Carta del Director

El dios Jano

Foto: PSUV

   Caracas, 10 de noviembre de 2017

La mitología romana nos habla de un dios llamado Jano que tenía dos caras que miraban hacia las dos puertas opuestas del templo erguido en su honor. Jano era el dios de los comienzos, por lo que se le invocaba públicamente el primer día de enero (el mes de enero deriva su nombre de Jano: Janus, January, porque es el que inicia el año). Una de las caras de Jano mira hacia el Occidente, por donde se pone el sol, que representa el pasado, el año ya transcurrido. La otra cara mira hacia el Oriente, por donde nace el sol, que representa el porvenir, el nuevo comienzo marcado por el inicio de un nuevo año.

El sociólogo Francés Maurice Duverger comparaba la política y esta figura mitológica: “en países como el nuestro la política es concebida de una forma dualista, por eso se le compara con el dios Jano, cuando se dice que la esencia misma de la política, su propia naturaleza, su verdadero significado, radica en que siempre es ambivalente. La imagen de Jano es la representación del Estado y la expresión de la realidad política. El Estado o el poder instituido en una sociedad es, en primer lugar, el instrumento de dominación de una clase sobre otras y en segundo lugar, un medio de asegurar un cierto orden social, una cierta integración de todos los individuos de la comunidad con miras al bien común”.  Esta dualidad parece representar la naturaleza de la lucha entre gobierno y oposición; pero también el origen de las diferencias que separan a la oposición desde su liderazgo hasta sus seguidores, con base en las distintas percepciones, interpretaciones y acusaciones entre quienes dicen luchar por el bien común contra quienes lo hacen por su propio bien; y también en la indecisión que nos impide ver con claridad el camino a seguir y la necesidad de una alianza sólida que termine con el efecto “dilema de prisionero” entre líderes con vocación democrática.

Durante los meses recientes los ciudadanos hemos sido testigos de muchas contradicciones de parte del liderazgo político opositor que genera el alejamiento de muchos ciudadanos de la lucha por la democracia e incluso del país, que desangra su capital social en la mayor ola de emigración que jamás hayamos visto. La gente no puede entender ni aceptar la política como la narrativa que hoy vivimos. Ello obliga a quienes pretendan construir una alternativa democrática a construir una nueva visión y una narrativa creíble, a dejar de mirar hacia el pasado, y también a dejar de repetir las mismas prácticas que han fracasado durante ya 18 largos años. Es esencial generar una narrativa que sea capaz de mirar hacia el futuro, hacia el ejercicio de la Política con “P” mayúscula; hacía la política como espacio reservado para que los mejores pongan sus talentos al servicio de toda la nación; hacía la política entendida como ejercicio ético del poder que se subordina a los más elevados intereses de la nación. La narrativa del renacimiento, de la reconstrucción, entendida como la construcción del algo nuevo y distinto. Pero no puede haber reconstrucción en medio de una guerra, primero hay que finalizarla para poder reconstruir. Primero debe llegar la paz, el entendimiento, la unidad nacional. Una nueva narrativa debe llamar al país a ver hacia ambos lados: hacia el pasado, hacia el país del que venimos y al que no debemos regresar; y hacia adelante, hacia el país que queremos y podemos ser.

¿Por qué esta larga introducción sobre lo que debe ser y lo que no una visión, una narrativa, para nuestra lucha democrática? Porque discurso y acción deben ir de la mano o la única cara del dios Jano que conoceremos es la que mira al pasado, condenándonos a repetir los mismos errores una y otra vez.

Hoy, tras el triunfo electoral del pasado 15 de octubre, el régimen avanza en una arremetida electoral que busca afianzar el control del régimen en todos los cargos de elección posibles, incluida la presidencial, para la cual Maduro pareciera pretender un nuevo mandato, lo que complicaría aún más la crisis económico y política, además de la que se generaría hacia lo interno del oficialismo por una sucesión que Chávez postergó, más no resolvió, con el ungimiento de Maduro. La estrategia electoral ANC-Gobierno-CNE quita espacios, no solo a la oposición, sino al chavismo que no acompañe incondicionalmente a Maduro. En este chavismo se suman tanto las corrientes disidentes del chavismo, una parte importante de los políticamente desafiliados, que no se identifican hoy ni con Gobierno ni con oposición, y posiblemente hasta el ala más nacionalista –por lo tanto anticubana– de la Fuerza Armada. Esto podría dirimirse durante los próximos meses con una ruptura de la cúpula gubernamental, con un candidato disidente del chavismo, o con el desplazamiento definitivo del sector disidente si no tiene el músculo para reaccionar, lo cual pareciera ser, por ahora, el escenario  más probable.

Hace unos meses atrás habría sido difícil predecir que el régimen, tras haber suspendido el referéndum revocatorio y la elección de gobernadores, se animaría a emprender una secuencia de elecciones  que se desarrollaría en medio de la peor crisis económica de la que se tenga memoria, con un default en puertas que cierra todas las posibilidades de financiamiento, refinanciamiento o reestructuración de deuda, lo que hará depender la gobernabilidad, más temprano que tarde, del uso de la fuerza en medio del inicio de un proceso hiperinflacionario sin precedentes.

Es así como en medio de un escenario tan desfavorable, la estrategia del régimen vuelve a ser, más que ganar las elecciones, hacer que la oposición las pierda. Para ello el régimen tratará, primero, de aplastar a la oposición en los próximos comicios municipales, gracias a una combinación de abstencionismo y obstruccionismo del voto opositor y movilización clientelar de su propia base, mientras continúa inhabilitando partidos y liderazgos en un intento por diseñar su propia oposición. No una con la que pueda negociar, como muchos mal piensan hoy, sino una a la que pueda derrotar, porque correr el riesgo de entregar el poder confiando en la cooptación  de quien gane una presidencial es mucho pedir para quienes tienen costos tan elevados de salida y demasiados riesgos que correr.

Sobre el clientelismo que el régimen impulsa a través del carnet de la patria y la distribución de las cajas CLAP es poco lo que la oposición puede hacer para contrarrestar su efecto movilizador, por lo que le queda es movilizar al elector opuesto al régimen, que continúa siendo, como mínimo, el doble del que lo apoya, lo cual implica concentrar sus esfuerzos en disminuir la abstención entre los votantes de oposición y encontrar maneras eficientes para lidiar con la obstrucción mecánica del voto producida por maniobras como la reubicación de centros de votación.

Entre ambos mecanismos del que más debe cuidarse la oposición, de cara a unas potenciales elecciones presidenciales, es de la abstención, no solo por ser el que puede tener el efecto más devastador sino porque su implementación responde a una estrategia cuya ejecución se inició eficientemente con la elección de la Asamblea Constituyente, continuó con la Mesa de Diálogo y la elección regional, se fortalecerá con la municipal y se profundizará de cara a la presidencial. Tal mecanismo opera básicamente desde la manipulación de las percepciones de los electores, reduciendo sus expectativas sobre la posibilidad de lograr una salida electoral, al tiempo que se inhabilitan líderes de oposición con altos niveles de aceptación y se genera desconfianza sobre aquellos a quienes se les mantiene habilitados en la medida que se aproxima una elección presidencial.

El ataque a la confianza puede ser el más perverso y devastador de estos mecanismos. Para ello el régimen se esforzará por mostrar que la oposición continúa en la mesa de diálogo, en un proceso de negociación caracterizado por avances, para generar expectativas positivas entre los negociadores y mantenerlos en la mesa de negociación, y retrocesos en los que, por ejemplo, un día se libera a algunos presos políticos para, al día siguiente, iniciar la persecución o inhabilitación de nuevos líderes. Mientras tanto, habrá otro grupo de partidos y candidatos con quienes se diseñará una oposición que, si bien no será la que tiene el apoyo mayoritario, será legalmente tolerada y no perseguida lo que exacerbará los cuestionamientos hacia ella, deteriorando las expectativas y la confianza de los electores y, como consecuencia de ello, generando un aumento significativo de la abstención del lado opositor.

Para derrotar tal estrategia resulta esencial el fortalecimiento de la unidad, lo cual implica, más allá de apostar a una coordinación entre quienes se nieguen a cooperar sobre la base de una estrategia común, la cohesión entre quienes sí comparten una misma visión y pueden construir sinergia en torno a una estrategia compartida. En relación al liderazgo, es importante comprender la urgencia de posicionar un liderazgo único de oposición de cara a una elección presidencial, que podría sorprendernos en el momento en que se esté menos preparado para asumir semejante reto. Es esencial que sea el elector de oposición y no el régimen el que escoja a la persona que liderará esta etapa de la lucha. Un candidato electo en una primaria con una participación limitada será víctima de cuestionamientos, que se alimentarán desde la maquinaria propagandística del régimen, a fines de minar las expectativas positivas sobre un posible cambio y la confianza sobre quien lo lidera, lo que solo contribuirá a reducir los niveles de participación y colocar a la minoría oficialista en posición de ventaja entre las diversas minorías que conformarían el espectro de una oposición ya hoy fragmentada en cuatro toletes: los electoralistas (Avanzada Progresista, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Puente y Copei); #SoyVenezuela (Vente Venezuela y Alianza Bravo Pueblo); Primero Venezuela (Primero Justicia, Voluntad Popular y La Causa R); y el Chavismo disidente (representado por Nicmer Evans y Miguel Rodríguez Torres, entre otros sin partido propio).

A pesar de lo sucedido en la elección de gobernadores del pasado 15 de octubre, en la que las tres cuartas partes de los estados eligieron al partido de Gobierno, no es cierto que el país hoy vuelve a ser rojo como lo fue durante la era Chávez. Chávez murió y todos los estudios de opinión nos demuestran que la gente lo sabe y reclama algo nuevo, porque sabe que su modelo fracasó y no es viable. La verdad es que hoy las tres cuartas partes del país no creen en este Gobierno y quieren un cambio, lo que no implica que el país crea en todo liderazgo que se le opone. La credibilidad y la confianza hay que ganarlos si queremos que la nación, al igual que el dios Jano, no mire solo hacia el pasado sino también hacia un futuro posible.

 

Benigno Alarcón Deza 

Director 

Centro de Estudios Políticos 

Universidad Católica Andrés Bello

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