
Extraído de: Politico

Andrés Cañizález
@infocracia
Aún es temprano para hablar con propiedad sobre cuál será la política del nuevo gobierno de Estados Unidos para afrontar la crisis venezolana. Lo que sí sobresale, al pensar en la relación de Washington con América Latina es que ésta, bajo cualquier gobierno, tendrá que estar hoy medida por el tema de qué hacer con Venezuela.
Podría uno pensar que el tema de Cuba será otro aspecto resaltante de un gobierno de Joe Biden, pero en general la política hacia Cuba desde Washington parece tener vida propia e incluso, corre de forma paralela a la política para América Latina.
Por otro lado, siendo Biden tan activo en política exterior cuando fue vicepresidente de Barack Obama, y siendo parte de lo que fue la más amplia política de apertura hacia la isla, no sería descabellado creer que en relación con Cuba podría volverse al estatus 2016, antes de que Donald Trump llegara a la Casa Blanca y desbarata la estrategia demócrata.
Volviendo a lo que puede esperarse de un nuevo gobierno, a partir de enero 2021, no puede obviarse que América Latina (y Venezuela en particular) no fueron en verdad prioridad para ninguno de los candidatos. Ni Donald Trump ni Joe Biden hicieron mención explícita de sus vecinos latinoamericanos y caribeños en los dos debates presidenciales. Tampoco estuvo el tema en agenda en el debate entre Kamala Harris y Mike Pence.
Un aspecto a favor de que con Biden se pueda mirar al sur del continente, está en su experiencia previa. En sus 8 años como vicepresidente de Barack Obama (2008-2016) estuvo muy activo en la arena internacional y eso incluyó 10 giras por América Latina y el Caribe. Eso podría tener una repercusión directa en su política exterior.
En sus cuatro años en la Casa Blanca, Trump sólo estuvo una vez en América Latina, pero justamente en una cumbre global, la del G20 en Buenos Aires (2018), y desistió a última hora de asistir a la Cumbre de las Américas ese mismo año.
Francamente, en política exterior las prioridades de Biden deberían estar en reconstruir la alianza atlántica con Europa occidental y atender el advenimiento de China como una potencia global con las secuelas geopolíticas que ello entraña.
Para Estados Unidos, aun bajo el gobierno de Biden, China seguirá siendo el rival estratégico y América Latina mantendrá un bajo nivel de prioridad. Un asunto por verse será qué hará Washington ante Rusia, luego de una política ambivalente de Trump ante el régimen de Vladimir Putin.
Reconstruir la alianza atlántica devolverá la política exterior de Estados Unidos al terreno de la diplomacia y casi seguramente con un enfoque orientado al multilateralismo, a partir de enero de 2021. Una señal de la prioridad al multilateralismo y la reconfiguración de una alianza atlántica ya la ha dado Biden al asegurar que su primera decisión como presidente estadounidense será regresar a su país al Acuerdo de París para evitar un cambio climático.
Partiendo de esta posibilidad, de que Biden apueste más al multilateralismo y menos a la prepotencia, como fue usual en Trump, en el abordaje específico de cómo contribuir positivamente al cambio democrático en Venezuela, Washington podría ser el pivote de una acción internacional genuinamente concertada.
Estados Unidos, ejerciendo un rol de ascendencia sobre Europa y América, debería trabajar tanto con la Unión Europea como con la Organización de Estados Americanos en aras de la redemocratización de Venezuela, y en esa agenda incluir también a Cuba y Nicaragua.
Un Biden alineado y jugando cuadro cerrado con la Europa democrática podrían ser más positivo para cercar a los autoritarismos latinoamericanos que el papel de bravucón que tuvo Trump. Esto sin olvidar que América Latina no será una prioridad de primer nivel para el Departamento de Estado.
Cuando se resaltan las posibilidades de que tendría un multilateralismo en aras de la democracia en el continente, no puede olvidarse que Biden fue corresponsable de la política de Obama hacia Cuba. Tal estrategia diplomática de Washington se hizo en solitario, sin que fuese parte, por ejemplo, de un esfuerzo que involucrara a otros países latinoamericanos. Esto no debería repetirse.
Un Biden que ha prometido no buscar la reelección, finalmente, tal vez termine siendo un presidente enfocado en consolidar un legado en los cuatro años de lo que será su único mandato. Eso podría ser un aspecto positivo para pensar que posiblemente tome medidas innovadoras o dé al traste con políticas anteriores, sin temor a no ser reelecto.
Pero como señalamos al principio, aún es temprano. Habrá que esperar el anuncio de Biden en un puesto clave: quién estará al frente del Departamento de Estado y su vinculación previa con América Latina y el Caribe.
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