Espacio plural

Sobre los símbolos de la jura presidencial en Venezuela

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Sócrates Ramírez

9 de enero de 2019

En 2016 tuve la oportunidad de escuchar una magnífica conferencia de la doctora Carole Leal Curiel, numeraria de la Academia Nacional de la Historia y profesora titular de la Universidad Simón Bolívar, sobre el ceremonial de jura presidencial venezolano convertido en tradición legal a partir de la instauración del régimen democrático de 1958. Por estos días, donde en publicaciones, redes sociales y conversaciones se cruzan argumentos de toda índole en torno a la nueva toma de posesión de Nicolás Maduro como presidente de la República, quizá convenga detenerse también en una mirada en torno al papel que los usos simbólicos han tenido –y tienen– en la legitimación del poder y las decisiones políticas.

Gran parte de la fuerza instituyente del poder guarda relación con los espacios donde éste es obtenido, transferido y desplegado, y con los símbolos y palabras convertidos en usuales por el rigor de la ley y la costumbre. Saltan dos hechos al recuerdo para sostener mejor esta idea en el marco de la simbología del poder en la Venezuela contemporánea:

No todas las críticas a la toma de posesión presidencial de Carlos Andrés Pérez en 1989 versaron sobre la suntuosidad de la llamada “coronación”. Muchas estuvieron dirigidas al hecho de haber sacado el rito de la transmisión del poder del espacio que con sus formas y símbolos hacía parte en la legitimación de ese poder. Pérez, como aún se recuerda, no juró en el Hemiciclo del Senado de la República sino frente al Congreso reunido en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño.

En sus veinte años de dominio, el chavismo ha sido especialmente hábil en mezclar su voluntarismo revolucionario con ciertas trazas de nuestra tradición simbólica, obviamente, transfigurándolas y deformándolas. Pero esa práctica reafirma la importancia de las palabras y los espacios que, incluso en medio del fragor de una narrativa de la novedad, no han podido ser eludidos. No encuentro otra explicación al hecho de que una vez electos ilegalmente los representantes a la autodenominada Asamblea Nacional Constituyente, el chavismo haya violentado el edificio sur del Palacio Federal Legislativo para apropiarse del Hemiciclo Protocolar, antigua sede del Senado, y darles a sus representantes espurios un espacio que la tradición y la memoria venezolana asocian con la representación del pueblo, la deliberación y la ley.

Sobre la ceremonia de jura presidencial

Carole Leal explica que en 1958 las fuerzas políticas acordaron las características de la ceremonia de investidura presidencial, decidiendo que para entrar en posesión legal del cargo el presidente electo debía prestar un juramento –y no una promesa– ante el Congreso, acto luego del cual recibiría del presidente saliente los símbolos del poder; es decir, la banda tricolor y el medallón del que pende la llave que abre el arca que contiene el libro de Actas del Supremo Congreso de Venezuela de 1811 –y donde se encuentra la declaración de Independencia– y la llave que abre el sarcófago con los restos mortales de Bolívar ubicado en el Panteón Nacional. Desde el centenario de la Independencia, cuando se hace reposar esta arca en el Salón Elíptico, el medallón y la llave pasaron a formar parte de los iconos del poder asociados al presidente, y representan, simbólicamente, el resguardo de la independencia venezolana como el principal mandato que posee. El primero en atesorar este símbolo fue Juan Vicente Gómez, quien lo recibió de manos del presidente del Congreso. Para entonces, el Parlamento sancionó la Ley sobre la Llave del Arca que reglamenta su uso y posesión.

Pese a que el régimen democrático mantuvo en su tradición de transmisión de mando elementos propios del pasado, también decidió la eliminación de otros. Quedó sin efecto el Decreto Ejecutivo de mayo de 1941 sobre el “Juramento de Fe Bolivariana” que debía realizar el presidente entrante ante los restos de Simón Bolívar, y en su lugar fue establecida la tradición de una rendición de honores en el Panteón Nacional finalizado el acto de toma de posesión. Y como recuerda Carole Leal, también fueron sacados de los hemiciclos de las cámaras de Diputados y del Senado los retratos de Bolívar, cuya figura había sido altamente manoseada por la dictadura militar de la década 1948-1958, y en sus lugares fue dispuesto el Escudo Nacional, evidenciando el deseo del nuevo régimen de convertirlo en el símbolo más representativo de Venezuela.

Aunque la Constitución de 1961 y la de 1999 establecen que el Congreso podía sesionar en cualquier lugar de la República, o en caso de que alguna eventualidad impidiera al Presidente tomar posesión ante las Cámaras, pudiera hacerlo ante la Corte Suprema de Justicia (hoy Tribunal Supremo de Justicia), salvo la jura de Carlos Andrés Pérez, en 1989, y la inmaterial toma de posesión de Chávez en 2013, desde 1959 los presidentes electos han jurado el cumplimiento del deber de su cargo ante el Parlamento y en su sede; es decir, en el Palacio Federal Legislativo.

Este edificio, construido durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco a finales del siglo XIX para albergar a los tres poderes del Estado, posee, según la explicación de la profesora Leal, importantes elementos que, conjugados con los actos, definen parte del simbolismo de la tradición de jura presidencial en Venezuela.

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Tríptico de Bolívar de Tito Salas / FOTO: Dirección de Patrimonio Cultural de la Asamblea Nacional.

Con ocasión de la juramentación, el presidente electo entra al complejo a través de la puerta noroeste, que conduce a los espacios dispuestos en el plano original para servir de sede al Ejecutivo Federal. En tales espacios se encuentra el Salón Tríptico, llamado así por estar decorado con la pintura Tríptico de Bolívar, encargada por el gobierno a Tito Salas y exhibida por primera vez durante la conmemoración del centenario de la Independencia en 1911. Aquí, el Presidente electo debe esperar la instalación del Congreso y la designación de la comisión parlamentaria que lo recibirá. Mientras transcurre el momento de la espera debe mirar el cuadro. El lienzo recrea tres momentos de vida de Bolívar: el juramento en el Monte Sacro, el paso de los Andes, y su muerte; y representan tres mensajes para el mandatario electo, según interpreta Leal: la franja del juramento en el Monte Sacro “representaría el inicio de una lucha que puede ser ilusoria”; la correspondiente al paso de los Andes “un momento cúspide en las dificultades de esa lucha”; y la muerte de Bolívar “lo efímero del poder, pues con la muerte desaparecemos y también desaparece el poder”. Al pie de la pintura se encuentra una vitrina donde reposan los originales de todas las constituciones que ha tenido Venezuela, recordando al presidente electo su compromiso de observar la ley. Esta sección del ceremonial tiene sus orígenes en 1936 con el protocolo de visita presidencial al Parlamento para la conmemoración de la Independencia cada 5 de julio.

La espera del Presidente tiene otra lectura simbólica: la de la sujeción a un poder que es superior al suyo, y que está encarnado en el cuerpo político constituido por los representantes del pueblo, quienes son los hacedores de la ley. Solo después que el Parlamento se ha constituido y ha votado el orden del día es cuando termina la espera del Presidente, quien es autorizado a cruzar el patio y la fuente ornamental que separa los hemiciclos de sesiones del resto del palacio.

Entre 1959 y 1999 la ceremonia de jura presidencial fue, invariablemente, una ceremonia de traspaso del poder. La limitación constitucional de la reelección inmediata suponía la presencia, siempre, de un presidente saliente y de un presidente electo, elevando el principio democrático de la alternancia a una expresión material y simbólica que el país entero podía tener la certeza de ver cada cinco años. Así, luego de que el Presidente electo juraba el cargo frente al presidente del Congreso y con una mano sobre la Constitución, recibía los símbolos del poder presidencial de parte del mandatario saliente, y seguidamente sonaban las notas del Himno Nacional. La juramentación y el traspaso efectivo del poder quedaban simbólicamente realizados cuando el presidente electo –ahora constitucional– tomaba el asiento en el presídium del Parlamento, que al principio había sido ocupado por el presidente saliente; es decir, la primera silla ubicada a la derecha del asiento del presidente del Congreso, quien se sentaba en el centro, según describe Leal. Luego de tal desplazamiento se procedía a la lectura y firma del acta de la sesión de toma de posesión, el presidente saliente se retiraba del presídium y el nuevo presidente constitucional ofrecía una alocución desde la tribuna de oradores.

Que el ceremonial de jura presidencial y transmisión de poder haya ocurrido de forma inalterada entre 1959 y 1999 ante el Parlamento supone el respeto a un dispositivo simbólico que trasciende la tradición política venezolana y nos inserta en la que corresponde al republicanismo moderno: puesto que el poder presidencial no se ejerce a partir de la unción emanada de un poder divino, sino del acuerdo mediante la elección realizada por un cuerpo político democrático –los ciudadanos–, ha de considerarse en legal posesión del cargo quien, además de haber sido limpiamente electo para su ejercicio, ha jurado el cumplimento de su deber ante los representantes legítimos del pueblo que le escogió y no ante otros. Es por ello que la prerrogativa principalísima de tomar el juramento presidencial la tiene el Parlamento. A falta de experiencia histórica más allá de la fallida jura de Chávez en 2013, y atendiendo a esta inobjetable lógica republicana de nuestros tiempos, cuando el constituyente de 1961 y de 1999 dispuso la posibilidad de una eventual jura presidencial ante la Corte lo hizo asumiendo que, vencidas las dificultades que impidían el juramento del presidente ante el Parlamento, el acto fuese celebrado con las convenciones y protocolos de rigor que dotan, desde su simbolismo, de legitimidad a quien ejerce el cargo. Mal jura alguien el cumplimiento de un deber cuando no lo hace frente a quien le ha impuesto ese deber.

Junto a la importancia de ante quién jura el presidente, está lo que jura, y sobre el objeto que jura. La profesora Leal Curiel rescata que –según ley vigente desde 1945 y de acuerdo con el protocolo seguido entre 1959 y 1994– el Presidente jura con su mano derecha alzada a la altura del pecho –y la izquierda sobre la Constitución, sostenida por el presidente del Congreso– el cumplimiento de los deberes de su cargo y su compromiso de cumplir y hacer cumplir esa Constitución y las leyes de la República. Para Leal, la jura de Chávez en 1999 fue infortunada, entendiendo por infortunio “la realización infeliz de un acto convencional desde el punto de vista del uso y los protocolos jurídico-formales que forman parte de su ejecución para que el acto tenga efecto”, precisamente por la contradicción de jurar cumplir y hacer cumplir una Constitución en el mismo acto en que se le llamaba “moribunda” y se juraba su sustitución. En pocas horas Maduro jurará sobre una Constitución que ha mancillado y a la que también pretende sustituir.

@RamirezHoffman

El autor fue coordinador de Investigación del CEPyG. Es licenciado en Historia (ULA), magíster en Ciencia Política (USB).

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