Por: Benigno Alarcón / 13 de noviembre de 2014
La estrategia del sector oficialista de la Asamblea será la de tomar decisiones que, lejos de fortalecer la confianza en el sistema electoral, la debiliten.
“Una nación tiene el gobierno que se merece, y aquellos para quienes esta sentencia es de mal gusto es porque forman de una pequeña minoría de disidentes, demasiado pequeña para influir en la voluntad de la gente, o de un grupo mayor cuya inconformidad es inconsistente con sus prácticas y coopera con la tiranía que deploran, en ocasiones sin darse cuenta.” (Erroll E. Harris)
Las malas noticias
¿Es Usted de los que se siente desesperanzado por el país y cree que no hay salida a la actual situación? … ¡Pues Usted no está solo!
Un reciente estudio que finalizamos en el Centro de Estudios Políticos de la UCAB el pasado 5 de octubre nos dice que el 67% de los venezolanos piensa que el país va mal. Al contrario de lo que algunos podrían pensar, este sentimiento no es exclusivo de quienes tienen una posición contraria al gobierno (para quienes esta percepción promedia el 90%), sino también entre el chavismo, pues para el 20% de los más leales chavistas el país va mal, mientras que esta misma apreciación manifiesta el 50% de los chavistas moderados.
Pero si bien la insatisfacción con el rumbo que ha tomado el país alcanza niveles nunca vistos desde 1999, la situación con el funcionamiento de la democracia dista mucho de ser mejor y, por el contrario, se deteriora a una velocidad insólita pasando los insatisfechos de 26% en octubre de 2013 a un 77% en este último estudio.
Para completar este cuadro apocalíptico, en medio de un ambiente de indiscutibles tensiones derivadas del innegable deterioro económico y social que, siendo responsabilidad del Estado, afectan el desarrollo normal de nuestra sociedad y su sustentabilidad futura, se suma la caída de la confianza en las instituciones, entre ellas las que deben garantizar la viabilidad política y democrática. Al gobierno el 60% de los encuestados le otorgan poca o ninguna confianza; a la Asamblea Nacional la desconfianza alcanza el 62.6% y la Fuerza Armada Nacional, acostumbrada siempre a ser bien evaluada, no goza de la confianza del 53.4% de los entrevistados; adicionalmente el Consejo Nacional Electoral se lleva la peor parte entre un 56.2% que afirma confiar poco o nada, guarismo generoso si se le compara con el obtenido por Datanalisis pocos días después y que coloca la desconfianza en el organismo electoral a niveles del 79% entre sus entrevistados.
Como consecuencia lógica de los muy bajos niveles de confianza en las principales instituciones que tienen en sus manos la responsabilidad de dirimir los conflictos políticos, las expectativas sobre salidas democráticas e institucionales a la actual crisis también se reducen, y la gente comienza a plantearse escenarios de conflictividad en el corto y mediano plazo. Es así como en los grupos focales que antecedieron a esta encuesta en el pasado mes de julio, una de las expresiones más recurrentes entre los participantes era “aquí va a pasar algo¨, y a la pregunta formulada en esta encuesta sobre las consecuencias posibles de un resultado electoral cuestionado en el 2015, la totalidad de los entrevistados reconoce que habrá protestas, y entre estos un 42% afirma que habrá una escalada violenta del conflicto.
Las buenas noticias
Pese a lo negativo del escenario planteado, existen algunas buenas noticias. La más importante es que predomina la valoración positiva del voto en un 63.5% de los electores, que si bien debería ser mucho más alta, sin entrar en la discusión sobre si el vaso esta medio vacío o medio lleno y sin cuestionar a un 30% que tiene razones para decir que no vale la pena votar con el actual Consejo Nacional Electoral, resulta innegable que nuestro elector valora el voto y quiere que la vía electoral se mantenga como mecanismo de resolución de los conflictos políticos y legitimación de su liderazgo, aunque cuestiona seriamente las reglas de juego, la imparcialidad e independencia de los rectores, así como al resto de las instituciones a las que corresponde imponer el respeto por la voluntad del elector.
Asimismo, debe verse como un avance esperanzador la progresiva despolarización del electorado, que se expresa en una reducción de quienes se autodefinen como chavistas y opositores extremos y un crecimiento importante en los grupos que se autodefinen como chavistas y no chavistas moderados, así como entre quienes se definen como independientes. Esta despolarización se está produciendo principalmente como efecto del deterioro de la base política del chavismo que ha pasado de un 47.8% en 2013 a un 36.9% en 2014, mientras el grupo de los independientes crece 14 puntos en el mismo período para totalizar un 22% entre los actuales electores.
Adicionalmente, en momentos en donde la moderación pareciera ir ganando terreno, al menos entre los electores, el calendario electoral nos abre una importante ventana de oportunidad para debatir y construir condiciones que permitan el fortalecimiento de la confianza en el voto y en la institucionalidad democrática con el inicio del proceso de sustitución de tres de los cinco rectores del Consejo Nacional Electoral. Para el momento de la publicación de este artículo la Comisión de Postulaciones Electorales tendrá, a un mes de su constitución, la lista de aspirantes postulados para ocupar el cargo de rectores representantes de la sociedad civil ante el CNE, entre los que deberá hacer la preselección de los aspirantes cuyos nombres serán presentados ante la plenaria de la Asamblea Nacional para que ésta proceda a elegir a los nuevos rectores del ente electoral, mediante un proceso de negociación que debería concluir con un acuerdo que goce del apoyo de las dos terceras partes de los diputados.
Asimismo, tras el nombramiento de Rectores, que debe completarse entre diciembre y enero, considerando que las elecciones de los diputados a la Asamblea Nacional para el período 2016-2020 debería tener lugar a finales del próximo año, se abre también la oportunidad legal ideal para la revisión y discusión de condiciones que regirán éste y los futuros procesos electorales, lo que debe incluir el debate sobre algunas de las disposiciones constitucionales y legales contempladas en las leyes orgánicas del Poder Electoral y de Procedimientos Electorales, además de otras disposiciones reglamentarias.
Poniendo los pies sobre la tierra
A todo evento, la existencia de una ventana legal de oportunidad para fortalecer la confianza en la institucionalidad democrática, no implica que sea eso lo que vaya a suceder. Por el contrario, todo pareciera indicar que vamos en la dirección opuesta.
El debilitamiento de las ventajas competitivas del gobierno para continuar ganando elecciones tras la desaparición de su líder carismático, los problemas financieros que se traducen en el debilitamiento de las estructuras clientelares que garantizan la lealtad de los votantes menos idealistas y más pragmáticos, y la debacle producto del desorden financiero y el desgaste inevitable de las expectativas después de 15 años en el poder, genera como respuesta lógica de quienes no quieren abandonar el poder la necesidad de un mayor control político, y en especial sobre el sistema electoral, lo que se traduce en el deterioro progresivo de las condiciones que garantizan elecciones libres, competitivas y transparentes.
En tal sentido, no es difícil suponer que ante la evidencia estadística que demuestra que el temor a ejercer el voto conciencia puede tener consecuencias en el comportamiento de la mayoría de los votantes y que la desconfianza hacia el sistema podría traducirse en mayores niveles de abstención del lado opositor, la estrategia del sector oficialista de la Asamblea será la de tomar decisiones que, lejos de fortalecer la confianza en el sistema electoral, la debiliten.
Es así como la remisión del nombramiento de rectores al Tribunal Supremo de Justicia para prescindir de la necesaria aprobación por las dos terceras partes de la Asamblea Nacional, la convocatoria temprana a elecciones de Diputados a la Asamblea para evitar el debate sobre condiciones electorales y apurar así los tiempos que empeoran el desgaste político del gobierno y la oposición necesita para la negociación de su candidaturas o la celebración de primarias, lucen como las piezas de una estrategia oficialista orientada a generar la mayor abstención posible del lado de opositor.
Las tareas de la oposición
Descrito el actual escenario así como su posible desenlace en lo electoral, que como decíamos al principio justifica la desesperanza entre quienes claman por un cambio en el corto plazo, dedicaremos el resto de este artículo y los que vendrán a lo que ha sido la intención original de esta columna, o sea a la de dar luces (por ello lo de El Faro) sobre lo que ha funcionado en otros países que han logrado concretar, aún en circunstancias mucho más adversas y desesperanzadoras que la nuestra, transiciones democráticas exitosas.
Uno de los problemas más difíciles de superar para quienes toca liderar una transición democrática radica, precisamente, en la desesperanza aprendida tras muchos años de derrotas y adversidades que lucen insuperables ante la aparente desventaja de un ciudadano que lucha contra un Estado que controla todos los medios y recursos del poder, incluidos dinero, instituciones, alimentos y armas.
Es así como, ante circunstancias tan adversas, al igual que ha sucedido en la mayoría de los países que han vivido estos procesos, el liderazgo pro-democrático se divide, no tan solo en base las ambiciones naturales de quienes sienten que pueden dirigir un proceso histórico de tal trascendencia, sino también por el debate sobre las estrategias que deben seguirse para ello, lo cual termina retro-alimentando el círculo vicioso de la desesperanza.
Es por ello que la primera tarea histórica que tiene una oposición que pretenda liderar un proceso de transición democrática es la construcción de un movimiento político-social unificado que trascienda las fronteras partidistas y convoque a la mayoría de los ciudadanos, incluidos los que un día creyeron en el chavismo, bajo una visión y un proyecto común. Solo un movimiento de esas características puede generar una movilización de voluntades capaz de ver de frente a Goliat (el Estado).
Para entender cómo la oposición democrática debe asumir su estrategia es importante, en primer lugar, considerar dónde se encuentra la oposición en relación con los otros componentes del régimen. Este análisis no enfatiza las estructuras de gobierno, que aunque importantes son menos relevantes, y se coloca el acento en las relaciones generales de dominación. Es así como la tarea de la oposición democrática consiste, esencialmente, en modificar las relaciones entre todos los componentes del sistema autoritario, al mismo tiempo que mejora las condiciones para la democratización.
Pero como hace rato que el espacio se nos agotó, dejaremos para la próxima semana el desarrollo sobre cómo la oposición ha emprendido estas tareas en aquellos países donde han logrado democratizarse sin los traumas propios de una guerra.
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