Ysrrael Camero – 14 de julio de 2017
Durante un centenar de días millones de venezolanos han llenado las calles en protesta, no detrás de un líder carismático, sino en defensa de valores y principios republicanos y democráticos que consideran valiosos en sí mismos. Casi uno de cada cinco venezolanos, más de uno de cada cuatro jóvenes entre 18 y 25 años, ha participado en alguna forma de protesta pública contra el gobierno nacional durante los últimos noventa días. Esto constituye la expresión más concreta del legado revolucionario moderno que le ha dado forma al proyecto nacional venezolano.
A pesar de éste hecho el término «Revolución» ha sido usado en los últimos años, casi hasta el monopolio, por una sola facción política. Aquella que construye su práctica alrededor de un imaginario personalista y militarista que ensalza los hechos de fuerza, que concibe la política como una guerra, que tiene una práctica autoritaria del poder, y que no reconoce a Venezuela como una sociedad plural de ciudadanos sino que consolida y profundiza relaciones diferenciadas de subordinación, clientelismo y dependencia, de encuadramiento subordinado de la sociedad, hasta dividir a los ciudadanos en «sectores» definidos por su labor u oficio, a contravía del principio de la igualdad ciudadana.
Definitivamente el concepto de Revolución ha sufrido una distorsión tan poderosa en la retórica política que genera una gigantesca confusión tanto en el campo ciudadano como en el de la academia. Pero, ¿qué significa ser “revolucionario” en la Venezuela del siglo XXI? En la dinámica de las dicotomías políticas, el antónimo del revolucionario no es otro que el reaccionario. ¿Qué significa ser reaccionario en la Venezuela actual? ¿A qué nos estamos refiriendo?
Estoy convencido de que quienes se proclaman “revolucionarios” en 2017 se encuentran comandando uno de los procesos más reaccionarios y conservadores de la historia venezolana. De igual manera, tengo la certeza de que quienes estamos llenando las calles defendiendo la ciudadanía democrática, la República y la Modernidad somos la expresión de un legado revolucionario, de una dilatada tradición de liberación de las capacidades humanas, de rupturas sociales y políticas tan profundas que deben considerarse verdaderamente revolucionarias.
De esta manera, la crisis política de la Venezuela actual, a pesar de lo que insiste el discurso gubernamental, no enfrenta a la izquierda contra la derecha, sino al autoritarismo contra la democracia. Ambas corrientes tienen una tradición sociopolítica dilatada, tanto a nivel de la humanidad entera como en la conformación de la sociedad venezolana.
Evidentemente la tradición autoritaria es la de más larga data en la historia humana, como lo hemos referido en una ocasión previa, los seres humanos hemos estado sometidos a lo largo de la mayor parte de nuestra historia a formas autoritarias de ejercicio del poder, que implicaban la inexistencia del individuo autónomo o de estructuras estables y generalizadas de derecho. Frente a las distintas formas de poder despótico aparecieron rupturas, experimentos civilizatorios, que le reconocían al individuo, al pueblo, a la sociedad, alguna forma de representación en la estructuración del poder que ejercía resistencia o se constituía en fundamento del ordenamiento de la sociedad. De estas rupturas contestatarias, rebeldes, emerge y se construye otra tradición, que toma su cuerpo más acabado en la Modernidad, cons sus artefactos políticos y sociales.
La conformación de la sociedad venezolana, y de su proyecto nacional, no escapa de este proceso, sino que se inserta dentro de la lucha entre estas dos grandes tradiciones políticas, dentro de la inserción y aporte en la dinámica de la Modernidad política y económica. Esta inserción no ha sido una progresiva acumulación pacífica de reformas sino que se ha caracterizado por el impacto de rupturas revolucionarias que han determinado el devenir de la proyecto nacional venezolano.
La primera revolución: la República
Decir República es decir ciudadanía. La primera gran ruptura en la estructuración de la sociedad venezolana es la que separa la monarquía de la emergencia del proyecto republicano. Entre 1797, con la conspiración de Gual y España, y 1830, con la proclamación de la Constitución de la República de Venezuela, podemos recorrer la aparición y desarrollo de los conceptos y las prácticas fundamentales que le darán entidad a la República en Venezuela.
La aparición del radical experimento republicano que protagonizaron las colonias británicas luego de su independencia en 1776 tuvo influencia, como establecimiento de un nuevo horizonte, en el resto del continente. La libertad, igualdad y fraternidad, valores que la Revolución Francesa propagó por el mundo a partir de 1789, también inundaron el pensamiento y el debate político de las colonias ibéricas en América.
Efectivamente no basta proclamar la República para que ésta se encuentre plenamente hecha y caminando. Desde 1811 en adelante el proyecto de constituir una República se convirtió en la promesa de vida en común que nos dimos los venezolanos. En su construcción dicho proyecto se encontró con importantes retos estructurales, la tradición despótica y autoritaria de la monarquía pervivió en las relaciones de poder entre «dominantes» y «dominados» a lo largo del siglo XIX, el latifundio y la pervivencia de la esclavitud dificultaron la concreción real de la ciudadanía. El autoritarismo, la tiranía y el caudillismo impusieron límites reales a la República, hasta convertirla en ocasiones en una farsa. Pero la promesa republicana, en sus distintas acepciones, se convirtió en un marco de referencia de las luchas sociales y políticas de allí en adelante, lo que ratifica el carácter revolucionario del artefacto.
La ciudadanía como expresión del poder originario que legitima el orden social y político, la libertad como no-dominación, el compromiso cívico con lo público, la exigencia de derechos inherentes al carácter del ciudadano, el horror al despotismo, la reivindicación del gobierno de las leyes y de las instituciones por encima de la voluntad despótica de los caudillos. Todo esto nos habla de la primera ruptura revolucionaria en la historia venezolana, y quienes proclaman la vigencia de estos valores, y exigen su respeto, son defensores de esta tradición bicentenaria, son voces revolucionarias que defienden un legado heredado.
Cuando llenamos las calles reclamando la vigencia de los valores republicanos, nos acompañan héroes de nuestras luchas cívicas como Fermín Toro, José María Vargas, Pedro Gual, Santos Michelena, Andrés Narvarte, Tomás Lander, los primeros venezolanos.
La segunda revolución: la Democracia
Así como el siglo XIX fue el siglo de la República y del liberalismo, el siglo XX venezolano fue el siglo de la democracia. Frente al último de los caudillos decimonónicos se alza una nueva generación de venezolanos. La famosa Generación del 28 trajo consigo los valores y principios de la democracia venezolana, el rechazo al caudillismo y al autoritarismo, la reivindicación de la plena ciudadanía democrática, la lucha por el voto universal, directo y secreto, la reivindicación de la organización colectiva, bien sea en partidos políticos, en sindicatos, en gremios, en asociaciones de distinto tipo formó parte de la agenda democrática venezolana. Asimismo la agenda de la movilización pública, civil, desarmada, pero masiva, fue parte integral del repertorio emergente que acompañó la lucha por la ampliación de la ciudadanía, por la democracia, en Venezuela.
La democracia se enfrentó contra la tradición caudillista y autoritaria venezolana. A partir de 1936 la democracia salió a la calle, superando los miedos que las dictaduras habían impuesto para asegurar la estabilidad de su poder. Entre 1936 y 1958 la lucha por la ampliación de la ciudadanía democrática, la vigencias de las libertades civiles y políticas, la implantación de la soberanía popular, se enfrentó contra la tradición autoritaria institucionalizada. Esa dinámica de movilización, presión y contención, de promesas y propuestas, le dio forma a la construcción de la Venezuela moderna, petrolera, urbana, democrática. Luego de 1958 los venezolanos, contra todo pronóstico, logramos consolidar un régimen democrático que perduró durante cuatro décadas.
Cuando, al llenar las calles de Venezuela, reivindicamos nuestro derecho a manifestar pública y masivamente, nuestro derecho a organizarnos y asociarnos con fines políticos, nuestro derecho al voto universal, directo y secreto, nuestro derecho a construir un espacio público inclusivo y libre, estamos reivindicando los valores y principios de la Revolución democrática. Estamos expresando un legado revolucionario: la democracia.
¿Y los reaccionarios?
Efectivamente, la democracia no se consolidó sin adversarios y enemigos varios, desde la derecha conservadora que desconfiaba de la soberanía popular, considerando al pueblo incapaz de hacerse cargo de su propio destino, como desde la ultraizquierda radical que, enamorada del sueño comunista, consideraba insuficiente lo alcanzado por la Revolución democrática. Ambos enemigos de la democracia fueron derrotados, pero las ideas que sustentaban pervivieron, y con el tiempo se articularon en conspiraciones recurrentes.
El debilitamiento económico y político del régimen democrático permitió el resurgimiento de la vieja tradición, dormida pero no muerta, que volvió por sus fueros. Hubo sectores de la ultraizquierda que nunca aceptaron su derrota frente a la democracia, y nunca dejaron de conspirar. En 1983 una logia militar militarista inicia una conspiración dentro de las Fuerzas Armadas de la República. De la confluencia de los enemigos de las democracia, derrotados entre fines de los años cincuenta y los años sesenta del siglo XX, va emergiendo un movimiento reaccionario, profundamente conservador, que se aglutina alrededor de una discurso de ruptura con el régimen político existente en Venezuela desde 1958. He allí el nacimiento de la reacción. Muchos dirigentes y ciudadanos democráticos, cayeron bajo el encanto del discurso rupturista del nuevo caudillo carismático. Esto ocurrió porque detrás del uso perverso de la palabra Revolución se escondía las fuerzas de la Reacción.
Con Nicolás Maduro el carácter conservador y reaccionario del núcleo que queda atrincherado en el poder ha llegado a su cúspide, constituyendo su accionar una amenaza para la democracia, para la existencia misma de la República, e incluso para la pervivencia misma del Estado y de la vida social común.
Recordemos entonces donde está la separación de aguas. La tradición revolucionaria está en las calles de Venezuela, protestando, entre la sociedad organizada en gremios, sindicatos, partidos políticos, en una Asamblea Nacional de mayoría democrática. Fuerzas que reivindican hoy que una República Democrática es un proyecto colectivo en desarrollo, una comunidad de ciudadanos, libres e iguales, que une pasado, presente y futuro en una narrativa común, que se despliega también como promesa de vida libre en común, cuya soberanía descansa en el pueblo como totalidad. Esta es la lucha que estamos presenciando y protagonizando en la Venezuela del siglo XXI. Una lucha revolucionaria.
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