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Ser “de izquierda” no es “ser bueno”

Tomada de El País

Alonso Moleiro

Con mucha frecuencia se ha afirmado en estos años que el chavismo es una corriente sin fundamentos teóricos, capaz de apoyarse en cualquier argumento válido para retener el poder, sin palancas inspiradoras, y que puede contradecirse a su sabor, puesto que, pese a que presume de tal cosa, no es, en realidad, un movimiento de izquierda.

Esta apreciación fue muy socorrida durante los primeros años de la revolución bolivariana. Todavía ahora puede uno escuchar en una conversación casual afirmaciones que son capaces de sostener que el chavismo no es una corriente de izquierda.

 Se afirmaba que Hugo Chávez era básicamente “un militar” -por lo tanto, se supone, jamás un hombre de izquierda-, y se argumentaba equivocadamente que la calculada ubicuidad discursiva del caudillo llanero era una evidencia palmaria de su extravío conceptual y de su ausencia de orientación estratégica. Muchas veces, sin analizar su devenir, se hizo alusión al presunto “pasticho ideológico” que comprendía el ideario chavista.

La confusión se ha afincado también ante la manifiesta ausencia de rigor teórico de la plana dirigente revolucionaria, sus lagunas intelectuales, más palmaria que nunca en los años de Nicolás Maduro; además del pragmatismo táctico que han impuesto las circunstancias electorales y el entorno internacional en este tiempo histórico.

Las corrientes chavistas hacen ciertamente una interpretación muy general y poco honda de los postulados marxistas, tienen una aproximación antojada en la conformación de su panteón de héroes, y adelantan un populismo electorero que les obliga a hacer concesiones frecuentes con el empresariado y el sector privado.

Interpretando acertadamente el marco político en el cual le ha tocado obrar, el oficialismo chavista ha adoptado una estrategia progresiva, que sabe retroceder, diseñada para el largo plazo. Se dispone a ejecutar, en un proceso que presumiblemente puede durar décadas, el diseño unidimensional y revolucionario que a las corrientes de la izquierda del siglo XX les tomó un lustro.

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Que los lineamientos chavistas sean en ocasiones demasiado amplios y sin definiciones de fondo; que hayan optado por un camino progresivo y electoral para imponerle su proyecto al país; que su plana dirigente tenga una secreta pasión por los lujos y los gustos burgueses; que el pragmatismo haya normado la matriz de sus decisiones en muchas ocasiones; o que Hugo Chávez haya sido un militar, no desmienten, en absoluto, que el chavismo sea, en rigor, y con todas sus letras, una corriente de izquierda.

También en el pasado hemos conocido líderes militares de la izquierda, como Kim Il Sung o Fidel Castro, responsables de la militarización de sus sociedades. Los desbordes revolucionarios de carácter marxista se han sabido replegar en el pasado, cuando las circunstancias se lo exigen, haciendo importantes concesiones, calzando temporalmente el sombrero reformista, como hicieron Lenin y Mao Tsé Tung para afianzar sus proyectos hegemónicos. Es muy larga la lista de dirigentes “de izquierda” que, una vez en el gobierno, se vuelven amantes clandestinos de los encantos de la burguesía, y se compran casas, y tienen bodegas de vinos, y se rodean de privilegios, y viven del plusvalor que segrega la esclavización de sus sociedades.

La postración de Chávez por Fidel Castro, y el odio a Estados Unidos, por supuesto que no son un asunto de forma. Odiar a los Estados Unidos es, prácticamente, el carnet de identidad de un creyente de la izquierda.  El indigenismo chavista expresa una interpretación tradicional que ha hecho la extrema izquierda nacional sobre la conquista española, presente como alegato en las Escuelas de Historia de las universidades autónomas. Puede afirmarse lo mismo del culto a caudillos como Ezequiel Zamora.

El conflicto con la gente adinerada, la obsesión con la gestión comunal, la estatización de medios de producción, los prejuicios hacia el capital extranjero, la promoción excesiva del folclor primigenio, las reservas hacia la televisión y la industria del entretenimiento, el asco a la modernidad, la lucha de clases como argumento de una estrategia política: todos son argumentos clásicos de la izquierda de siempre.

No se trata, necesariamente, de una izquierda que “pasó de moda”: son las expresiones tradicionales de la izquierda ortodoxa de todos los tiempos. Hay gente que no lo identifica, o no quiere reconocerlo, porque tiene en la cabeza una aproximación idealizada del vocablo, y tiende a pensar con alguna candidez que ser “de izquierda” consiste en ser “bueno”, o asumir necesariamente que las versiones del reformismo “cool” que la han cuestionado en los años y décadas recientes han suplantado a la ortodoxia original.

Con todas sus medianías, sus falencias, sus lagunas conceptuales, sus contradicciones, sus prejuicios, sus diagnósticos mustios y su carga de resentimiento y oscuridad, podemos afirmar sin el menor problema que el chavismo es un típico movimiento de la izquierda latinoamericana, una de las muchas alternativas del populismo primitivo y revanchista que ha producido la región.

Es cierto que el mundo ofrece otras variantes de las corrientes de la izquierda, más depuradas, mucho más eficaces, con lecciones aprendidas, menos fanatizadas, tomada por imperativos éticos en materia del respeto a la legalidad y los derechos humanos, con mutaciones incorporadas para ser presentadas como tesis al electorado.

Que el chavismo se sienta orgulloso por ser de izquierda, que odie a los capitales, que crea en las comunas, que se sienta tributario de la independencia nacional, que admire a Guaicaipuro, que afirme estar con del pueblo,  no lo hace mejor, ni moralmente superior, ni lo legitima, ni lo hace necesariamente honesto, ni lo exonera de su grave responsabilidad en la total destrucción del país y la oscuridad que en este momento se cierne sobre el futuro de los venezolanos.

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