
Tomás Straka
Después de Ayacucho, la segunda novela de Enrique Bernardo Núñez aparecida en 1920, es recordada sólo como un peldaño, inicial y más o menos errático, en la carrera de quien hoy es considerado uno de los grandes clásicos de la literatura venezolana. Sin ninguna de las propuestas estéticas que deslumbran en Cubagua, se trata más bien de un folletón en el que el entonces joven periodista pareció reunir muchas de las ideas sobre la historia y la política venezolanas, ensayando cosas que con los años fue desarrollando en obras que la crítica ha considerado más logradas. Por su espíritu recuerda a Los ayacuchos de Benito Pérez Galdós, que casi con toda seguridad leyó; y por la trama a En este país de Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, que era un libro que todos conocían en Venezuela. Pero no por esto la tesis que señala deja de ser esclarecedora.
La idea en sí misma de “después de Ayacucho”, es decir, de lo que vino después de ese punto en el que se cerraban la mayor parte de los libros de historia y de los programas escolares, ya revela toda una forma de entender el devenir venezolano: que una vez concluida la magna gesta, el siguiente siglo había sido un tiempo oscuro, definido por la pobreza y la violencia. Es una visión muy pesimista que ha traído muchas consecuencias políticas (acaso la más resaltante es la de la búsqueda constante de un nuevo Simón Bolívar, capaz de regresarnos a la gloria), pero que al menos en algunas de sus partes tenía algo de razón: en efecto, Venezuela fue pobre, violenta, corrupta, llena de problemas. Ni Núñez ni buena parte de los venezolanos de su época podían ver que, en realidad, poco a poco se fueron resolviendo todos estos problemas, lo que no deja de ser muy meritorio, pero las guerras civiles, el paludismo, las dictaduras, la vida dura de las mayorías eran un contraste demasiado estruendoso con el pasado glorioso que se imaginaban (y subrayamos lo de imaginaban) de la Independencia. Pero, a diferencia de otros, el siempre agudo Núñez no se limitó a denunciar el problema en términos de sanciones morales contra los “indignos hijos de Bolívar”, sino que buscó una explicación. Si la guerra generaba tanto entusiasmo entre los venezolanos era porque, en el fondo, era un buen negocio, al menos para mucho. Es lo que nos quiere demostrar con los personajes de su narración que van a la Guerra Federal.
Es por esto que al leer Ejército y sociedad en Venezuela (1813-1823) de Diana Sosa Cárdenas nos hemos acordados de esta obra juvenil de Núñez. La actualidad y pertinencia de un problema que un siglo atrás ya se presentaba en aquel folletón, queda de relieve en esta investigación apuntalada con abundante investigación, que además sirvió, inicialmente, como tesis para obtener el Doctorado en Historia de la autora en la Universidad Católica Andrés Bello. Para cualquiera que le eche un vistazo a la vida republicana de Venezuela percibirá que aquello de los militares buscando el “fruto de las adquisiciones de su lanza”, como lo definió, con contrariedad, Simón Bolívar en 1821, es una constante. Y no una que arrancó, como nos hizo pensar la antigua y ditirámbica Historia Patria, después de Ayacucho, sino ya antes, mucho antes de Ayacucho, como demuestra el libro de Sosa Cárdenas; y una, además, que no es exclusiva de Venezuela.
La sociología militar y la politología ya han trajinado el fenómeno que Núñez novelizó y Sosa Cárdenas describió documentalmente: la forma en la que la carrera de las armas es una vía de ascenso social. Desde el cursus honorum de los romanos hasta los conquistadores que fueron en pos de El Dorado; de la seguidilla cervantina de “a la guerra me lleva/mi necesidad; /si tuviera dineros,/no fuera, en verdad”, a las becas para que los veteranos del ejército norteamericano vayan a la universidad; de la búsqueda de un destino por los segundones de la nobleza medieval, al Paulo Guarimba de En este país; desde el hecho de que en Venezuela los ricos, como norma general, no se inscriban en las academias militares, a los mamelucos de Egipto, los jenízaros de Turquía y los tercios de España. Por supuesto, muchos aman el oficio de las armas, van a la guerra por razones distintas a “mi necesidad”, ofrenda su vida por la gloria y el amor a la patria o a Dios, pero ni son suficientes para llenar los ejércitos, ni todo lo anterior descarta el atractivo del “fruto de la lanza”. En su famosa conversación con Bolívar, Pedro Camejo, el Negro Primero, lo dice claramente: primero se enroló por codicia, y después descubrió a la Patria, pero las dos no tienen por qué ser excluyentes.
El libro de Diana Sosa no se mete en las motivaciones de quienes tomaron las armas en los dos bandos durante la guerra de Independencia, pero sí nos dibuja, a través de sus hojas de servicio, cómo la lanza sí fue generando frutos. En Carabobo, como escribió José Gil Fortoul en uno de sus mejores parajes, “aquel apureño [de los Bravos de Apure] era, o indio escapado de las Misiones o zambo de cualquier parte; Camejo descendía de esclavos; Cedeño era ¨pardo¨: todos supieron morir con el mismo coraje que el ¨mantuano¨ Ambrosio Plaza: todos fueron ya iguales en el amor y en el ideal de la patria libre». Tal vez ni tan iguales ni tan libres, pero sin duda la guerra había terminado de demoler lo fundamental del sistema de castas y estamentos coloniales. En el ejército todos (hasta el mantuano Plaza) había logrado avanzar hacia otro lugar en la sociedad, como nos lo demuestra la autora.
Ejército y sociedad en Venezuela (1813-1823) nos demuestra, estudiando multitud de casos individuales sacados de las hojas de servicio de los soldados de la independencia, el itinerario de la multitud de Camejo, Cedeño y Plaza que combatieron desde el Orinoco hasta el Potosí. Toma como punto de partida la Campaña Admirable debido las profundas reformas al ejército que, siguiendo lo aprendido en las guerras napoleónicas, Bolívar implementa entonces y que facilitan el ascenso social. En uno de los actos más revolucionarios del proceso, elimina la segregación racial (en Estados Unidos hubo de esperarse hasta 1948), la separación entre milicias y tropas regulares, así como la adscripción geográfica de las localidades, en el entendido de que el ejército ahora es de toda la Patria. No hace todo esto con leyes expresas, ya que mucho va ocurriendo primero en los hechos; ni es el único que lo emprende, pero sí fue el fundamental. Por eso el trabajo tiene como hito de inicio 1813, pero no por eso deja de ver al antecedente sobre el cual se montó todo esto: el sistema militar hispánico. Ya antes, no ya sólo de Ayacucho, sino del 19 de abril, las milicias y las guerras permitieron ascender socialmente, acaso fundando una lógica que con la guerra sólo se generalizó.
Veamos, al respecto, dos casos que consigna la autora: el del capitán Manuel Amoroso y el del subteniente Pedro Antonio Guerrero. El primero destaca, antes que nada, porque es un moreno libre (es decir, negro libre), nacido en el Esequibo, lo que lo hace una de las pruebas más contundentes de cuantas tenemos del control español sobre la región. Entre 1790 y 1805 prestó servicio en las Milicias Regladas de Morenos de Guayana, distinguiéndose en la defensa de las fortalezas de Guayana contra los ingleses en 1796. El segundo era de la compañía de Artilleros de Pardos y Morenos de la Provincia de Maracaibo, a las que entró como soldado en 1774. Se distinguió combatiendo a las rebeliones wayúu de finales de siglo, ascendiendo hasta alcanzar el rango de oficial. Aquel esequibano y aquel marabino nos demuestran que la guerra era una práctica más común en la colonia de lo que tiende a pensarse, y que en ellas un moreno libre y un pardo podían llegar ascender si demostraban el coraje y las capacidades suficientes.
Ese es el sistema con el que comienza a pelearse durante la independencia, pronto acelerado por la guerra racial (“guerra de colores”, como se la llamó entonces) y por la derogación del sistema de castas por la república, al que tuvieron que amoldarse de alguna manera las fuerzas realistas. Consignemos un solo caso más, esta vez de una gran figura, Juan Bautista Arismendi: como capitán de milicias en 1801 y 1805 dio prueba del coraje –casi temeridad- que lo caracterizó después, resistiendo desembarcos y bombardeos ingleses, con la fusilería de sus milicias. Cuando le tocó lo propio con las tropas de Pablo Morillo, tanto él como los margariteños tenían alguna experiencia repeliendo invasiones muy numerosas. Arismendi no era un mantuano, pero sí formaba parte de la élite de la isla de Margarita. Por eso Sosa sostiene que incluso entre los mantuanos se experimentó el fenómeno: de la posición tendencialmente de segundones en el orden anterior, a generales en jefe y presidentes de las nuevas repúblicas, hay sin duda una movilidad ascendente. De tal modo que estamos ante un panorama muy dinámico, en el que todo cambia de lugar, al menos en algún grado, y la guerra se convierte en una palanca de cambio social, o en la pieza clave de un engranaje más amplio, donde lo legal y lo económico también es importante, de los grandes cambios que se operan.
El libro, como se dijo escrito inicialmente como tesis para el Doctorado de Historia de la Universidad Católica Andrés Bello, es continuación de un trabajo anterior sobre los pardos en la sociedad colonial, a su vez producido como tesis de maestría en la misma casa de estudios. Quien les habla, tuvo el gusto de tutorar la tesis y así ir viendo su complejo proceso de creación. Infinitas horas de archivo hay detrás del texto que hoy presentamos. También numerosas discusiones sobre cómo organizar la información, de qué manera destilar lo que terminaron siendo sus tesis, las maneras de presentar el texto de la forma más amable para el lector. Es, por lo tanto, un tributo a la perseverancia y el compromiso, que tramontó amagos de desaliento, momentos tan retadores como los vividos en Venezuela durante el colapso de 2017 a 2020, y el camino de espinas que para todos fue la pandemia. Diana Sosa superó cada una de estas pruebas hasta coronar con éxito su investigación, su doctorado y ahora la publicación de tanto esfuerzo.
Así, un siglo y tres años después de la segunda novela de Enrique Bernardo Núñez, la ya historiadora con pleno derecho Diana Sosa nos presenta otra visión de un fenómeno que, antes como después de Ayacucho, ha sido clave para moldear nuestra vida republicana. Quien lo lea, al cerrar la última página, tendrá una visión más amplia de Venezuela, sus militares y los vaivenes de su vida republicana.
* Palabras leídas en la presentación de Ejército y sociedad en Venezuela (1813-1823), de Diana Sosa Cárdenas (Caracas, AB Ediciones/UCAB, 2023, 258 pp.), en la librería El Buscón, Caracas, 22 de marzo de 2023.
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