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Los rusos también juegan

Tomada de Diario Democracia

Benigno Alarcón Deza

El panorama político en Venezuela se torna cada vez más complejo. Por un lado, el gobierno –luego de las elecciones del pasado mes de noviembre- pareciera sentirse más confiado de su control sobre el poder y solo se estaría planteando la posibilidad de regresar a la mesa de negociación en México si se atienden sus exigencias de levantar las sanciones; solicitud que no será aceptada por la comunidad internacional de manera incondicional. Por otra parte, la oposición pareciera alejarse cada vez más de lo que interesa a la gente, sin una estrategia coherente y más centrada en los conflictos entre actores por asumir el liderazgo que en generar un cambio político, mientras anuncia procesos poco creíbles de renovación interna de sus partidos y la realización de primarias para elegir al candidato que iría a las presidenciales de 2024. En este marco, Rusia, tal como desde noviembre venía anunciando el gobierno de Biden, inicia su ofensiva contra Ucrania, colocando a los países de la OTAN ante el dilema de responder militarmente e iniciar una inevitable e impredecible escalada del conflicto, mientras el régimen se solidariza con Putin, “geopolitizando” aún más la crisis política venezolana

El poco eco que tuvo el llamado de Guaidó a una jornada de protestas el pasado 12 de febrero, si bien era de esperarse, debería llamar a la reflexión no solo al actual líder de la oposición, sino a todos los partidos políticos que conforman el sector opositor y a los venezolanos que aspiran a un cambio político que permita la construcción de un país de oportunidades y progreso.

En la jornada, que se convocó en todos los estados del país, Guaidó estuvo acompañado solo por miembros de su partido, Voluntad Popular, así como de algunos partidos minoritarios que han respaldado al gobierno interino, como la Causa R y Encuentro Ciudadano. Las otras organizaciones políticas opositoras, como Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, entre otras, brillaron por su ausencia. Lo que refuerza lo que hemos señalado en anteriores oportunidades: al parecer, el único tema de consenso entre dichos partidos es el de “todos contra Guaidó” para desplazarlo del liderazgo opositor.

Por su parte, Guaidó ha venido insistiendo en la necesidad de la renovación del liderazgo de los partidos, lo que algunos dirigentes ven como un ataque al control que durante años han mantenido sobre sus franquicias, pero a lo que resulta políticamente inconveniente negarse, por lo que es de esperarse que en algunos casos se apure el proceso para no dar tiempo al debate interno ni a la organización y posicionamiento de otros liderazgos, y así ratificar, al menos, a una parte de sus actuales cúpulas. En otros casos, ojalá que fuesen la mayoría, podrían fortalecerse internamente si se aprovecha el momento para implementar un verdadero proceso de reflexión y renovación democrática. Lamentablemente, este no se proyecta como el resultado más probable en buena parte de los casos, los partidos parecieran apuntar hacia procesos más de ratificación que de renovación interna.

Otro tema, sobre el cual pareciera haber consenso, es la realización de primarias para elegir al candidato unitario para las elecciones presidenciales de 2024. Llama la atención que incluso actores que no tienen ninguna posibilidad en esas primarias son quienes están haciendo más ruido en favor de esa elección, quizás apostando a la fortaleza de sus propias maquinarias. La realidad es que unas primarias hoy lucen totalmente extemporáneas, por lo que no creemos que generen mayor participación entre la población y se convertirían en una guerra entre maquinarias partidistas, cuyo riesgo es que terminen dividiendo mucho más a la oposición. La ventaja, quizás la única, es la de dejar atrás la competencia por el liderazgo de la oposición y poder avanzar en la conformación de un comando de campaña de cara al 2024, pero también para liderar toda acción hasta entonces. El riesgo está en las dificultades para sostener un liderazgo único, sobre el que se centrarían todos los ataques del gobierno y de las “otras oposiciones” cooptadas por el régimen, y la muy baja probabilidad de que, llegado el momento de una elección presidencial, tal candidatura única sea respetada por los demás aspirantes y no sea inhabilitada de alguna forma por el régimen.

Los riesgos de las divisiones que podrían profundizarse por esta primaria están ya a la vista cuando se asoman las primeras ideas para su reglamentación y se propone, por ejemplo, que sean excluidos del proceso quienes han tenido relaciones con el gobierno y quienes están inhabilitados. De ser así, entonces Capriles, López y Guaidó, entre otros, no podrían participar. Una decisión de este tipo podría terminar de acabar con los partidos, pues las condiciones establecidas no propiciarían la unidad sino lo contrario. Todos los que no fueron tomados en cuenta tratarían de ir a unas elecciones presidenciales por su cuenta.

Algunas proyecciones indican que aproximadamente un 40 % de la población venezolana quiere que haya un candidato único para las próximas elecciones. Más que primarias, esperan que se defina un líder de la oposición, un referente. Aproximadamente la mitad de este porcentaje querría que ese referente continuara siendo Guaidó, mientras la otra mitad espera que sea alguien completamente nuevo en el escenario político nacional.

Pero además de la renovación de los partidos y el candidato único, hay otros aspectos a los cuales se les debe dar la debida importancia. Uno de ellos es el de las condiciones para ir a una elección. En ese sentido, es oportuno tomar en cuenta las 23 recomendaciones realizadas por la Misión de la Observación Electoral de la Unión Europea, que monitoreó los comicios regionales y municipales del 21 de noviembre del año pasado, como bandera para presionar desde dentro y fuera del país.

Si bien es cierto que la Misión de Observación Electoral Europea cuidó el tono diplomático en la presentación del informe, buscando de alguna manera evitar cerrarse las puertas para una futura observación electoral, el contenido del informe habla por sí solo, además refleja la importancia de que se haya cumplido con el lapso establecido para dar a conocer sus conclusiones, a pesar de la negativa del gobierno y el CNE, que nunca respondieron a la solicitud para su presentación en el país como estaba originalmente programado.

Sanciones, negociación y elección presidencial

Por otra parte, el gobierno empieza a usar el tema de las presidenciales como mecanismo de presión y entre los mensajes que manda, hacia dentro y hacia afuera, es el de elecciones condicionadas al retiro de las sanciones. “Vamos a ver si podemos hacer presidenciales, si se mantienen las sanciones movemos las elecciones”.

Últimamente en el país, tal como señalábamos en entregas anteriores, se ha avanzado en la estrategia del gobierno para multiplicar las voces que, por complicidad o por razones propias, se unen al coro que clama por el levantamiento de las sanciones, alegando que afectan al pueblo y a las empresas, sin tomar en cuenta que éste es prácticamente el único recurso con que cuenta la comunidad internacional y la oposición para empujar al gobierno a sentarse a negociar condiciones electorales o una posible transición.

Desde hace meses, el gobierno está negado a sentarse en la mesa de negociación, argumentando que solo lo hará si levantan las sanciones. Pero su contraparte internacional insiste en que solo cederá si se logran compromisos mínimos. La realidad es que, sin una combinación inteligente de sanciones externas y presión interna, lo que depende de que el liderazgo político y social logre que la sociedad se movilice nuevamente en defensa de sus derechos políticos, no habrá negociación de condiciones políticas ni electorales que permitan una transición negociada.

Venezuela, ¿un satélite ruso?

En este contexto, cuando escala el conflicto en Ucrania, Maduro manifestó su apoyo incondicional a Rusia. El peligro es que Venezuela pretenda jugar un papel análogo al de Cuba durante la Guerra Fría, al convertirse en un satélite ruso con lo que se estaría “geopolitizando” el conflicto interno, a los fines de enfrentar las presiones norteamericanas y europeas.

En cuanto a la crisis que tiene lugar en estos momentos entre Rusia y Ucrania, la ofensiva rusa coloca a la OTAN, y principalmente a los Estados Unidos, en un dilema entre buscar una desescalada del conflicto, lo que implicaría un triunfo para Putin y la probable anexión de Ucrania a Rusia, o responder militarmente a la ofensiva del Kremlin, lo que provocaría una efectos impredecibles , cuyo límite para no cruzar la barrera del uso de armas nucleares dependerá de la credibilidad que aún hoy tenga la Destrucción Mutuamente Asegurada (MAD,) como punto de equilibrio en favor de una contención que, mientras no haya una escalada del conflicto, juega a favor de los rusos.

El asunto es que, en situaciones similares, países como China pensarán que si no hay mayor acción frente a Putin tampoco la habrá frente a ellos si deciden que es el momento de recuperar Taiwán. Una de las virtudes de las democracias occidentales, y una de sus razones de ser, el evitar las guerras a toda costa, puede convertirse hoy en su mayor debilidad ante las ambiciones imperialistas de estados gobernados por actores que no dependen del apoyo popular y que tienen menos limites éticos e institucionales para iniciar una agresión contra otros países.

El desenlace del conflicto en Europa Oriental puede tener importantes consecuencias en Venezuela, entre otras razones, porque de imponerse Putin, se empodera a Miraflores. Dicha realidad genera temor entre los demócratas, sobre todo porque la reacción latinoamericana ante estos hechos ha sido débil. Se ha visto al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en Moscú, celebrando la promesa rusa de promover al país suramericano como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU; al presidente de Argentina, Alberto Fernández, ofreciéndole a Rusia que su país sea la puerta de entrada para América Latina, y no sería de extrañar que Nayib Bukele, presidente de El Salvador, se una a esta corte. Putin está apoyando a lideres iliberales alrededor del mundo, sean del color que sean. Tales tendencias expansionistas basadas en una política de promoción de las “democracias iliberales” (que no son democracias), que se inició en Europa y Asia, y hoy alcanza a las Américas, constituyen una de las más serias amenazas para el mundo democrático,

En síntesis, se está configurando un mapa donde se van a profundizar más los rasgos geopolíticos de la competencia y la lucha por el poder, en los que destacan los rasgos oportunistas y de una especie de “promiscuidad” en la política internacional de Rusia y China, como parte de las nuevas estrategias de la guerra híbrida. Plantear a Venezuela como apoyo a Rusia formaría parte de esa gama de recursos para debilitar a las democracias liberales, lo cual sería muy grave para la política de nuestro país.

Aquí surge además algo paradójico. Por un lado, la crisis rusa, aunque puede beneficiar al gobierno porque los precios del petróleo suben, a mediano plazo la situación pude ser diferente porque Rusia que, a diferencia de China, mantuvo su apoyo pese al incumplimiento de los pagos, puede ver afectado su sistema financiero por las sanciones y los costos mismos de una guerra, y disminuir parte importante de su respaldo al régimen de Maduro.

Conclusiones y recomendaciones

En la medida en que el año avanza rápidamente, la oposición democrática sigue en un callejón sin salida. Surgen aparentes procesos de renovación partidista que en el fondo lo que harán es ratificar a los protagonistas de siempre, en la mayoría de los casos. Se promueven primarias para dirimir el liderazgo opositor de cara a las presidenciales de 2024, pero no hay motivación ni incentivos para que ese proceso cuente con una importante participación de los ciudadanos, ni garantías de que unas primarias no terminarán dividiendo aún más a la oposición.

Unas primarias lucen hoy extemporáneas y poco convenientes porque generarán más divisiones, entre otras razones, porque con ellas lo que se busca es sustituir a Guaidó a través del voto de las maquinarias partidistas, que puede ser poco representativo de la voluntad del ciudadano de a pie, a pesar de que el mismo Guaidó las apoya, quizás apostando de manera arriesgada al apoyo espontáneo de ese ciudadano de a pie, lo que hoy es tan incierto como su participación en las protestas a las que se le convoca. Ahora hay tareas más relevantes como la gobernanza opositora, cómo se va a seguir manejando la oposición en su peor momento, y de aquí al 2024, cuando no hay mecanismos acordados como en el 2012, 2013 y 2015.

En paralelo, las negociaciones en México han perdido fuerza, sobre todo porque el régimen le da largas, y advierte que solo lo asistiría si se eliminan sanciones, mientras que la comunidad internacional, especialmente Estados Unidos, replica que solo en un marco de negociaciones esa posibilidad podría eventualmente considerarse. La realidad es que, sin una combinación inteligente de sanciones externas y presión interna, lo que depende de que el liderazgo político y social logre que la sociedad se movilice nuevamente en defensa de sus derechos políticos, no habrá negociación de condiciones políticas ni electorales que permitan una transición negociada.

Este proceso queda cada vez más enmarcado dentro de la geopolitización del caso venezolano, sobre todo cuando Maduro expresa su apoyo incondicional a Rusia en el conflicto ucraniano, lo cual lleva a darle fuerza a la tesis de que el país se convertiría en una especie de satélite ruso. Es un asunto que amerita analizarse en profundidad por las consecuencias que esto tendría, ya que dificultaría aún más el proceso para rescatar la democracia en Venezuela. Es un debate que debe incluirse en la agenda política, más ahora cuando la escalada guerrerista del Kremlin cobró un peligroso empuje esta semana.

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