
Alex Fergusson
Tal como era de esperarse, la magnitud de la crisis económica, social y política que vive el país, agravada en los últimos dos meses por la enorme devaluación de nuestra moneda, y la duplicación del precio de los insumos y alimentos, comenzó a pasar factura y el inicio del nuevo año ha estado marcado por el despertar de los movimientos sociales de protesta.
En lo que va del mes de enero, en casi todas las capitales de Estado y otras ciudades del país, tuvieron lugar masivas manifestaciones públicas (hasta 28 en un solo día), en donde, por primera vez se integraron partidarios y opositores al gobierno de Maduro, dada su naturaleza reivindicativa, particularmente por mejoras salariales.
Tales protestas estuvieron protagonizadas, inicialmente, por los maestros y profesores (unos 300.000 agremiados), pero muy pronto se incorporaron sectores obreros, gremios profesionales (médicos, enfermeras), los pensionados (4,5 millones) y hasta funcionarios de la administración pública y del sector judicial, entre otros.
Según señalan analistas especializados, son las primeras grandes movilizaciones despolarizadas políticamente y masivas del movimiento social desde 1999. El carácter de autoconvocadas ha hecho que las organizaciones gremiales y sindicales se quedaran rezagadas en el movimiento y solo algunos líderes combativos de base hayan dado la cara.
Esto cuestiona seriamente la legitimidad de las dos grandes centrales sindicales, una leal al gobierno (la Central Bolivariana Socialista de Trabajadores) y otra a la oposición (la Confederación de Trabajadores de Venezuela), las cuales han sido obligadas por sus bases, a colocar en la mesa de negociaciones sus planteamientos.
La importancia de este despertar del pueblo trabajador es de tal naturaleza, que obligó a incluir el tema de la protesta social en la agenda del partido de gobierno (PSUV), y forzarlo a explorar fórmulas para un “aumento salarial sustentable en el tiempo”, según dijeron; aunque su vocero aprovecho también para criticar la “ostentación de algunos altos funcionarios”.
Es decir, el partido y el alto gobierno están al tanto de la situación y muy preocupados por el tono y la naturaleza de los reclamos.
Por su parte, la burocracia sindical vinculada al gobierno, insistió durante toda la semana, en el argumento que la movilización social era “una conspiración desde el imperio”, para intentar de manera desesperada desmovilizar y desinformar, e intentó cumplir su rol de instrumento de contención, apoyado por los “colectivos chavistas”, sin lograrlo.
La demanda central de todas las propuestas, fueron las condiciones salariales (la exigencia de anclar el salario al dólar), y el cumplimiento de cláusulas de los acuerdos laborales o la restitución de los que han sido abolidos, con énfasis en los de hospitalización, medicinas, cirugía y maternidad.
No obstante, la principal respuesta del gobierno, además de la permanente descalificación de la protesta, fue como siempre, la represión.
Los grupos de militantes tarifados, denominados “los colectivos”, siguen arremetiendo contra los manifestantes en casi todo momento, aunque hasta ahora, sin mucho éxito en impedir la protesta.
En otros casos, fue usada la fuerza armada de la Guardia Nacional, con el resultado, hasta ahora, de más de una docena de dirigentes detenidos.
Pese a ello, el más reciente evento público en este proceso, constituyó la movilización del pueblo trabajador, más importante en las últimas tres décadas en Venezuela.
Todo apunta a que el conflicto continuará, y a que se va a consolidar la construcción de una narrativa de futuro que la clase política, tanto del gobierno como de la oposición, aún no termina de percibir o entender en su verdadera naturaleza y magnitud.
La heroica movilización del pueblo trabajador autoorganizado, muestra el despertar de este actor colectivo de transformación social, que había permanecido en silencio, pero que en pocos días ha producido una sacudida a los cimientos mismos de los partidos venezolanos, tanto del gobierno como de la oposición.
Así, la situación que se plantea y que aterroriza al gobierno, es la de enfrentarse con la evidencia de un pueblo que comienza a organizarse y a desarrollar su propia capacidad de convocatoria, sin la intervención de las instancias burocráticas.
Queda por ver si el liderazgo opositor está a la altura de las circunstancias, con lo cual podría sentarse un importante precedente de cambio.
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