
Félix Arellano
23 de septiembre de 2019
Nos encontramos en el 47 período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, con una agenda ambiciosa y compleja. Una intensa jornada de diálogos y negociación sobre temas tan difíciles como: Irán, Siria, Corea del Norte, las guerras comerciales, el cambio climático y, obviamente, el caso venezolano, que será objeto de atención especial en los diálogos privados, en las reuniones informales y en varios eventos especiales que pudieran definir nuevos rumbos de acción.
Adicional al trabajo administrativo, la Asamblea General constituye una oportunidad política para el diálogo y la negociación, entre los 193 países miembros que la integran. Una organización plenamente universal en su membrecía y absolutamente multidisciplinaria en su dinámica de trabajo. Pero tales características también generan algunas limitaciones; el sistema se ha burocratizado y resulta lento, de rutinas administrativas que no siguen el ritmo de los graves problemas mundiales que están enfrentando.
En este contexto, el caso venezolano se presenta como un importante desafío. Será tema de atención formal en diversas comisiones, tanto por el contundente Informe de la Sra. Bachelet sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela, como por la Comisión de Investigación, que sobre la crisis venezolana, ha adoptado recientemente la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Sobre la situación venezolana también están planteadas reuniones específicas fuera de la agenda de la Asamblea, como la reunión de Cancilleres del TIAR o la reunión de alto nivel, que sobre Venezuela, coordinará el Presidente Donald Trump. Son eventos que pueden cambiar el rumbo de los acontecimientos, y representan claras evidencias del interés de la comunidad internacional de restablecer nuestra democracia.
El proceso bolivariano también aprovechará la oportunidad para promover su narrativa, en particular contra las sanciones del imperio, propiciando resoluciones seguramente contará con el apoyo de la experimentada diplomacia cubana, los miembros radicales del Movimiento de Países No Alineados y el club de gobiernos autoritarios.
Pero, en esta oportunidad, el caso venezolano se presenta más complejo. El eventual fracaso de la mediación del gobierno de Noruega, estimula la radicalización de las posiciones. Recordemos que Noruega se suma a otros fracasos de mediación como los realizados por el Vaticano y la República Dominicana, lo que evidencia la intransigencia del proceso bolivariano para avanzar por la vía pacífica y democrática.
Tratando de reducir los daños el proceso bolivariano ha promovido una presunta negociación, cortada a su medida, con grupos políticos minoritarios. Este escape no resuelve la crisis, por el contrario la agudiza; ni fortalece al proceso bolivariano ante la comunidad internacional; empero, si logra uno de sus objetivos fundamentales, ganar tiempo y endurecer las estrategias para perpetuarse en el poder.
El potencial fracaso de Noruega tampoco beneficia a la oposición democrática ni a la comunidad internacional. Desde una perspectiva dura se estiman que ha llegado el momento para escenarios más contundentes y por eso privilegian la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Es cierto que este foro representa un nuevo escenario sobre la crisis venezolana, que en principio reúne un grupo de países bastante cohesionados frente a la crisis venezolana y que abre mayores posibilidades de acción que las previstas en la Carta Democrática Interamericana.
Pero no conviene sobredimensionar el TIAR, también puede generar fraccionamiento en el Grupo de Lima, ya que acciones de mayor contundencia, como por ejemplo, el tema militar, generar divergencias entre las partes. Por lo pronto es posible esperar mayor presión política y económica sobre el proceso bolivariano, podrían aparecer en escena, en el incremento de la escalada de la presión, conceptos como bloqueos o embargos.
La comunidad internacional democrática mayoritariamente ha respaldado el esfuerzo de mediación de Noruega, pero todo indica que ha faltado efectividad, creatividad y coordinación para fortalecer ese esfuerzo. En tal sentido, resulta fundamental lograr una mayor coordinación de los diversos actores internacionales: Unión Europea y su Grupo Internacional de Contacto, el Grupo de Lima, el Vaticano y otros potenciales colaboradores.
El heterogéneo grupo de países que apoyan la salida pacífica, deberían incrementar sus acciones de presión efectiva e inteligente, que afecte directamente los intereses del bloque en el poder. También deberían incrementar los incentivos que faciliten la salida pacífica y democrática.
Una tarea que requiere mayor atención es el trabajo con los países aliados al proceso bolivariano, en particular, Rusia, Cuba, Irán, China; para que no obstaculicen la salida pacífica. Una nueva Venezuela democrática será un espacio seguro para la inversión de todos los países del planeta, que respeten las normativas nacionales e internacionales.
Como se puede apreciar, avanzar en esta agenda u hoja de ruta creativa y ambiciosa exige de una enorme participación de nuestra oposición democrática unida, propiciando iniciativas que se puedan complementar; agendas que se puedan articular, diversos escenarios todos encaminados al objetivo de restablecer la democracia en Venezuela.
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