José Ignacio Guédez Yépez (*)
05 de abril de 2019
Es al menos curioso, que no exista un término para definir el ámbito geográfico donde habita una misma cultura y que representa además casi la totalidad de lo que se conoce como civilización occidental. Así como existió Euroasia, bajo la amalgama del comercio de la ruta de la seda, a nadie se le ocurrió llamar “Euroamérica”, a la suma de dos continentes vinculados a través de un proceso de colonización que cambió literalmente el mapa mundial.
Todos los vocablos hasta ahora utilizados son imprecisos o insuficientes, América Latina, no dice nada exacto, mientras que Hispanoamérica o Iberoamérica, excluye a otras colonias europeas y, a nada menos, que Canadá y Estados Unidos. No se trata ya de valorar ese proceso histórico, sino de aceptar sus resultados e interpretar sus consecuencias, entre otras cosas, porque ellas nos definen.
Al parecer, los complejos opacan los consensos, de una cultura que es la misma hoy en día, más allá de sus matices y, que además, tiene muchas cosas por las que estar orgullosa. Por ejemplo, la Revolución Francesa, la independencia de Estados Unidos y la independencia de Suramérica, constituyen un mismo fenómeno porque están interrelacionadas entre sí, histórica y culturalmente. Se trata del resurgir del republicanismo griego que le abrió la puerta al mayor de los consensos occidentales: la democracia constitucional.
La democracia representativa como sistema político y la economía libre de mercado como sistema económico, son los dos grandes consensos de Occidente, causantes sin duda de la época más próspera de la humanidad, solamente interrumpida cuando alguna de esas premisas se ha roto. Es eso lo que nos define como civilización.
Se podrá reivindicar la América precolombina con la misma legitimidad que se puede recordar la Francia de Luis XIV, pero en ambos casos se trata de un pasado histórico que ya no tiene vigencia. Lo que no tiene ningún sentido, es que complejos heredados de épocas pasadas nos impida asumir nuestro presente, tomando conciencia de lo que somos hoy, sobretodo, reconociéndonos como iguales culturalmente hablando.
Al final los que declararon su independencia al norte y sur de América fueron todos descendientes europeos, lo hicieron siguiendo un ideal común que fue la república y no en nombre de una supuesta pureza racial originaria. Al contrario, fue un proceso de igualación política y cultural, al punto que poco más de un siglo después, Canadá y Estados Unidos, intervinieron de forma decisiva en las denominadas guerras mundiales.
Entonces, ¿Qué le impide a Europa reconocerse en América y sentirse orgullosa por la expansión de una cultura que hoy representa el habitat de la libertad, los derechos humanos y la democracia? Capaz lo escrito por el ensayista francés Jean Francois Revel, nos de algunas luces para entender: “Desde hace poco prevalece la idea de que debemos prohibirnos criticar, con mayor razón condenar toda civilización, excepto la nuestra.
Nuestra civilización ha inventado la crítica de uno mismo en nombre de un cuerpo de principios validos para todos los hombres, del que deben depender todas las civilizaciones con verdadera igualdad. Pierde su razón de ser si abandona ese punto de vista. Los persas de Herodoto, pensaban que todo el mundo se equivocaba menos ellos. Nosotros, occidentales modernos, no estamos lejos de pensar que todo el mundo tiene razón, salvo nosotros. Esto no es un desarrollo del espíritu crítico, siempre deseable, esto es su abandono total”.
O quizá se explique mejor por el mito del “Buen Salvaje”, descrito por el ensayista venezolano Carlos Rangel: “Por causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados genéricamente bajo el calificativo de Tercer Mundo, los cuales, sin la influencia occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el diamante”.
En ambos casos parece que los complejos de la civilización nos impide, no solo reconocernos dentro de ese ámbito que propongo llamar “Euroamérica”, sino incluso valorarnos para defender nuestros consensos culturales tan preciados. Se trata de una civilización que ha combatido con éxito nada menos que el fascismo y el comunismo, en nombre del pluralismo político, hoy todavía imperante a pesar de las nuevas amenazas que debemos combatir.
Se trata de una civilización que ha igualado ante la ley, razas, sexos y personas, bajo el concepto de ciudadanía y con el paraguas de constituciones que garantizan derechos civiles y humanos. Se trata de la cuna del pensamiento científico, el voto universal, la libertad de expresión y la igualdad.
¿Qué impide que cerremos filas en favor de nuestros principios y combatamos unidos con orgullo y eficacia viejas y nuevas amenazas de potencias antioccidentales como Rusia y China? Cuándo Europa ve más allá del Atlántico, qué ve y a quién, sino a su igual.
Es hora de superar los complejos por justificados que sean y reforzar los consensos de Occidente. Solo así podremos superar los nuevos retos de una era digital que promete cambiarlo todo. Hagámoslo por los derechos humanos que decimos defender, entendiendo que estos solo tienen garantías en democracia.
Erradicar el estalinismo despótico y liberar los pueblos oprimidos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, sería un gran comienzo para reencontrarnos como civilización humanista y republicana. ¿O seguimos siendo los “buenos salvajes” del cuento? No somos occidente, somos “Euroamérica”.
(*) El autor es presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana.
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Con gran acierto el autor desarrolla, no solo una inédita categorización de muestro «espacio vital como euroamericanos sino además, una seria alarma ante la amenaza que representa a la paz del mundo occidental, las pretensiones de las potencias autoritarias como son China y Rusia de trasladar sus patrones culturales de dominación a territorio americano, de manera especial, dando apoyo a regímenes despóticos como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
Los Americanos y los Europeos tenemos el deber de preservar, tanto nuestro legado histórico y cultural, como nuestro hábitat. El caso Venezuela, es la mas seria amenaza a la estabilidad del mundo occidental, ya que se puede convertir en la punta de playa para la expansión de un ensayo expansionista que le costaría muy caro al mundo occidental.
Así como ayer occidente erradicó de sus entrañas el nazifascusmo, hoy en dia tiene el reto de erradicar la amenaza populista seudosocialista.
Luis Useche
luisuseche57@gmail.com
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