
Félix Arellano
Internacionalista, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela, ex director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV, coordinador del Área de Relaciones Internacionales y Globales de FACES-UCV. Columnista y Analista Político.
La primera encíclica del Papa Francisco concentrada en los temas ecológicos y sociales, que ha titulado “Laudato si” (Alabado seas), inspirado en un hermoso “cántico de las criaturas” de san Francisco de Asís (1226), que rinde homenaje a “nuestra madre tierra”, y que fue publicada en el mes de mayo del 2015, representa en estos momentos, cuando enfrentamos las terribles consecuencias económicas y sociales de la pandemia del Covid-19, un documento importante de orientación y guía, en particular, para quienes a nivel mundial aspiramos que la nueva normalidad que vendrá, se fundamente en criterios de sustentabilidad ambiental
Tal aspiración podría resultar ingenua si consideramos que existe la urgencia en retomar la dinámica habitual, sin mayores limitaciones. Ahora bien, la pandemia está tornando más urgente avanzar en los Objetivos del Desarrolle Sostenible (ODS), aprobados en las Naciones Unidas, toda vez que entre sus terribles consecuencias se aprecia el incremento de la pobreza, la desigualdad y la discriminación.
La defensa y fortalecimiento del ecosistema forma parte de los nuevos temas que han entrado para quedarse en la agenda de las relaciones internacionales, y se ha posicionado, tanto en el marco del multilateralismo, como entre los elementos constitutivos de la gobernanza global. Pero debemos estar conscientes que la efectividad de los avances en el contexto internacional, para lograr un mundo más respetuoso del ecosistema, exige de cambios en la base de la sociedad, más concretamente, en el comportamiento de cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana.
Contar con acuerdos internacionales o legislaciones nacionales en defensa de la ecología es una avance cualitativo que se debe propiciar y consolidar, pero resulta insuficiente si cada uno de nosotros no asumimos una autentica disposición para respetar al ecosistema y su diversidad. Al respecto, la encíclica promueve “una revisión profunda de nuestro proceder individual y colectivo para el cuidado de nuestra casa común, con un alcance inclusivo y ecuménico”
Es cierto que se han logrado avances importantes, particularmente en las sociedades democráticas, respetuosas de las libertades, que permiten que la sociedad civil logre un papel activo en la defensa, tanto de los derechos humanos, como del respeto al ecosistema; empero, los gobiernos autoritarios, que se están multiplicando en el mundo, rechazan la agenda innovadora. Por otra parte, entre las potenciales consecuencias negativas de la pandemia se aprecia el fortalecimiento del estatismo autoritario, lo que representa una señal de alerta y preocupación para los ambientalistas.
La defensa del medio ambiente no debe plantearse como un problema político o ideológico, que implique un enfrentamiento con la sociedad o con la economía; todo lo contrario, todos debemos formar parte de ese esfuerzo y aportar, de forma creativa, nuestra contribución por modesta que sea. Este objetivo compromete a todos los sectores de la sociedad y adquiere un carácter global.
Resulta prioritario conservar la viabilidad del planeta, la calidad del ambiente nos beneficia a todos. Este esfuerzo conlleva cambios de paradigmas. La clásica visión de la maximización individual, que define la racionalidad económica, que se tiende a concentrar en lo estrictamente individual y, en muchos casos, comporta la explotación desproporcionada de los recursos naturales, un consumo hedonista y despilfarrador y la contaminación ambiental; debe dar paso a una visión que implique la integración entre los beneficios individuales, el conjunto social y el ecosistema.
Para algunos se trata de optimizar, para otros de una racionalidad sustentable o de segundo grado; en todo caso, implica asumir que el respeto al ecosistema y su diversidad, no conlleva deterioro en los beneficios individuales. El ejercicio se oriente a incorpora en la ecuación la conveniencia de atender al contexto social y ecológico, toda vez que en términos prácticos, reporta beneficios doblemente. Si los bienes públicos, como por ejemplo el agua, se conserva, todos recibimos un beneficio individual y colectivo; ganamos como individuos y ganamos como parte del conjunto social.
Respetar y conservar el ecosistema no debe transformarse en una equivocada guerra ideológica contra la economía o el mercado, el reto es lograr procesos y técnicas de producción más amigables y respetuosas del ecosistema y su diversidad; es decir sustentables y sostenibles. Por citar un ejemplo, no se trata de desarrollar una campaña para eliminar el plástico; el objetivo se orienta a racionalizar el uso y, fundamentalmente, a promover la investigación e innovación que permita alcanzar una mejor biodegradación o su reciclaje.
En términos generales se debería profundizar en los criterios de la economía circular que, entre otros, contempla: la reducción, el reciclaje, la reutilización, la reparación y la valorización de la vida en toda su compleja dimisión y diversidad. No pretendemos asumir una visión ingenua en la nueva normalidad, pero es necesario transformar nuestra actitud ante el planeta. El consumo excesivo y despilfarrador es destructivo de los recursos naturales y éticamente irresponsable en términos sociales.
Como señal el Papa Francisco en la encíclica: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar”. En tal sentido, resulta fundamental la labor de los jóvenes, por su efecto multiplicador y transformador de las instituciones. Niños preocupados por el medio ambiente puede conllevar líderes trabajando activamente por un mundo mejor.
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