
Tomada de BBC
José G Castrillo M (*)
En noviembre de 2016, Estados Unidos y el mundo en general, se vieron sorprendidos por el resultado de la elección presidencial, en la que Donald Trump, logra ser electo como el presidente número 45 de ese país, venciendo a la candidata demócrata, Hilary Clinton.
Contra todo pronóstico logró, en forma avasallante, vencer en las primarias republicanas a todos los precandidatos, políticos profesionales y reconocidos de ese partido. Con una campaña marcada por insultos y una retórica virulenta, Trump explotó las profundas inquietudes y miedos de buena parte de los estadounidenses blancos de clase media baja, que han visto mermado su estatus socioeconómico, y optaron por votar por este ousider quien en su campaña prometió “hacer grande nuevamente a Estados Unidos.”
Con un estilo simplista en términos de retórica política, Donald Trump, se presenta como la opción antisistema, contra el establecimiento político bipartidista y contra las elites del poder económico, diciendo ser el representante de los que no tienen voz, y gana la elección en los colegios electorales, aunque pierde en el voto popular.
Estados Unidos, país con una tradición política e institucional de más de 200 años, sufre un punto de inflexión con el triunfo electoral de Trump, cuando éste desafiando a las elites políticas dominantes del sistema político norteamericano (demócratas y republicanos), llega a la presidencia con la oferta de un cambio profundo en la política y la economía.
Fiel a su estilo irreverente, Trump desde el primer día en el ejercicio del poder actúa como un carrito chocón, atacando y peleando con todos los actores políticos e institucionales que, en su rol constitucional, le llaman la atención sobre programas, medidas y políticas. En el primer año de su gobierno la rotación de su gabinete fue extremadamente alta, arremetió contre el Tribunal Supremo cuando anuló decisiones ejecutivas, como el decreto que limitaba el acceso de personas procedentes de países musulmanes.
En materia de política exterior, atacó a sus aliados de la Unión Europea y la OTAN, produciéndose una crisis en las relaciones entre ambos lados del Atlántico. Inició una guerra comercial con China, aupando un nacionalismo económico y creando barreras arancelarias para proteger al mercado norteamericano de los productos asiáticos. Las buenas relaciones chino-americana se degradaron.
Frente a las críticas a su gestión, catalogó a los medios de comunicación como enemigos del pueblo y por ende de su gobierno. Atizó la confrontación política y social y apoyó a algunos grupos de extrema derecha.
Con la crisis del covid 19, la gestión de Trump, despreciando las recomendaciones de los expertos en materia de salud pública, no tomó las medidas recomendadas y adecuadas. Más de 200.000 ciudadanos norteamericanos murieron.
Finalmente llega el 2020, año de la elección presidencial. Luego de una intensa campaña entre el magnate y el candidato demócrata, Joe Biden, este último se impone por 306 votos electorales, frente a los 232 votos del republicano. Meses previos al evento electoral, el presidente Trump, señaló en varias oportunidades que la elección sería fraudulenta, por el voto adelantado por correo. Señalamiento lanzado sin ningún tipo de prueba y evidencia. Sembró la duda, particularmente, en sus seguidores más radicales del partido republicano.
Nunca reconoció el triunfo, en buena lid, del candidato demócrata y el 06 de enero de 2021, cuando el Congreso se reuniría para certificar los votos electorales que dieron el triunfo a Biden, luego de un discurso llamando a movilizarse para evitar el fraude electoral (sólo en la mente calenturienta del inefable presidente), miles de trumpistas tomaron la sede del Poder Legislativo, generando daños y la muerte de cinco personas.
Hoy el expresidente está en la palestra mediática por el inicio de un proceso judicial en su contra, por presuntamente pagarle a una actriz 130.000 dólares por su silencio, sobre una relación extramarital antes de ser presidente. Cabe destacar que sobre él pesa una investigación del Congreso, que recomendó al Departamento de Justicia procesarlo por varios cargos, entre los que destacan: interferencia electoral en el estado de Georgia, por solicitar a un funcionario estadal que le encontrara 11.780 votos, para revertir el triunfo de Biden en ese estado; 2-) por el asalto al Capitolio existen otros posibles cargos en su contra: obstrucción de un procedimiento oficial, conspiración para defraudar al gobierno de Estados Unidos, conspiración para hacer una declaración falsa y complicidad en una revuelta contra el gobierno.
El expresidente, como hombre mediático, procurará sacarle provecho político a los procesos judiciales en su contra, alegando que es una víctima de persecución política, situación falsa, porque él ha demostrado ser un político que desprecia las reglas de la democracia y las normas que han de regular el ejercicio del poder.
Para salud del sistema político de ese país, es fundamental que la justicia se imponga frente a este arrogante actor político, cuyo desprecio por las normas del juego democrático y de contrapesos institucionales, ha sido evidente en su desempeño público.
Si un hombre actúa y cree estar por encima de la ley, y sale airoso, la democracia y sus reglas se degradarán en el tiempo, con terribles consecuencias para la sociedad (abuso de poder y corrupción).
Donde termina la ley comienza la tiranía.
(*) Politólogo /Magíster en Planificación del Desarrollo Global.
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