Guillermo Ramos Flamerich – 1 de julio de 2016
“A la democracia se le debe defender. Ella debe mantener viva la memoria de lo que sobreviene cuando se la destruye”.
-Rómulo Betancourt
El oficio político se ha degradado… Los políticos no sirven ni servirán… Frases como esas las escuchamos constantemente en 2016. Pero también en 2015, 2014, desde hace dos, tres, indefinidas décadas atrás y no única y exclusivamente en Venezuela. En cualquier parte del mundo donde existan políticos, se dirá que su oficio está agotado y la confianza (esa fundamental pero escurridiza compañera de toda persona pública), la han perdido. Entonces llegan vengadores protegidos por un “manto puro” más allá del bien y del mal, más allá de las facciones, casi evocando esa última proclama de Simón Bolívar de que “cesen los partidos y se consolide la unión” y nos dicen que vienen a reivindicar al pueblo, acabar con la pobreza, lograr la paz mundial y salvar cada rincón del planeta.
Esos son los peores. Demagogos desenmascarados por el poder y con gobiernos “tan perfectos” que cualquier crítica es traición. Una tiranía. Porque, como recordaba el historiador Manuel Caballero, aquel gobierno perfecto, sin manchas y a unos pasos de la consagración celestial, solo puede ser dictatorial.
La democracia es queja, opiniones encontradas, negociación y pluralidad. La infalibilidad no es algo inherente de la política, porque la política es de humanos, no de dioses. Así llegamos al sistema actual que rige a nuestro país, corruptor en todos los campos posibles, cínico y mentiroso y lo peor de todo, quiere perdurar de manera ilimitada. Las siete plagas, podrían pensar muchos. Pero, de nuevo, esto es más profano, menos divino y la responsabilidad de superar los años terribles está en nosotros mismos.
Transformar la política no es utopía. Es pensamiento y acción. No podemos pedir comenzar desde cero, con ángeles redentores en vez de personas. Tampoco ser ingenuos y soñar con que las apetencias personales y partidistas van a extinguirse a favor de una entrega totalmente desinteresada. Lo importante es equilibrarlas. Las tres son válidas, pero la construcción del bien común debe ser el norte de todo político. Así no lo quiera. Que la misma sociedad se lo exija para poder permanecer en sus funciones.
Por eso el título de estas líneas. La función pedagógica de la política como la retroalimentación entre una sociedad más consciente y una dirigencia más capacitada. La sociedad debe exigir, pero también debe estimular a que sus mujeres y hombres más competentes, no solo por sus estudios sino por su calidad humana, se dediquen a las funciones públicas. Es la visión del político como un educador que exponga sus ideas, las defienda a todo pulmón, pero también escuche. Que no se convierta en esclavo de las encuestas y sondeos de opinión sino que las integre a su accionar en corto plazo, como tácticas de una ruta mayor. Se deben dar las definiciones ideológicas pero no como camisas de fuerza de panfletarios que solo saben recitar una cartilla. Nuestra historia no solo como mera justificación doctrinaria, sino como vínculo hacia el futuro, una historia viva en la que nos reconozcamos. La dirigencia debe predicar con el ejemplo y la ciudadanía debe transformar la democracia en algo más allá de un sistema político. En una forma de vida.
El oficio político, ese que aparece eternamente degradado, debe convertirse en herramienta para modelar la cultura de la libertad.
Categorías:Opinión y análisis
Politika, es un buen Sitio para darle al pais a traves de sus ciudadanos, una muy buena Herramienta para enfocarse en las actividades que Los Pueblos requieren para Blindar sus Futuros]
presentes muy Fuertes en sus Ciudadanos por medio de una efectiva participacion, en los asuntos del pais
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