Opinión y análisis

El placebo chavista

Alonso Moleiro

La conseja, tomada a modo de guasa, según la cual “Venezuela se arregló”, es una construcción artificiosa que se asienta sobre un único elemento como verdad inobjetable del momento venezolano actual: el brusco descenso de las modalidades del hampa vigente desde 2019.

Un punto de inflexión que rompe lo que fue un agravamiento ininterrumpido de 30 años, y que configura una circunstancia incluso desconocida para las últimas generaciones de ciudadanos, sobre la que ha sido uno de los grandes quebraderos de cabeza de la cotidianidad nacional en todo este tiempo.

La caída de los índices delictivos, que sin dudas es asombrosa, y sobre la cual hay una comprensible renuencia a conversar, es el resultado de una circunstancia que ha tenido mucho de casuístico –la diáspora ciudadana como consecuencia colateral del colapso de la gobernabilidad-  y que trae consigo al respaldo, también, un terrible balance en materia de derechos humanos y respeto a los procedimientos legales en los operativos antidelictivos oficiales.

El repliegue del hampa ha venido acompañado de un también inédito ensayo de apertura económica -no muy eficaz, a decir verdad-   adelantado por el gobierno de Nicolás Maduro, en el cual viene planteada, por añadidura, una especie de tregua a la sociedad civil y algunas de sus manifestaciones culturales.

Los acuerdos con el sector económico, finalmente, han tenido cierto impacto en la política. El agotamiento ha tocado, incluso, las filas chavistas.  Sobre la base de esta circunstancia, la autocracia madurista flexibiliza algunas posturas para recuperar autoridad y posiciones tanto dentro como fuera de Venezuela. La escena del diálogo político seguirá servida un tiempo más, aunque con muy pocas noticias.

La conflictividad caótica, una de las secuelas por excelencia del predominio chavista, que a tantas personas expulsó en todo este tiempo, ha tenido que retirarse momentáneamente del escenario.

Junto a este cuadro, integrado por este par de rarezas, se concreta un tercer elemento: comprobadamente ineficaz para enfrentar los grandes problemas de la nación, atender la pobreza o emprender estrategias de desarrollo, el gobierno de Maduro adelanta hoy, en cambio, un agresivo e inusitado trabajo de embellecimiento estético y mejora del ornato público en muchas ciudades y caminos de Venezuela, recuperando espacios públicos y haciéndolos funcionales, incluso hasta altas horas de la noche.

Esta iniciativa, acaso empleada en el chavismo por primera vez, podrá parecer únicamente una estética aproximación superficial, pero detrás de ella parece descansar una operación política más profunda, de alguna consistencia y ciertas ambiciones, con su empaque propagandístico al endoso. Miraflores se defiende de la realidad como puede y con los elementos que tiene.

El chavismo no puede hablar ya de logros sociales, ni de misiones, ni del derecho a la salud, ni evadir la existencia de las calamidades en los servicios, o la quiebra de Petróleos de Venezuela. El chavismo ha incumplido sus grandes promesas, y el hundimiento de la nación tiene que ver con sus modales corruptos, las graves deficiencias culturales de sus funcionarios y su desinterés en rendir cuentas sobre sus desafueros.

Pero en las actuales circunstancias, consumada la tormenta, algunos factores estacionales, aleatorios incluso, junto a un par de decisiones políticas acaso acertadas, le permiten conseguir atmósfera para plantear la existencia de una atípica sensación de tranquilidad política.

Con estas argucias, omitiendo lo fundamental de la estafa que han ejecutado a los ciudadanos, los mandos chavistas trabajan para perpetuar su circunstancia y reconciliar a los venezolanos con sus propias falencias.

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