Benigno Alarcón Deza – 18 de junio de 2015
Después de tres semanas de no haber escrito esta columna, quisiera compartir con mis lectores algunas líneas algo distintas que escapan del análisis teórico, al que trato casi siempre de ceñirme, para darme el permiso para una reflexión más personal a la que, aunque pueda resultar polémica, me siento obligado desde mi rol de ciudadano de un país al que vemos hoy hundirse en medio de la impotencia de la mayoría de los venezolanos que se sienten extraviados, desesperanzados y no saben que hacer. Continuo entonces, no sin agradecer y disculparme antes con quienes me aconsejaron de buena fe no publicar esto, pero no estamos hoy en tiempos que nos permitan tomar decisiones en base al cálculo de lo que resulta conveniente o no personalmente.
Y para entrar de frente con esta reflexión que de manera inevitable resultará polémica y a algunos podría disgustar, comenzaré por confesar lo que me motivó a la misma, aunque sé que algunos de Ustedes, los más pendientes de las noticias y los programas de opinión, al leer el título ya habrán intuido por donde viene el asunto.
Hace algunos días, en el muy escuchado programa matutino de Cesar Miguel Rondón, escuche una entrevista al Gobernador Henrique Capriles en la que, al responder a las recientes críticas por no haberse sumado a la pasada marcha convocada por Leopoldo López en Caracas, dijo: ¨Yo no pienso con los testículos sino con el cerebro”.
Haciendo un paréntesis antes de avanzar, debo decir que conozco personalmente a Henrique Capriles desde que nos encontramos en el Congreso en 1999, él como diputado electo por el Zulia y yo como asesor de una de sus comisiones. Y aún recuerdo, como si fuera hoy, cuando después del llamado a elecciones generales del año 2000, tras la aprobación de la actual Constitución, me contó sobre su vocación y su intención de dedicar el resto de su vida a la lucha política para luego consultarme si en mi opinión debería buscar su re-elección en el Congreso o aspirar a la Alcaldía de Baruta, a lo cual le respondí, sin tener que pensarlo mucho, que la experiencia que necesitaba la encontraría en los cargos ejecutivos y no en los legislativos. Estoy seguro que esa consulta fue hecha a muchos y mi opinión no habrá sido la más relevante, considerando que apenas le conocía, pero su decisión posterior y lo que a partir de allí sucedió con sus carrera política me permiten pensar que la sugerencia fue acertada.
Lamentablemente las sugerencias posteriores no corrieron con la misma suerte. Durante la campaña presidencial de 2012 fui invitado a una de esas reuniones de los jefes de los principales partidos políticos de la MUD a las que llamaban G-7, en la cual tuve la oportunidad de introducir la tesis de Lindberg (2009), sobre costos de tolerancia y de represión, sobre la cual he escrito varias veces en esta misma columna, para sentar mi posición de que aún si fuesen ciertas las proyecciones sobre la posibilidad de ganar aquellas elecciones, una transición en el poder lucia lejana dados los altos costos de salida que tendrían quienes detentaban el poder, en contraste con los bajos costos de mantenerlo aún por la fuerza si fuese necesario, lo que se facilitaba en el escenario de un paìs desmovilizado. Si bien esta hipótesis no pudo demostrarse en la elección del 2012 en la que la oposición tuvo que reconocer su derrota, si se confirmó en abril de 2013, cuando el destino sorprendió a Capriles con unos resultados que no fueron igualmente claros y reclamaban su verificación, a lo que el gobierno respondió negativamente escalando la represión.
Recuerdo que en aquella reunión, durante un receso para tomar café, Capriles me preguntó, palabras más palabras menos, que debía hacerse, y mi respuesta fue que sin elevar los costos de represión no habría salida pacífica posible. Si se esperaba que esto funcionase como la elección en Miranda donde se reconocía al ganador y se le entregaba el poder, estábamos subestimando la situación e interpretándola como una elección democratica. Su respuesta fue: El que se desespera pierde.
El dilema de Capriles entre asumir o no el riesgo de elevar los costos del gobierno mediante la convocatoria a una movilización masiva que presionara por la revisión exhaustiva de los resultados fue evidente entre aquella noche del 14 de abril – cuando se desconoció el boletín oficial emitido por el CNE y se llamo a un reconteo total de los votos, la cual Maduro aceptó para luego esquivar dejando la decisión final en manos del CNE – y el 17 de abril – cuando se formalizaron ante el CNE las denuncias correspondientes y la petición para la verificación total de las actas. Entre estas dos fechas se produjeron declaraciones contradictorias entre convocar a la protesta, lo que implicaba elevar los costos para el gobierno y el CNE, y no salir a la calle lo que significaba desescalar el conflicto y reducir los costos de negar una revisión de los resultados. Dando tiempo a que el conflicto desescalara, el CNE se reunía por horas, hasta que tras el llamado de Capriles a que la gente regresará a sus hogares, el organismo electoral se decidió por lo que llamó una verificación «en segunda fase», del 46% de las cajas de votación no auditadas al azar, que Capriles no aceptó,
En lo personal, no soy de los que piensa que lo hecho por Capriles fuese una expresión de cobardía, sino más bien de responsabilidad ante un dilema que se vio potenciado por las voces contradictorias entre asesores, la mayoría de ellos bien intencionados, que debatían improvisadamente sobre la necesidad de presionar al gobierno en las calles y los costos que ello implicaría. Lo grave de este debate es que el mismo jamás debió haberse dado en medio de aquellas circunstancias, sino muchos meses antes de la elección de Octubre del 2012 cuando varios advertíamos sobre tal escenario como uno de los más probables, y sobre necesidad de tener una respuesta no solamente ya discutida y decidida sino también preparada. Lamentablemente, la filosofía de Eudomar Santos: ¨como vaya viniendo vamos viendo¨ pareciera seguirse imponiendo y quizás hoy, pese a la experiencia de aquella fatídica jornada, no estemos mejor preparados, aunque aún a tiempo, para abordar estas decisiones de manera más asertiva y menos improvisada de cara a la próxima elección.
La forma errática en que se manejó esta situación trajo como consecuencia que buena parte de los votos capitalizados entre el 2012 y el 2013 se perdieran para las elecciones municipales que se celebraron a finales de ese mismo año, no porque a la elección municipal se le diera, por iniciativa de Capriles, un carácter plebiscitario, sino por la misma razón por la que la gente no salió a votar por Enrique Mendoza en las elecciones regionales posteriores al referéndum revocatorio del 2003. Los electores de oposición estaban decepcionados y lo expresaron a través de protestas que se iniciaron pocos meses después y ocuparon casi todo el primer semestre del año 2014 obligando al gobierno, por primera vez desde el año 2002, a sentarse en una mesa de negociación que el mismo gobierno dio por terminada desde el momento en que las protestas comenzaron a extinguirse por el error de quienes lamentablemente las tornaron violentas condenando su potencial masificación, y dando la razón a quienes por razones políticas preferían su fracaso.
Es así como, a partir del mal manejo que se hizo de la movilización entre el 14 y el 17 de Abril del 2013 y el intento de reactivar la protesta pacífica como expresión política legítima y constitucional a partir de la marcha estudiantil del 12 de Febrero del 2014 y de La Salida, que la oposición venezolana se fractura en torno al falso dilema entre protesta o elecciones, como si ambas alternativas fueran opuestas y excluyentes entre si.
Es a partir de este momento que Capriles, bien por convicción propia o por estar mal asesorado, se convierte en el abanderado de este falso dilema entre protesta y salida electoral, quizás convencido de que todo éxito de la protesta es un golpe a su liderazgo por lo sucedido aquella noche de un 14 de abril, mientras que todo éxito electoral es una reivindicación a su posición, y de ahí su expresión: ¨Yo no pienso con los testículos sino con el cerebro» como respuesta a quienes le acusan de atrofia testicular.
Pero al igual que testículos y cerebro no son excluyentes, sino que cada uno ocupa su propio espacio, y la adecuada combinación de ambos es necesaria para superar muchas situaciones en las que el cerebro nos dice que la decisión correcta no esta exenta de riesgos, la protesta no es contradictoria ni excluyente de las estrategias electorales sino casi siempre su complemento esencial, tal como explico en detalle en un anterior artículo de esta columna (https://politikaucab.net/2014/02/14/el-faro-como-funciona-la-protesta/).
La historia habría sido otra si lideres como Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt, Nelson Mandela, Simón Bolívar, Mahatma Gandhi, Golda Meir o Aung San Suu Kyi hubiesen colocado testículos (u ovarios) y cerebro como cualidades excluyentes. Procesos de liberación y democratización como los de SudAfrica (1994), la Revolución de los Claveles (Portugal, 1974), la Revolución Rosa (Georgia, 2003), el People Power (Filipinas, 1983), la salida de Fujimori (Perú, 2000), la Revolución de los Tulipanes (Kyrgyzstan, 2003), la derrota de Pinochet (Chile, 1989), la Revolución de Seda (Checoslovaquia, 1989), el triunfo de Solidaridad (Polonia, 1989), la Revolución Naranja (Ucrania, 2004) y la Primavera Arabe (Túnez, 2010), entre muchos otros, jamás habrían sucedido si sus líderes consideraran la movilización y la protesta como estrategias contradictorias y excluyentes de la vía electoral.
La realidad es que la democratización electoral casi nunca ha sido posible si no viene acompañada de grandes procesos de movilización nacional capaces de imponer no solo sus demandas por elecciones democráticas, sino el respeto por sus resultados, de ahí que Andreas Schedler (2009) califica a la protesta pacífica como la variable mágica de los procesos de democratización, por estar siempre presente, en mayor o menor medida, en todos aquellos casos que han resultado exitosos, tal como ha sido estadísticamente comprobado en diversas investigaciones.
Recientemente, escuchaba a un científico hindú, Sendhil Mullainathan, en Ted Talks (https://www.ted.com/talks/sendhil_mullainathan#t-143815) tratando de contestar a la pregunta sobre por qué la decisiones irracionales han perpetuado fenómenos como la pobreza, la corrupción y la discriminación (a lo que podríamos sumar los malos gobiernos). En su respuesta de un ejemplo tan común como la diarrea que sigue costando la vida de 400.000 niños al año solo en la India. Si bien hoy en día la mayoría deberíamos saber que algo tan simple como la hidratación salvaría a la casi totalidad de estos niños, la intuición desinformada y bien intencionada (como ocurre también en lo político) hace que muchas madres respondan de la manera opuesta reduciendo los fluidos a quien los pierde, tal como dejaríamos de echar agua dentro de un recipiente que la pierde, lo cual constituye en este caso un error fatal. De esta misma forma, puede excusarse el error de quienes bien intencionadamente pero sin mayor base sustentable condenan la movilización, pero lo que resulta imperdonable es perder el país porque la ignorancia de quienes jamás se han tomado el trabajo de estudiar estos fenómenos pretenda imponerse bajo los empaques de la experiencia, la sabiduría o el chantaje de la guerra y la paz, descalificándose así a los cientos de jóvenes, hombres, mujeres y líderes que han sacrificado sus vidas o su libertad por todos nosotros.
Es por ello que si hoy, a igual que en aquella oportunidad en el año 2000, Capriles me preguntará que debería hacer, le diría que tras haber llevado adelante una de las mejores campañas políticas que ha visto el país no tire su liderazgo en saco roto y rectifique como lo hizo al aceptar la candidatura en el 2013, cuando escuchamos un discurso humilde y de rectificación que conmovió y movilizó a un numero mayor de venezolanos a votar masivamente por él. Le diría que olvide de los falsos dilemas entre cerebro y testículos o entre elecciones y protesta que solo sirven para tratar de descalificar y dividir artificialmente a la oposición, y que reconozca que no son caminos excluyentes sino necesariamente complementarios que necesitan de direccionalidad política para lograr el balance correcto que haga posible sinergizar ambas formas de expresión política.
No saber interpretar esto puede tener solo dos resultados posibles, que perdamos el paìs por ¨abundancia¨ de cerebro y ausencia de testículos, o que sean otros quienes, para bien o para mal, tomen el liderazgo llevándose por el medio no solo al actual régimen sino al liderazgo opositor que no tuvo el valor de unirse y ponerse al frente para conducir al país de manera realista a una transición pacífica hacia una nueva democracia.
Categorías:Opinión y análisis
Excelente, Dios quiera q sea asumido para quien sta dirigido. En mk modesta opinión, creo q ls partidos políticos se quedaron en la democracia representativa, por ello no tienen un mensaje q haga q cada ciudadano se sienta responsable del destino del pais, esto incluye, entre otros derechos,la defensa de su decision a través del voto, es decir, avanzar a la verdadera democracia participativa.
Me gustaMe gusta
Profesor Benigno, gracias por tan magnifico articulo, que orgullo haberle conocido.
Me gustaMe gusta