«La alegría está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha, y no en la victoria misma.»
Mahatma Gandhi
Pedro González Caro – 24 de marzo de 2017
Mahatma Gandhi, desde 1918, perteneció abiertamente al frente del movimiento nacionalista indio. Instauró métodos de lucha social novedosos para resistir al opresor, y en sus programas rechazaba la lucha armada y realizaba una predicación de la áhimsa (no violencia) como medio para resistir al dominio británico. Defendía y promovía ampliamente la total fidelidad a los dictados de la conciencia, llegando incluso a la desobediencia civil si fuese necesario; además, bregó por el retorno a las viejas tradiciones hinduistas.
Quisiera comenzar el análisis de esta máxima de Gandhi por la alegría y la felicidad, que son sentimientos que pueden tener múltiples interpretaciones, ya sea como bienestar, como actividad contemplativa e incluso como placer. Existen algunas corrientes filosóficas que se refieren a la felicidad como una finalidad, es decir, el hombre vive para ser feliz. En este caso, la felicidad solo podrá alcanzarse en la medida en que se logren los objetivos. Sin embargo, Gandhi abre una nueva puerta al análisis de esta idea cuando nos señala que no es en la victoria que esta la felicidad, sino en la lucha y el esfuerzo que supone alcanzar la meta. Es decir, el maestro nos impulsa a creer que los valores que nos motivan son más importantes que la victoria misma, ya que en ellos subyace la esencia misma de la victoria y son la razón primigenia para mantener el esfuerzo.
El ser humano, por naturaleza, es un creador de cultura y de ideología que se materializan por medio de la observación y la interacción con su entorno y se hace praxis a través de valores y creencias individuales. Estos valores se forman en los hombres con el correr de los años desde que nace, en cada uno de los diferentes roles que le corresponda jugar en la sociedad. De modo que van surgiendo como resultado de un proceso interactivo continuo que en conjunto influye y marca definitivamente los principios éticos que regirán su vida.
En la historia de la humanidad, valores como integridad, justicia, y libertad han generado los más grandes movimientos revolucionarios. Ejemplo de esta aseveración es la Revolución Francesa, en cuyo lema destacaban palabras como Libertad, Igualdad, y Fraternidad, valores que aún pasados más de dos siglos desde su invocación para irrumpir contra la monarquía de Luis XVI y derrocarlo, siguen vigentes, porque son la esencia del motivo de vivir de quienes, paradójicamente, están dispuestos a dar su vida por defenderlos sin pretender otra cosa que rescatarlos para la sociedad que los reclama como suyos por derecho.
En 1779, John Paul Jones navegaba en el mar Báltico en la búsqueda de la flota inglesa. A su encuentro decide entrar en combate, en condiciones realmente desventajosas, contra la fragata Serapis, comandada por el capitán Richard Pearson, lo cual trajo como consecuencia que su nave quedara seriamente averiada. Fortalecido por esta situación, el capitán Pearson conminó a Jones a que se rindiera, a lo cual este respondió:”Sir, todavía no he comenzado a luchar”. Horas más tarde su buque se hundió, pero antes tomó al Serapis, un gran botín y más de 800 prisioneros, incluyendo al capitán Pearson.
No es la heroicidad demostrada por John Paul Jones lo que me interesa destacar de este hecho históricamente comprobable, sino la tenacidad de lucha que un hombre totalmente consciente de su realidad y con objetivos claramente definidos e ideales fundamentados en sólidos valores de formación humana, puede alcanzar.
La conciencia que impulsa al ser humano creador de motivaciones tiene, en nuestro idioma, al menos tres sentidos. Uno, que implica la percatación de un hecho exterior ya sea un objeto, una cualidad o una situación; un segundo, que la vincula al conocimiento y diferenciación del bien y el mal; y un tercero, que la relaciona con el yo. De estos tres sentidos surge una vinculación estrecha de la conciencia con el racionalismo humano, de modo que puede decirse que ella tiene una naturaleza intencional y que se fundamenta en la experiencia del hombre que se identifica con la realidad que lo envuelve, trascendiendo a sí misma y que continuamente evoluciona en una espiral infinita en el tiempo.
Esta realidad, de alguna forma, intenta doblegar la voluntad del hombre y es allí donde surge su lucha por someter la realidad a su voluntad. La realidad que vive Venezuela en este tiempo pareciera estar ganando esta lucha. Aspectos trascendentes como la pobreza crítica, niveles de desnutrición alarmantes, crisis de valores en general, entre otros indicadores, han sobrepasado la capacidad de asombro de los venezolanos.
Al traerles estas reflexiones sobre la eterna lucha de los hombres por sus ideales, por su cultura o sencillamente por su supervivencia, pretendo invocar el carácter moral, ético y sustantivo de la voluntad de cada uno de ustedes y crear una atmósfera de meditación intensa y consciente sobre estos aspectos que están quebrantando la capacidad de lucha de nuestra sociedad. El momento exige de nosotros el compromiso de difundir con la mayor vehemencia la energía que nos han legado los valores humanos que son la esencia misma de nuestra sociedad.
Hoy más que nunca nuestro país deposita su confianza sobre quienes deben asumir la responsabilidad de timonear esta nave hasta un puerto seguro, lejos de los chubascos del desaliento y la desesperación.
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