enormes y dramáticos de nuestra era”.
Las trabas para la actuación internacional concertada tienen larga historia, pero se han hecho más notables ante la aceleración y el agravamiento de emergencias y crisis climáticas, económicas, políticas y de seguridad. Estas tienen manifestaciones, efectos y consecuencias inocultables sobre lo más esencialmente humanitario, como el acceso a alimentos, salud, educación y justicia, hasta la pérdida de libertades y derechos.
Ante todo esto, hay precisiones que añadir al diagnóstico de Guterres en cuanto a la diversidad de posiciones y disposiciones de la comunidad internacional: algunas muy visibles en los discursos y el entorno de esta Asamblea. También, como nota regional y muy sensible para los venezolanos, conviene poner el acento en la diversidad de la disposición a reconocer la importancia de la protección de los derechos humanos y el peligro de que se silencien las denuncias e informes, y se descalifiquen las iniciativas multilaterales en su defensa.
- No todas las indisposiciones tienen el mismo propósito
En la llamada comunidad internacional –más bien sociedad, con fuertes elementos anárquicos– hay diferentes grados de indisposición para actuar colectivamente en el marco de las orientaciones y propósitos de las Naciones Unidas.
- En el punto más extremo, se encuentran los regímenes que asumen de facto la inutilidad, o de modo más frontal, asumen deliberadamente la inutilización de la institucionalidad internacional que no sirva a sus propósitos nacionales, aunque eventualmente acudan a ella para legitimar aspiraciones de poder. Muy en el presente, está a la vista el desafío del régimen de Vladimir Putin, con la anuencia de un número cada vez más limitado de aliados incondicionales (como Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea o Siria) según lo ilustran sus votos junto a Rusia contra la Resolución humanitaria y de exigencia de cese de las hostilidades rusas. El texto fue finalmente aprobado con 140 votos por la Asamblea General en marzo pasado, pero con 38 abstenciones, incluidas las de China, India e Irán; también las de Cuba y Nicaragua (Venezuela había perdido el derecho a votar por impago de sus cuotas de país miembro).
Las evidencias sobre el reto extremo de Rusia a elementos fundamentales de la institucionalidad internacional incluyen su irrespeto a la integridad territorial de Ucrania y sus graves violaciones del derecho humanitario: desde los ataques a población e infraestructura civil, hasta las evidencias sobre verdaderas masacres y el descubrimiento de tumbas colectivas. Lo más irritante y preocupante internacionalmente ha sido el mensaje de escalada desde Moscú, en paralelo a la Asamblea General a la que Putin no asistió. Con sus palabras no solo apoyó la apresurada realización de referendos de anexión a Rusia en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporizhia y anunció la movilización de reservistas, también insistió en la justificación de enfrentar a los “neonazis ucranianos” y al “despliegue militar de Occidente”, con todos los medios a su alcance para defenderse, en alusión a su armamento nuclear. La convocatoria inmediata del Consejo de Seguridad contó con la presencia del canciller ruso, Sergei Lavrov, pero solo para ocupar su asiento al momento de leer su mensaje –acusador de Estados Unidos, Ucrania y las organizaciones defensoras de derechos humanos– y, de inmediato, abandonar la sala.
- En otro punto, con mayor cuidado en las formas y más refinada estrategia, se encuentra China, que bajo la presidencia de Xi Jinping ha desarrollado un discurso muy crítico del orden que representan las Naciones Unidas. Impulsa, desde adentro y desde afuera de la ONU, retos a los principios, orientaciones y procedimientos de la organización. Lo viene haciendo a partir de la redefinición del multilateralismo en términos que valoran especialmente el principio de no intervención y definen al desarrollo económico como clave para la superación de lo conflictivo, pero también como el derecho humano fundamental a promover internacionalmente. En cuanto a la Asamblea General y el Consejo de Seguridad, la participación del ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, en representación del presidente Xi Jinping, ha reiterado el cultivo de una posición de neutralidad ante la ofensiva rusa. A las manifiestas inquietudes que compartieron China, India y Turquía en los días de la reciente reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai sobre la escalada rusa en Ucrania, ahora el canciller de China se ha reunido con su par de Ucrania para reafirmar su apoyo a un acuerdo de paz que finalice la crisis, con expreso interés en la continuidad y desarrollo de las relaciones iniciadas hace tres décadas. En general, su presencia en Nueva York confirma el sostenido interés de China por trabajar con sus propias propuestas desde dentro de la organización. Así lo hizo en estos días en el Grupo de Amigos de su Iniciativa de Desarrollo Global y su Reunión Ministerial, que ha vinculado a la Agenda 2030 para el Desarrollo sostenible de la ONU. Mientras tanto, sigue cultivando mundialmente sus propios acuerdos como el grupo con Brasil, Rusia, India y Suráfrica (BRICS), ampliado recientemente a Argentina, iniciativas financieras (como el Banco de Desarrollo de China y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura) y comerciales (como la Asociación Económica Integral Regional), para no hablar del más ambicioso proyecto de la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
- A esta visión, desde escalas menores de recursos e influencia, se acercan cada vez más gobernantes de democracias frágiles y regímenes híbridos, tanto más los de sistemas autoritarios. Comparten una visión muy pragmática de su participación y escogencia de coaliciones dentro de las Naciones Unidas, con inclinación a sumarse a iniciativas de reinterpretación, ajustes y cambios institucionales que debiliten la incidencia de las democracias. Una buena ilustración es la creación del Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de las Naciones Unidas, conformado por países que apoyan en dichos y hechos la reinterpretación del multilateralismo. En la lista figuran –ya descontados los casos de Rusia y China– Argelia, Angola, Bielorrusia, Bolivia, Camboya, Corea del Norte, Cuba, Guinea Ecuatorial, Eritrea, Irán, Laos, Nicaragua, Palestina, San Vicente y las Granadinas, y Siria.
- Finalmente, en el punto más cercano –menos lejano quizá– a la disposición y a la preparación para atender los desafíos enormes de nuestra era, volviendo a las palabras del Secretario General Guterrez, se encuentran las democracias, especialmente las de Europa, Norteamérica y el Pacífico. Esto las hace particularmente responsables. Por eso mismo han sido justificadamente criticadas por sus inconsecuencias con los principios, reglas y procedimientos de la ONU, incluyendo la lentitud en propiciar reformas sustantivas que robustezcan la institucionalidad de la organización.
Los muy recientes y frágiles reacercamientos trasatlánticos y los accidentados y complejos movimientos hacia el Indo-Pacífico que concentraron esfuerzos de coordinación geopolítica desde 2019, han debido competir con la presión estratégica y material de la pandemia, la ralentización y recesión de la economía mundial, los impactos y riesgos del cambio climático, la más asertiva proyección política de China y la guerra de Rusia contra Ucrania. En estas circunstancias, no extraña que los discursos de los presidentes Emmanuel Macron, Joe Biden y Olaf Scholz, aparte de sus referencias y propuestas sobre todos esos temas tuvieran como tema común y principal la guerra, sus apoyos a las fuerzas militares ucranianas y sus condenas a la agresión rusa y a la seguridad internacional. De sus palabras, son de destacar tres aspectos: la expresa oposición a entender el momento presente como una nueva guerra fría, en palabras de Biden, ni desde la rivalidad entre Estados Unidos y China, según Macrón; la propuesta del presidente francés de ofrecer apoyo a los países del sur global para su transición energética y la del canciller alemán de buscar una mayor participación de esos países en los asuntos mundiales y, finalmente, las coincidencias de estos y otros presidentes y primeros ministros en desempolvar viejas y nuevas propuestas de ampliar el Consejo de Seguridad –en miembros permanentes y no permanentes– a la vez que limitar el uso del derecho al veto de los permanentes. Lo crítico, en estas propuestas, parece ser la recuperación de representatividad de ese Consejo a la vez que evitar, como ha venido ocurriendo desde los tiempos de la Guerra Fría, que el veto del país agresor o responsable de otras violaciones del derecho internacional, paralice a la instancia de la ONU competente a la hora de acordar medios y medidas a aplicar.
- El factor diferenciador: los derechos humanos
En el cuadro escrito conviene recordar, una y otra vez, que el Sistema de Naciones Unidas no es solo el foro político que se manifiesta en la Asamblea General, o el propio del Consejo de Seguridad. Salud, migraciones, refugiados, educación, alimentación, energía son algunos de los múltiples asuntos atendidos por la estructura de consejos, comisiones, comités, programas, fondos y agencias de la ONU. Entre ellos la protección de los Derechos Humanos ha ido ganando creciente proyección y legitimidad, siempre bajo la presión de regímenes cerrados al escrutinio de sus abusos de poder. Siempre, también, al vaivén de las mareas del realismo político, que ahora la guerra en Ucrania ha vuelto a estimular. A partir de esa dimensión de la ONU puede afinarse lo escrito hasta aquí: sobre la disposición o indisposición de los gobiernos a cumplir los acuerdos, asumir las consecuencias de sus incumplimientos y exigir lo mismo a los demás.
Sobre esto, antes de finalmente cerrar con un breve comentario sobre las posiciones de países latinoamericanos en la Asamblea General, es muy pertinente recordar que en los mismos días en los que se iniciaba el Debate General en la LXXVII Asamblea General, fue publicado el Tercer Informe de la Misión Independiente de Verificación de Hechos para Venezuela, que viene actuando por mandato del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas desde septiembre de 2019, con la tarea de investigar ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes cometidos desde 2014. La gravedad de lo recogido en las páginas acumuladas en los tres informes escritos y lo que las del más reciente detallan sobre responsabilidades personales y sobre violaciones de derechos en la zona del Arco Minero, no puede ser ignorada, es un documento público.
Al reseñar los mensajes de presidentes y representantes de países latinoamericanos en la Asamblea General, se ha escrito que la mayoría habló muy bajito, si acaso, de algunos temas –la guerra en Ucrania y, especialmente, los derechos humanos– pero ruidosamente de otros, vinculados con la promoción de su política interior. Los de Nicaragua, Cuba y Venezuela, en reveladora ausencia de sus presidentes y a través del mensaje leído por sus cancilleres, no solo confirman lo ya sabido sobre la ausencia de democracia, sino sus afinidades en la disminución de la importancia del debate, el intercambio franco y lo esencial del multilateralismo. Son también visibles el declive y los malos augurios que se encuentran en modo y medida en diversos discursos como los de Alberto Fernández, Jair Bolsonaro o Nayib Bukele, también del canciller de México. Lo son para sus países y en cuanto a su disposición al respeto y aliento a la acción multilateral, no solo global sino regional, salvo que se ajuste a las necesidades de sus gobernantes.
Sobre los gobiernos que se suelen considerar parte de una nueva marea de izquierda, conviene prestar atención a los contrastes entre los mensajes de Gabriel Boric y Gustavo Petro. El primero, puso especial acento en el respeto al Estado de derecho, la democracia y la protección internacional de los derechos humanos. El de Petro estuvo centrado en los derechos ambientales y los desafíos del cambio climático, pero montado sobre un discurso confrontador de la lucha contra el tráfico de drogas, el capitalismo, Estados Unidos, Europa y, desde allí, pronósticos que son advertencias y denuncias sobre sus democracias. Recuerda mucho las líneas de otros tiempos, como las de Las venas abiertas de América Latina, con ideas que hasta su autor, Eduardo Galeano, supo abandonar.
Esperemos que en Latinoamérica acaben prevaleciendo mensajes y compromisos que nos hagan menos vulnerables a la colosal disfunción global y que sumen voluntades en cada país para prepararnos y estar dispuestos a afrontar concertadamente enormes desafíos, comenzando por la protección franca, integral, multilateral y sin giros retóricos de los derechos humanos fundamentales.
Categorías:Destacado, Opinión y análisis