
Elsa Cardozo 19 de agosto de 2019
Los resultados de las elecciones “Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias” del pasado 11 de agosto han sido objeto de muy justificada preocupación dentro y fuera de Argentina. La diferencia de casi dieciséis puntos entre las candidaturas del “Frente de Todos” y el movimiento de Macri, “Juntos por el Cambio”, se considera signo inequívoco del regreso del peronismo a la Presidencia, con aumento de su ventaja en el Legislativo tras la renovación de la mitad de la Cámara de Diputados (130 escaños) y un tercio del Senado (24 escaños) en las elecciones generales de octubre. Tales resultados y pronósticos, con sus consecuencias inmediatas, merecen atención y reflexión desde Venezuela.
1.- No deja de sorprender, a primera vista, la fuerza con la que se vuelve a expresar electoralmente el peronismo asociado a la figura de Cristina Fernández, la viuda y sucesora de Néstor Kirchner, cuyo mandato terminó en 2015 luego de ocho años de personalista y arbitrario ejercicio del poder. Lo entregó en medio de serias acusaciones de corrupción, un legado económico de franco declive en todas las variables significativas (reservas monetarias, endeudamiento y morosidad, inflación y capacidad productiva) y una posición internacional de atrincheramiento, con mínimo margen de maniobra económica a la par que vínculos políticos internacionales limitados y polémicos, por decir lo menos. Pero también es de considerar que entonces el triunfo de Macri sobre el candidato peronista Daniel Scioli (que en las primarias de agosto de 2015 lo aventajaba por más de ocho puntos) pasó por dos vueltas. En la primera (octubre) el peronista tuvo casi tres puntos de ventaja (37.8% sobre 34.15% de Macri); en la segunda (noviembre) Macri ganó por estrecho margen: poco más de 2 puntos (51.34% sobre 48.66%), con la desventaja de que el control de la mayoría del Congreso y las gobernaciones quedó para los peronistas. El punto de partida material, social y de los apoyos políticos e institucionales condicionó fuertemente las decisiones iniciales y el balance entre lo posible y lo deseable para el nuevo gobierno.
Para Venezuela hoy, en una situación de deterioro infinitamente mayor, esto se convierte en dato interesante, revelador de la importancia de prepararse para sostener y aumentar los apoyos internos y externos al cambio, cultivar la conciencia de toda la sociedad sobre la gravedad de la situación a enfrentar y, muy seriamente, sobre el cuidado en los enormes esfuerzos necesarios para superarla de manera humana, material y políticamente sostenible.
2.- Entre los factores que explican el crecimiento de la ventaja del peronismo sobre la fórmula de Macri pesa la compleja y empobrecida situación económica presente de Argentina en su caída franca desde abril de 2018, tan minuciosa y francamente diagnosticada por un reciente informe del Banco Mundial (Hacia el fin de la crisis en Argentina, 2018). En el fondo, lo que alienta y agrava todo esto y lo ha hecho recurrente en Argentina (con acumulación de recesiones desde mediados del siglo XX, de cantidad y profundidad sin equivalente en Latinoamérica) es lo que cabría resumir como desvalorización de la política y de compromisos creíbles y de largo plazo: sea que como resultado del predominio de una necesaria pero sociopolíticamente insuficiente racionalidad técnica; sea que pensando que la calidad de las decisiones es solo cuestión de que sirvan para la acumulación del control en el gobernante.
En Venezuela está presente lo segundo, en escala mayor, agudamente concentrado desde 1999 y acentuado desde 2013: con un derrumbe económico sin precedente regional que ha multiplicado la pobreza y la emigración, acompañado por el sofocamiento de todo el espectro de los derechos humanos y la destrucción del estado de derecho y la institucionalidad que lo expresa y sostiene. Tal desafío de recuperación humana y material depende en medida significativa de la adopción política de compromisos francos y sostenidos, ya no solo para concientizar y asumir la conexión entre el esfuerzo productivo y la calidad de vida, sino para construir su gobernabilidad democrática, en lo material y en lo institucional, más allá de lo inmediato.
3.- Es de anotar, finalmente, la persistencia del peronismo -los peronismos, cabe precisar- y el empeño reunificador de Cristina Fernández como vicepresidente, cuyo apoyo popular coexiste con trece expedientes y una ancha estela de corrupción en su contra. También ha hecho su parte el candidato a presidente, Alberto Fernández, no obstante sus bien conocidas y muy expresas divergencias y graves denuncias contra su ahora compañera de fórmula, tras haber sido ministro de Néstor Kirchner y por poco tiempo de la propia de Cristina Fernández. Alianza difícil, de conveniencia mutua (votos por impunidad), quizá inestable, pero útil para tener altísimas probabilidades de ganar la presidencia incluso en la primera vuelta (vistos los resultados de las PASO, en referencia con el 45% de votos o 40% con diferencia de diez puntos sobre el contendor necesarios para ganar la presidencia). Además, con mayoría de peronistas en las cámaras del Congreso y en las gobernaciones; peronistas, en plural, cabe decir, por las corrientes nacionales y regionales que abarca esta abigarrada vertiente política.
Mientras tanto, el panorama de los partidos argentinos es el de un archipiélago de más de cuarenta organizaciones nacionales y bastante más de seiscientas distritales que comparten la baja confianza del electorado argentino (semejante a la venezolana según el Informe Latinobarómetro 2018) aunque, al igual que en 2015, movilizaron en las recientes primarias a tres cuartas partes del padrón electoral.
Visto esto desde Venezuela – y apenas dejando mencionado que no cabe identificar sin más al chavismo con el peronismo ni asimilar la abismal crisis multidimensional que nos agobia con las de Argentina en 2015 y ahora- parecen pertinentes al menos tres llamados de atención. Primero, que el movimiento o partido derrotado no solo no desaparece por completo del horizonte político, sino que es inevitable que al menos en parte se transforme para subsistir y que procure espacios formales e informales, internos y externos desde los cuales influir, para mantener o recuperar peso político. Segundo, que por ello, por la magnitud de los problemas y por lo desafiante de las soluciones que requieren, es indispensable la concertación política amplia y plural (si no, no lo es) de organizaciones políticas y sociales, para definir y comprometerse más allá de un período constitucional con un rumbo compartido, coherente y sostenible de reconstrucción humana, institucional y material. Tercero, y principalísimo, en el camino hacia ese punto es inevitable dejar anotado, en la tónica del mutatis mutandi, que a la enormidad de la la crisis venezolana respecto a la argentina, se suma una diferencia de fondo, esencial, ineludible: que la primera y muy ardua tarea de los venezolanos es lograr, del modo más constructivo posible, las condiciones necesarias para recuperar la alternabilidad democrática.
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